Los fantasmas del Titanic siguen atormentando a Southampton
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Ninguna ciudad pagó un precio tan alto en vidas humanas como Southampton por el naufragio del Titanic, y un siglo después la ciudad quiere contar la historia, en gran parte olvidada, de los 549 habitantes que perdió en el aciago acontecimiento.
En el año 1912 conseguir un empleo en el lujoso transatlántico, y encima con alojamiento y tres comidas diarias, era un sueño para los hombres de este puerto del sureste de Inglaterra.
Tres cuartas partes de la tripulación provenían de esta ciudad, la mayoría de los hombres trabajaban como fogoneros en la sala de máquinas o como camareros.
Cuando el Titanic zarpó del puerto de Southampton rumbo a Nueva York el 10 de abril, los habitantes se congregaron en los muelles para despedir al barco con orgullo.
Cinco días después, el barco se hundió tras haber chocado con un iceberg en el Atlántico Norte, sumiendo en el luto a la ciudad y en la pobreza a las familias de las víctimas.
«La historia de Southampton con el Titanic es muy especial, y nadie la había contado realmente nunca antes», explicó Maria Newbery, conservadora de SeaCity, un nuevo museo dedicado a la tripulación.
La primera noticia del naufragio se colgó en la entrada de un diario local apenas horas después, pero inicialmente nadie lo creyó.
Cuando la horrible verdad se hizo ineludible, «un gran silencio se abatió sobre la ciudad», recuerda Charles Morgan, que entonces tenía 9 años, en los archivos municipales.
«No creo que hubiera ni una sola calle en Southampton que no hubiera perdido a alguien en el barco», agregó.
La fotografías de la época muestran rostros ansiosos agolpados en torno a la lista de víctimas colgada en el exterior de las oficinas de la White Star Lines, la compañía naviera propietaria del barco. Una pequeña placa en la fachada del hoy degradado edificio lo atestigua.
De los 724 tripulantes del Titanic con domicilio en Southampton, solo 175 sobrevivieron, según las cifras proporcionadas por el museo.
Uno de ellos fue Alexander Littlejohn, un camarero de primera clase a quien le ordenaron tomar los remos de uno de los botes cargados mayoritariamente con mujeres y niños.
«Tenía solo 40 años, pero el shock hizo que su pelo se volviera totalmente blanco en apenas unos meses», explicó a AFP su nieto Phillip. «Nunca habló del naufragio. Tenía bocas que alimentar, o sea, que se embarcó para trabajar en el Olympic, el hermano del Titanic, con el que hizo 30 viajes».
Su compañero, Sidney Sedunary, fue menos afortunado. Su cuerpo fue recuperado por un barco varios días después, con su reloj de bolsillo parado a la 01H50, media hora antes del hundimiento del Titanic. El reloj está hoy en SeaCity.
Para medir la extensión del desastre, basta con mirar el mapa pintado en el suelo de este museo, donde las casas enlutadas están marcadas con puntos rojos. Las manchas se hacen más grandes en los barrios obreros cerca del puerto.
«En una época en la que no había subsidios sociales, cuando se perdía al principal sostén de la familia, era un gran problema», recordó Newbery.
La ciudad se movilizó en favor de las familias afectadas por el Titanic y en los meses posteriores al desastre, cualquier concierto o fiesta parroquial servía para recaudar fondos.
Al acercarse el centenario, Southampton sigue atrayendo a los descendientes de los fallecidos.
Una de ellas es Jane Goodwin, de 38 años, cuya abuela perdió a su primer marido, Frederick James Banfield, en el naufragio. Iba a reunirse con su hermano en Michigan, donde tenían previsto trabajar en la minería.
«He visto copias de las cartas que le escribió, es muy triste. La quería tanto», explicó esta británica.
«Tenía solo 28 años e iba en este magnífico barco hacia una nueva vida en el extranjero», apuntó su esposo Richard. «Había estado en el Olympic y en su carta comparaba el Titanic con los otros grandes barcos y le decía que hubiera querido que estuviera con él para ver cuán grande era».
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