Crepúsculo en El Vedado (+ FOTOS)

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Crepúsculo en El Vedado (+ FOTOS)
Fecha de publicación: 
2 Marzo 2012
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En El Vedado habanero, zona residencial que surgió en las últimas décadas del siglo XIX, se respira aire de mar. Debe ser por esa cercanía marina que la luz de sus crepúsculos tiene los valores de la vida que se mira a través de un cristal áureo, por entre la transparencia del ámbar; esa pureza única de la luz que filtran las aguas del océano.

El Vedado es uno de los barrios más singulares de Cuba.  Nació en una época en la que el dibujo urbano buscaba gentileza, belleza, desahogo. Se construyó apretado, robándole terrenos a la costa; las casas solariegas abrían a profundos jardines; parques y paseos eran trazados en el silencio para el caminar apacible. Las damas de óleo de Guillermo Collazo se reclinaban en la siesta densa de este barrio. La urbanización contemporánea, diseño de espacios para un hombre sin tiempo, ha ido demoliendo otros distritos como este. En el litoral de La Habana, El Vedado es más que una acumulación de casas viejas en calles derruidas; es también el testimonio de un estilo de vida, superado hace décadas, en el que las horas pasaban más lentas, y la atmósfera era más clara.

   

Renée Méndez Capote, nacida con el siglo pasado, recordaba El Vedado como “un peñón marino sobre el que volaban confiadas las gaviotas…” Ratas, iguanas y gatos jíbaros, bandadas de palomas rabiches, también habitaban en la zona, límite exacto entre el paisaje campestre y la marina virgen. Muy pocas calles existían completas por entonces; el resto eran senderos en la enmarañada vegetación y los arrecifes. Pequeñas casas de techos de tejas, colindaban con grandes haciendas, quintas, como la de Pozos Dulces, que ofrecían a los paseantes sus espaciosos huertos y arboledas frutales, sus pájaros y el aire marino. Renée recordaba cómo desde el comedor de su casa se podían observar el mar y los grandes barcos, las velas blancas, que iban y venían por el golfo de México. La zona primero fue el asentamiento de los sencillos chalets de mambises cansados de la guerra; luego de la segunda intervención, El Vedado eclosionó como barrio exclusivo, y alzaron sus palacios los millonarios y los políticos.

  

Aún queda algo de ese barrio de los inicios. Y un poco más del que vino después. Las huellas quedan y ellas dibujan en el vacío una continuidad de lo ausente. Es un pedazo en el crepúsculo. La zona se despide desde hace años, se desintegra cada día. Pero no ha dejado de crecer. Los rascacielos racionalistas permiten ubicarla desde el mar; algún edificio nuevo estalla bajo el sol. Pero, aún así, El Vedado sigue teniendo su mejor cara en ese barrio que dura tierra adentro, en las manzanas silenciosas y los palacios que se cierran a la sombra de los árboles. Las casas viven sus últimos días, y la elegancia es pasada por alto. Desde el fondo de un viejo jardín, algunas diosas ciegas observan las horas pasar. Puertas y ventanas fueron clausuradas a los días, y las verjas se proyectan y se oxidan sobre el pavimento. El salitre corroe más rápido que el tiempo. En las terrazas de algún viejo palacete, algunas tardes, antiguas señoras, de negro y camafeo, pasean bajo el último sol tomadas del brazo, olvidadas por todos. Donde hubo un jardín de novela, en la casa que inspiró un poema, conviven familias que no conocen la gloria. El distinguido Hotel Trotcha es sólo un muro rosado y cuatro columnas, un amasijo de piedras y maderas podridas. Las torres que abrigaban a los poetas se inclinan peligrosamente sobre los huertos "florecidos" de ropa lavada.

A la luz del sol, los parques y paseos se llenan de niños, de novios que esperan; en la noche, son el refugio de los amantes. Con su eterno canto final, El Vedado sigue viviendo como si fuera siempre nuevo. De vez en cuando entra el mar, y algo desaparece.

Comentarios

Lindas fotos, muy hermosa crónica. Yo vivo en ese Vedado...

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