Montaner: El terrorista se disfraza de Caperucita

Montaner: El terrorista se disfraza de Caperucita
Fecha de publicación: 
25 Febrero 2012
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Mientras un tribunal habanero reconoció esta semana oficialmente el cambio de identidad de un transexual cubano, y por todas partes se multiplican los mensajes sobre el respeto a la diversidad, quienes nos odian insisten con la cantaleta de que los homosexuales son reprimidos y encarcelados en Cuba.

Claro, entre los que así cacarean se inscriben aquellos que, por ejemplo, participaron en la quema de la tienda El Encanto, y hoy, en tierras foráneas, claman y actúan desde la subversión porque este país pierda su soberanía y pase a ser un protectorado de EE UU. Es el caso del terrorista Carlos Alberto Montaner, quien acaba de tomar parte en las II Jornadas sobre Derechos Humanos, Sociedad Civil y Homosexualidad en Cuba, celebradas este jueves y viernes en Madrid.

Obviamente, el tema del respeto a la diversidad lo manipulan con la misma desvergüenza con que olímpicamente pudieran asegurar que en La Habana han prohibido a los discapacitados salir con sus muletas, o cualquier otra sinrazón.

Se trata, es evidente, de agarrarse a un asidero cualquiera para demeritar y empañar lo que en esta Isla acontece, y, a la vez, aupar el accionar subversivo de grupúsculos en la Isla, bajo la máscara de defensores de la diversidad.

No son nada inocentes, ni benefactores ni protectores, estos pronunciamientos de Montaner y sus acólitos. Basta hurgar entre los cables filtrados por WikiLeaks para constatar que una de las estrategias de la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana es alentar el llamado “Proyecto B”, enrumbado a lesbianas, gay, bisexuales, y transexuales entre la disidencia.

Para ello, el Departamento de Estado ha destinado 300 mil dólares, que sabrá dios a que bolsillos irán a parar. ¡Cuánta bondad y esfuerzos para defender derechos! Sin embargo, del derecho de todos los cubanos a la eliminación del bloqueo impuesto a la Isla no se habló ni una palabra durante esas jornadas, y muchos menos encuentra espacio en los grandes monopolios de la (des)información.

Públicamente, y en muy diversos espacios, -el más reciente fue le VI Congreso de Educación, Orientación y Terapia Sexual- , la directora del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex) ha reconocido la existencia en Cuba, entre 1965 y 1968, de las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), consecuencia de una cultura machista y homofóbica heredada del colonialismo español.

Tales lastres, que tiraban de las subjetividades de los cubanos como carga pesada, condicionaron la aparición de dichas Unidades, a resultas de la forma en que socialmente se manejaron esos prejuicios. Y Mariela, con entereza y civismo, al respecto ha declarado: “Pedir perdón sería una gran hipocresía. Es como quitarse la responsabilidad de encima. Al pedir perdón, se pone punto final y no se habla más del tema. Pero hay que afrontarlo, hay que concientizarlo, hay que elaborarlo, para aprender”.

Así afirmó hace unos cuatro meses, en entrevista con la Agencia Suiza para el desarrollo y la Cooperación,  para la que abundó: “Me alegro que aquí no se pida perdón, sino que se traten de establecer reglas y leyes para que nunca más ocurra.
Por eso hacemos educación sexual y de género, campañas educativas por el respeto a la libre orientación sexual e identidad de género; para que la población aprenda y supere los prejuicios que condicionan las diferentes formas de discriminación que aún subsisten en nuestra sociedad.”

Avala las afirmaciones de Castro Espín un sólido quehacer del Cenesex, en su misión de coordinador del Programa Nacional de Educación Sexual, en el que toman parte entidades como los Ministerios de Salud Pública y Educación, entre otras organizaciones de la sociedad civil. La Educación Sexual en Cuba fue asumida como política de Estado desde etapas iniciales de la transición socialista.

Estos empeños educativos por transformar subjetividades y políticas, fueron transitando desde una concepción bionormativa, centrada en la función reproductiva de la sexualidad, hasta incorporar de manera paulatina y tomando como punto de partida el respeto a los derechos, una mirada más integral, que incluye enfoques de género y diversidad.

En 2008, bajo la asesoría del CENESEX, se aprobó una resolución del MINSAP que legitima los servicios de salud, especializados y gratuitos, para la atención a personas transexuales, incluyendo la cirugía de adecuación genital, sin costo alguno. Hasta el presente, se han realizado en la Isla quince cirugías de cambio de sexo.

Existe incluso en la Mayor de las Antillas una Jornada Cubana contra la Homofobia, que cada año se despliega en torno al 17 de mayo, fecha en que, en 1990, la Organización Mundial de a Salud asumiera que la homosexualidad y bisexualidad no son enfermedades mentales. Veinte años atrás,  la Asociación Americana de Psiquiatría ya había eliminado tales orientaciones de su Manual de Clasificación de Enfermedades Mentales.

Los propósito de dicha Jornada son contribuir a la educación de toda la sociedad, especialmente de la familia y los jóvenes, para el respeto del derecho a la libre y responsable orientación sexual e identidad de género, como ejercicios de la equidad y justicia social.

Pero los detractores de la realidad cubana y sus avances, hacen como el avestruz. Tanto meten la cabeza en el agujero que ni siquiera son capaces de aludir al reciente suicidio del joven gay norteamericano Tyler Clementi, estudiante de la  Universidad Rutgers, en Nueva Jersey, quien se lanzó del puente George Washington al sentirse acosado por su condición de homosexual.

Tampoco quieren recordar que, incluso antes de que surgiera la UMAP, las leyes que en 1961 penalizaban la homosexualidad en los Estados Unidos se inscribían entre las más rudas; incluso más que las de gobiernos criticados entonces por el país norteño debido a sus “métodos despóticos”. Así lo señala David Carter en su libro “Stonewall, las protestas que encendieron la revolución gay”.

Pero no querer ver ni siquiera lo más ostensible es el estilo habitual de quienes se afilian al bando de los que odian y destruyen, como lo catalogara Martí.

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