La leche en polvo es importante… ¡El cine también!

La leche en polvo es importante… ¡El cine también!
Fecha de publicación: 
18 Diciembre 2015
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Utilizamos el término «consumo» a sabiendas de que muchos y muy importantes intelectuales lo asocian a prácticas puramente comerciales, como si el arte fuera un producto más para vender y comprar. Pero convengamos en que es un término diáfano y que describe muchos de los actuales procesos de asimilación de las artes y las letras.

El miércoles de esta semana sesionó en la sede nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba un taller sobre el Programa de Fomento de la Cultura Audiovisual, que contó con la presencia de reconocidos creadores, investigadores y altos funcionarios de las instituciones culturales en el país.

Lo más probable es que la gran mayoría de las personas que están leyendo este comentario ni siquiera hayan escuchado hablar de ese programa, a pesar de que fue presentado ya hace un buen tiempo y tiene pretensiones de convertirse en la columna vertebral de las acciones para diversificar la cultura audiovisual de los cubanos.

Pero la verdad sea dicha: ha faltado sistematicidad, promoción, coordinación entre las instancias que tendrían que aplicarlo.

Y en los tiempos que corren, ocuparse de estos asuntos ya no es una opción, sino una necesidad impostergable. El cineasta Jorge Luis Sánchez lo resumió en un símil que a primera oída pudiera parecer exagerado y hasta escandaloso, pero que en realidad pone de manifiesto la importancia de la cultura para la gente: «El cine es tan importante como la leche en polvo».

Traduzcamos: hay que garantizar las condiciones básicas para una vida digna, pero ese concepto de una vida digna incluye también el derecho a disfrutar de opciones culturales, el derecho al crecimiento espiritual y al conocimiento.

Algunos de los participantes hicieron notar el aparente caos en que está sumido el consumo audiovisual en Cuba: ante el maremágnum de propuestas —buenas, regulares y malas—, mucha gente ve lo que puede y quiere, sin que importen demasiado las jerarquías artísticas, la calidad y los valores de las ofertas.

Está claro que no se puede imponer un gusto, y todavía más claro que cada persona debe tener la libertad de ver lo que prefiera. Ese espacio íntimo es, a todas luces, inviolable.

Pero el gusto sí puede ser influido, educado, orientado. Y esa es una responsabilidad de las instituciones culturales, comenzando por la más básica e importante: la escuela.

Que los planes de estudio de las enseñanzas primaria, secundaria y preuniversitaria ignoren en buena medida la creciente influencia del audiovisual en la conformación de la cultura contemporánea es, por decir lo menos, una deficiencia.

Ya es tiempo de que, desde los primeros grados, se impartan asignaturas de apreciación del audiovisual, de la misma manera en que se aprende de música y de artes plásticas. La pregunta es: ¿tenemos el personal preparado para esa misión? ¿Las carreras pedagógicas toman suficientemente en cuenta esa necesidad? Ese podría ser tema de otro comentario.

Por lo pronto, la televisión también tiene una responsabilidad en la promoción de lo mejor del cine y los dramatizados seriados. Ya se sabe que es difícil armar una parrilla con más de cincuenta películas semanales. Y por supuesto que no todo el cine que se transmite puede ni debe ser de arte (el puro entretenimiento, sin grandes pretensiones, también hace falta). Pero hay que pensar mejor las estrategias para jerarquizar las propuestas. Y para ofrecerle a los espectadores una visión crítica de muchas de las obras.

La disyuntiva ahora mismo no está en escoger entre el tan mentado «paquete» (que, obviamente, es un mecanismo circunstancial) y la propuesta «oficial», sino en procurar que la gente tenga acceso a lo mejor de la creación audiovisual, venga en el soporte en que venga, y que los consumidores tengan una visión crítica de todos los fenómenos.

Uno puede ver y hasta disfrutar (y de hecho, ve y disfruta) películas intrascendentes. La cuestión está en no creerse que eso que estamos viendo es lo mejor y lo único.

Convendría también no circunscribir el asunto al cine, pues se sabe que el espectro audiovisual es amplísimo: telenovelas, series, videos clips, videojuegos… Y las nuevas tecnologías abren mucho más las posibilidades.

Pero algo debe quedar establecido: este no es un tema menor, pues tiene un trasfondo social, político y económico con importantes implicaciones. No solo de pan vive el hombre. Las políticas garantizan el pleno ejercicio de los derechos culturales. En tiempos en los que el neoliberalismo clama por el imperio del dinero, el arte verdadero —cuestionador, incómodo, liberador— no puede quedar a expensas del mercado.

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