Brutalidad policial: Una pizca del mal que corroe a EE.UU.

Brutalidad policial: Una pizca del mal que corroe a EE.UU.
Fecha de publicación: 
14 Agosto 2016
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Cuando el candidato presidencial republicano, Donald Trump, acusó a Barack Obama de haber dividido el país, solo ocultaba que el sistema imperante, desde el nacimiento de la nación, ya tenía en sus entrañas los gérmenes que desarrollaría incesantemente el racismo y la desigualdad, un menjurje que se “enriquece” con las armas y la violencia policial.

La brutalidad en las acciones de quienes debían considerarse agentes del  orden y de la protección contra lo ilegal  -todo muy alejado de la realidad- toma inusitado relieve con el accionar impune de policías que matan a diestra y siniestra, no importa que la víctima esté desarmada o en condiciones incapaces de respuesta, independientemente de la culpabilidad.

El cóctel de policía blanco y víctima negra se ha hecho tan usual que, aunque se trate de ocultar cifras al efecto se sabe que por lo menos de tres a cuatro personas, generalmente afroamericanas, perecen diariamente a manos de los gendarmes, sin contar las violentas respuestas de estos a quienes presencian y tratan de protestar por los evidentes abusos.  

Durante la presidencia de Barack Obama la desigualdad racial se ha profundizado, la violencia policial no tiene límites, la desigualdad social adquiere amplitud insospechada y la proliferación de armas se ha disparado, bajo la consigna de es mejor tenerla y no usarla, que necesitarla y no tenerla.

Este es otro gran problema que Obama, pese a su empeño personal, no ha sido capaz de erradicar. Más de 270 millones de armas para uso privado circulan en EE.UU. En el 37% de los hogares estadounidenses hay un adulto que posee un arma. No es un problema fácil de erradicar, porque la segunda enmienda de la Constitución reconoce el derecho individual a portar armas para fines legales, y son necesarios dos tercios de los miembros de ambas Cámaras del Congreso para cambiarla.

Como muchos conocen, desde los disturbios de Ferguson hace dos años, por la muerte del adolescente afroamericano Michael Brown y posterior exculpación del policía blanco que le disparó, se ha hecho común los asesinatos de negros a manos de agentes que luego son liberados de culpas.

Han sido dos años de muestras de una desigualdad que ha cobrado hasta julio la vida de 123 negros, abatidos por la policía de manera violenta y sin motivo aparente. La técnica utilizada por los uniformados es la de disparar primero y preguntar después.

NO ES LA ÜNICA CULPABLE

Por supuesto, la policía no es la única ni la principal culpable por lo crímenes cometidos por su mano, porque además de la abierta venta de armas, la desigualdad social, además de la discriminación racial, hace crecer a límites insospechados el número de pobres e indigentes, en tanto se hace común el aceptar sin sonrojo el poder omnímodo del 1% de los privilegiados sobre el 99% de los llamados perdedores.

Detenciones aleatorias, asaltos y violaciones de los derechos civiles de la población afroamericana han sido denominador común en EEUU. La población de raza negra, 40 millones de personas, representa el 13% de los estadounidenses y un 42% han sido víctimas de la policía incluso, subrayo, sin llevar armas.

Todo ello llevó a la matanza de cinco policías en Dallas (Texas), un estado que desde abril del 2015 permite llevar pistolas o revólveres por la calle y mostrarlas en público. Y desde hace mucho tiempo se puede ver por la calle a personas portando armas de guerra como el AK-47.

Ni la sentada de los congresistas demócratas en la Cámara de Representantes para solicitar medidas que limiten la venta de armas, ni las presiones al 'lobby' de las armas representado por la Asociación Nacional del Rifle, que cuenta con el apoyo del Partido Republicano, han conseguido nada para impedir su venta a quienes están siendo investigados por el FBI por vínculos con el terrorismo y a los que, por ejemplo, sí se les impide subir a un avión.

Sí, se dice que la cultura de la violencia puede tragar a toda una sociedad de una nación que afirma ser democrática, pero no lo es, claro, con el peligro de que, en sus estertores su política egoísta y hegemónica haga también víctima al resto del mundo. No es festinado, porque así lo demuestran sus guerras de agresión para disparar los dividendos de la inútil para la vida industria armamentística.

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