Día de los Padres: De la cotidianidad a la felicidad de una sonrisa
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Me levanto bien temprano, la preocupación ronda mi cabeza. Es un día como otro cualquiera, pero la lluvia hostiga desde albores de la madrugada y a mi pequeño Enzo Samuel se le terminó el cereal. De hecho, la noche anterior a los sucesos que describo, como cualquier otro padre cubano de estos tiempos, no quiso tomarla del todo sin el preciado producto, ese que le cambia la textura a su principal alimento.
Como Sherlock salí en busca del más mínimo vestigio de pista sobre el paradero del cereal, que bien pudo ser el mismo que el del papel sanitario, la malanga (esa sembrada en otros campos y que su precio oscila entre 3.50-4.20 cup), y no la sembrada en tierras de jeques o rajás cataríes… Por fortuna le di captura en Falcón, un complejo de tiendas del lejano Alamar, pues algunos de los enclaves citadinos, esos cosmopolitas como el mercado de 3ra y 70, el centro de Negocios, Comodoro y compañía, estaban huérfanos.
A estas alturas muchos se preguntarán de qué van estas líneas. Les soy sincero, desde que Made y yo nos enteramos de que seríamos padres, nuestra vida cambió, desde el genoma hasta el modo de establecer equivalencias, planificar todo milimétricamente, incluso, proyectar el día a día.
Y estoy plenamente convencido de que justo así operan muchas otras parejas jóvenes bajo los cánones y el ritmo de vida que nos impone la Cuba contemporánea.
El colimador de nuestra existencia
Entonces todo gira en torno a nuestros benjamines, la celebración del día de los padres, que puede ser cualquiera de los 365 que posee el año, si al llegar a casa nos recibe con una sonrisa pícara o si al despertar, en la mañana, lo pasamos para nuestra cama para verlo gatear, escalar nuestro cuerpo o alcanzar algún juguete u objetivo con sus manecillas.
Así, se bifurcan tiempo y espacio y para serles sincero, me sorprendió la inminencia del Día de los Padres. A mi mente vinieron muchas personas que han marcado mi vida. Mi padre, pese a la distancia que nos separa y el cauce que tomaron nuestras vidas; mi madre Ileana, en su rol de formadora total, madre-padre 360; mi abuelo pipito (Aníbal); mi abuela Sara, con esa rectitud de magnánimo general; mis tíos Eugenio, Aníbal Jr. (Chichi) y Emilio…
Todos, de una forma u otra, aportaron algo al hombre que soy hoy, y me atrevería a decir, que al padre en que me he convertido también. Entonces desde mis entrañas, el concepto de felicidad se redimensiona. Ya lo experimenté como aperitivo el tercer domingo de junio el año pasado. Apenas Enzo Samuel se movía en el vientre de Made, el sexo aún no estaba oficialmente definido, pero ya había cambios de pensamiento en mí, como si a la semana siguiente, o en lo adelante, todo estuviese marcado por su futura presencia.
Y no estoy equivocado en lo absoluto. Intercambios fortuitos con amigos, padres como yo (Freddy, Garbey, Yasser, Juan Luis, el Guille, Gehan, Dargel, Camilo, Isaac, Yaisel y tantos otros) simplemente alteran su biorritmo o cambian el semblante cuando el tema de conversación versa sobre nuestros hijos. Cada nueva hazaña, gateo, un diente, intento de pararse, silabear pa-pá ininterrumpidamente, un jit conectado en la pelota, aprender a leer o buenas calificaciones en los exámenes… ¡Esos sí que constituyen buenos regalos!
El autor con su bebito
Toca el turno de destilar orgullo como si la conquista hubiese sido protagonizada por nosotros mismos. Eso, en la espiral del desarrollo y crecimiento de nuestros hijos, el centro de cada una de nuestras acciones posteriores. Luego vendrá el estadio, el teatro, las aptitudes para desenvolverse en cualquier actividad extracurricular, las tardes de parque y velocípedo o bicicleta, paseos que descubrirán peces y animales en el zoológico o el acuario…
Esos momentos, créanme, nos sacan a mí y a el resto de los padres, de cualquier otro conflicto que podamos presentar, ya sea de índole profesional, económica, o sencillamente para afrontar la vorágine cotidiana.
Enzo Samuel es mi luz, faro y guía, combustible e inspiración, grumete y cómplice. Su sonrisa lo encierra todo, desde un felicidades que con seis meses y medio no osa ni siquiera balbucear, pero con que me rafaguee papá, es más que suficiente.
Gracias, Made, gracias a mi mami, a todos los hombres que han tenido una pizca de influencia en mi formación, a la vida…
Este es mi regalo a todos los padres de Cuba y el mundo, sin distinción. Que la sonrisa de su pequeño sea bálsamo y tenga mucho más empuje que cualquiera de nuestros demonios o conflictos internos.
Yo, parafraseando a Silvio Rodríguez, sencillamente soy feliz, soy un hombre feliz… y espero que el próximo domingo y cada día de sus vidas desde que vieron a su pequeño por primera vez, amigos míos, también lo sean.
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