Huracán Matthew: ¿Quién le tiene miedo al lobo?

Huracán Matthew: ¿Quién le tiene miedo al lobo?
Fecha de publicación: 
4 Octubre 2016
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Porque no es lo mismo estar preparado para enfrentar una tormentica “sata”, de esas de vientecitos plantaneros, que para dar el frente a un monstruo de categoría cuatro, de cinco, en la escala Saffir-Simpson.

El nylon de polietileno que se puso sobre los sacos para supuestamente protegerlos, no va a impedir que vuelen por los aires. El traslado de ciertas mercancías bajo un techo de zinc, como pudo verse en una imagen televisiva, no va evitar su destrucción.

Los huracanes de categoría 4, considerados de gran intensidad con sus vientos de entre 209 a 251 Kms por hora pueden causar daños catastróficos a la vegetación y los cultivos. Las edificaciones débiles y pequeñas podría arrasarlas y también causar la pérdida total de techos o afectaciones en los mal asegurados, por no hablar ya de las inundaciones en terrenos bajos y otras calamidades.

Solo pensando en los vientos huracanados, vale imaginar a un auto desplazándose a más de 200 kms por hora para suponer cuánto pueden llevarse por delante esos vientos y cuántos objetos pueden convertir en verdaderos proyectiles: desde tapas de tanques de agua hasta fragmentos de techos de zinc u otros materiales duros.

Téngase en cuenta que entre los cinco huracanes más desastrosos (por el número de muertes) que han afectado a Cuba, según reporta un boletín de la Sociedad de Meteorología de Cuba, dos eran de categoría cuatro: el  Huracán de 1926, que dejó aproximadamente 600 muertes, y el conocido como Huracán de Santa Cruz del Sur, el cual entró el 9 de noviembre de 1932 y dejó tras sí unos 3 500 fallecidos, sobre todo a causa de la marea de tormenta, que arrasó con todo el poblado.

Es obvio que las actuales labores de prevención contra catástrofes nada tienen que ver con las de aquellos años. Hoy, las vidas humanas son lo primero, según se ha reiterado por estos días de tensión y espera.

Pero como el asunto es insistir en el riesgo, mostrar en toda su crudeza al “animal” que nos asecha, no olvido el testimonio que recogí de un campesino quien se arriesgó insensatamente a permanecer durante el paso de Gustav –también de categoría 4-  en su casita en una loma “para cuidarla”. Luego de salvar la vida gracias a la defensa civil, el hombre me contaba que cuando empezó a sentir allá arriba el silbido del viento y a ver por un huequito cómo volaban las cosas, se arrepintió profundamente de su decisión. Me confesó que nunca antes había sentido tanto miedo.

Y otra vez se le volvía a poner la piel de gallina evocando lo vivido a aquel hombrón rudo. El mismo que, como en el juego infantil, entonó una vez aquello de “¿quién le tiene miedo al lobo?”. No le había visto los colmillos a la fiera.

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