Adiós a Río, se acabó la fiesta del músculo
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Se acabaron las Olimpiadas de Río de Janeiro. Mucho se habló antes del inicio y se seguirá comentando. Algunos conocedores vaticinaban para Cuba un lugar menor a 15, con entre cinco y siete títulos. Se lograron cinco oros, dos platas y cuatro bronces, y quedamos en el lugar 18.
Para todos los que seguimos los Juegos Olímpicos, Barcelona 1992 fue la confrontación de un encendido del pebetero inolvidable y de escuchar en catorce oportunidades nuestro Himno Nacional, lograr seis preseas plateadas y once bronceadas para quedar en el lugar quinto, muy difícil de igualar.
Me parece más importante ese resultado que el de Moscú 80 (un cuarto lugar con ocho títulos, siete subcampeonatos y cinco terceros lugares), porque a los juegos de la capital de la entonces URSS no fueron la mayoría de los países occidentales, y el osito Micha (mascota) derramaba una lágrima, quizás porque se sentía despreciado por los «no rojos».
En mi opinión, Barcelona 92, incluso Atlanta 96 y Sidney 2000, recibieron delegaciones cubanas «bien comidas», en el sentido literal del término. Los atletas que compitieron en esas ciudades, especialmente los asistentes a la ciudad española, crecieron en la década del 80, el período de mejores condiciones económicas de Cuba y, como sigo siendo marxista, sostengo que la economía determina, claro, en última instancia.
A inicios de los años 90, con la desaparición del campo socialista, tuvo lugar una caída del PIB del orden del 35%: una libra de cerdo valía 120 pesos, una de arroz, 50, y el cambio de un dólar se cotizaba a 120 pesos cubanos. Durante 1993 y 1994 la economía cubana tocó fondo.
La desaparición del Consejo de Ayuda Mutua Económica, CAME, que permitía un intercambio justo con Europa del Este, y especialmente con la URSS, hizo que se sintiera con toda fuerza el bloqueo estadounidense contra Cuba, que hasta el año 2000 representaba un costo de 121 000 millones de dólares. En esas condiciones, por supuesto, la población en general sufría los rigores de una alimentación con escasez de proteínas y otros alimentos básicos. La bonanza de los 80 aún no se ha recuperado, aunque una libra de carne valga 40 pesos, es decir, la tercera parte de lo que valía en los años (los 90) que desafiaron la estabilidad de nuestro proyecto social.
En el medallero del 92 influyó también una buena cantidad de entrenadores soviéticos, alemanes, polacos y de otros países del antiguo Este, que prepararon a numerosos deportistas cubanos, y también influyeron los topes que tenían lugar con atletas de alto rendimiento del desaparecido campo socialista, que muchas veces eran estrellas olímpicas o de campeonatos mundiales.
Toda esta introducción es para decir que no se le puede pedir peras al olmo. Cuba sigue siendo un país en desarrollo, que no le puede dedicar al deporte lo que le destinaba antes. Además, son solo 11 millones de habitantes; si sacamos oros, platas y bronces proporcionalmente a los jóvenes y niños que pueden ser cantera en nuestro país y a otros de más de 50 millones de habitantes, no estamos tan mal.
Ah, que siempre queremos el oro, es verdad. Somos así, nuestros atletas ganan un bronce y lo reciben con tristeza, mientras búlgaros, norteamericanos o kenyanos alcanzan una medalla de ese color y lloran o ríen de felicidad.
A ver, ¿cómo no celebrar que Nivaldo Díaz y Sergio González, la dupla de voleibol de playa, estuviera entre las ocho mejores? ¿Y cómo pedirle más a esos muchachos, si apenas tuvieron topes internacionales de valía? ¿Acaso no es justo reconocer el sexto lugar olímpico de Serguey Torres y el jovencito Fernando Dayán Jorge, que estuvieron en la final del C2 a 1 000 metros, la embarcación insignia del canotaje cubano?
Ver a Manrique Larduet cojeando, y a la vez compitiendo, fue una muestra del coraje de nuestros atletas, y exigirle la medalla de oro a Yarisley Silva es injusto, si se sabe que su compañero sufrió un accidente que la sacó del circuito de competencia: ganar una medalla no es solo cuestión de músculos, sino de estado sicológico.
Claro que aplaudo la triple corona de Mijaín López, un super dotado; los oros de Ismael Borrero Oliva, Julio César La Cruz, Arlen López y Robeisy Ramírez; las platas de Idalys Ortiz y Yasmany Lugo; los bronces de Denia Caballero, Joahnys Argilagos, Erislandy Savón y Lázaro Álvarez: todos tocaron la gloria olímpica, y hubiera querido que más integrantes de la tribu atlética cubana estuvieran en el podio.
Y bueno, las transmisiones televisivas como señales merecen una medalla, y como conducción, en una opinión compartida de colegas y hacedores de la televisión, el oro se lo lleva Renier González. Solo con la manera y el conocimiento que narró la discusión del voleibol de playa; la gimnástica femenina, con información acerca de la atleta afronorteamericana sobre la que hicieron un filme; y el partidazo de Brasil-Alemania de fútbol, que relató con la emoción justa de principio a fin, tendría el metal dorado, porque Renier no usa el micrófono para decir cosas superfluas, siempre ofrece información, y es que es un hombre culto. Espero poder compartir rápido una entrevista que le realicé.
En fin, ¿me conformo con cinco títulos? No, quiero más, pero no le pidamos —repito— peras al olmo. Nuestros atletas, en un alto por ciento, dejan la piel en la competencia… igual que otros mejor entrenados y con más condiciones, que les pueden ganar.
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