Camagüey: 500 años y más de singularidad (+ Fotos)
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Pues como sucede con esa bebida, el paso de los años realza sus mejores cualidades, sobre todo luego del impulso renovador dado por los festejos del medio milenio.
La otrora Santa María del Puerto del Príncipe nació en la costa como todas las primeras villas fundadas por los conquistadores españoles, pero los traslados forzados por plagas, carencia de agua y, según la leyenda, supuestos ataques de piratas, la llevaron a buscar refugio tierra adentro, en al menos dos o tres lugares, hasta quedar asentada entre dos ríos.
Como en el ritual de degustación del vino, para conocer a esta ciudad que destaca en el mapa de Cuba por el arraigo patriótico, la altivez de su cultura y el valor patrimonial tangible e intangible, primero hay que aprender de sus olores, sus sabores y sus texturas.
Mediterránea como pocas urbes en la Isla, Camagüey no huele a mar; huele a barro y a cuero, olores más que sensoriales impregnados en el imaginario colectivo por el significado de los símbolos que tejieron parte de su idiosincrasia.
Todavía conserva muchas de sus cubiertas de tejas, hechas de tierra, agua y fuego, principalmente en la llamada Ciudad Vieja, sector del centro histórico declarado en 2008 Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Esas techumbres acompañaron tanto a las austeras casas de arquitectura colonial o vernácula de los siglos XVII y XVIII, como a los palacetes neoclásicos del XIX y a los edificios eclécticos y Art deco del XX.
También de barro son sus famosos tinajones, que contrario a lo que creen los visitantes cuando esperan encontrarlos como parte del paisaje urbano, son mayormente piezas de interiores, vasijas destinadas a recolectar en los patios el agua caída del cielo en esta amplia llanura.
El cuero llegó en las monturas de los vaqueros que forjaron el señorío de esta región en la ganadería, y con ellos vino uno de los sabores más anhelados hoy por los camagüeyanos: el tasajo, base de muchos platos autóctonos en una cocina de texturas rústicas, ampliamente degustada en todo el archipiélago y más allá de sus fronteras.
Esa cocina fue acompañante de los patriotas camagüeyanos en los campos durante las guerras independentistas, donde la gallardía militar de Ignacio Agramonte, sus dotes políticos, y su amor por su esposa, Amalia Simoni, elevaron la figura del héroe a la categoría de leyenda, venerada por la mayoría de sus coterráneos, que no vacilan en llamarse a sí mismos agramontinos.
Pero también, hay que conocer a Camagüey a través de los exponentes de su cultura. La lírica estremecedora de Gertrudis Gómez de Avellaneda, los pinceles tristes de Fidelio Ponce de León, los versos renovadores de Nicolás Guillén, y otros tantos para los cuales no alcanzaría una sola crónica, conforman una identidad conservada y transmitida durante cinco siglos: ese signo antropológico tan singular y único que es la camagüeyanidad.
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