Hay que leer… y hay qué leer

Hay que leer… y hay qué leer
Fecha de publicación: 
8 Noviembre 2015
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No hay que darle muchas vueltas al asunto: parece evidente que hoy por hoy se lee menos. Quizás haya que especificar: se lee menos libros, menos impresos. Pero eso no es necesariamente malo. Se lee menos en buena medida porque ahora hay más opciones de entretenimiento y de acceso a la cultura general. Las nuevas tecnologías, los nuevos medios han revolucionado los esquemas de consumo. El ritmo de la vida cotidiana nos resta horas para la lectura reposada, pero al mismo tiempo nos abre un abanico de nuevas posibilidades.

Permítanos desmontar de paso otra idea hermosa y romántica. Sin leer se puede vivir, y la muestra fehaciente son los millones de personas que no han leído un solo libro en toda su vida. Ahora bien, algo sí está claro: la vida con libros es mucho más rica, y es algo que se pierden los que no leen.

Que quede claro que no pretendemos denostar la influencia cada vez mayor de la computación, el mundo del audiovisual, las redes sociales… No lo haremos por una sencilla razón: esos también pueden ser medios efectivos para el enriquecimiento cultural de las personas. Lo que preocupa es que haya tantas personas que ignoren el aporte de la buena literatura al bienestar cotidiano, y su extraordinaria capacidad de entretenimiento.

Digan lo que digan, el libro sigue siendo la base de la pirámide cultural. Y cuando decimos libro, ni siquiera lo estamos circunscribiendo a la idea convencional del libro impreso. Piensen, si quieren, hasta en los libros electrónicos a los que se puede acceder desde una tableta.

Hay que leer más. Y, francamente, en Cuba hay qué leer. Nuestro sistema editorial publica cada año centenares de nuevos títulos, que están a la venta en una red de librerías que llega a todo el país. De acuerdo, los precios no son los de hace treinta años. Pero en Cuba casi nada es como hace treinta años. Y buena parte los libros tienen todavía precios módicos, gracias a que el sistema está subvencionado. Por si fuera poco, el que no pueda pagar un libro, tiene a su disposición las inmensas colecciones de las bibliotecas públicas.

No estamos diciendo que el esquema sea perfecto. De acuerdo, no todo lo que se publica es lo que la gente prefiere; ni todo lo que la gente prefiere se publica. Pero ahí hay matices: Las editoriales tienen el reto de satisfacer las demandas del público, pero no pueden desatender la responsabilidad de contribuir a la formación de ese mismo público. O sea, hay que encontrar maneras de hacer ofertas muy atractivas, y al mismo tiempo, contundentes. Y esas maneras deben tener en cuenta muchos elementos: desde la selección de los textos, hasta la calidad de la impresión y la presentación, o sea, el diseño.

En las estrategias de promoción también queda mucho por hacer. Hay que trascender cierto “eventismo”, que circunscribe la promoción de los títulos a determinadas circunstancias. Pero esa necesidad va más allá incluso de las competencias de las editoriales y sus equipos de promoción. Las rutinas de los medios de comunicación también deberían ser más proactivas. Está claro que faltan críticas, análisis, artículos, recomendaciones sobre las novedades literarias. Y no siempre las personas que hablan de literatura en los medios son los idóneos. Pero esa es harina de otro costal

Hablemos del hábito de lectura. Es muy fácil exigir respuestas a una institución, sobre todo teniendo en cuenta que la misión social de esa institución es promover el disfrute de la mejor literatura, sin lógicas mercantilistas. Pero estamos convencidos que dos instancias tienen una participación cardinal en este asunto. Una es la escuela. La otra es la familia.

Nuestros maestros y profesores, nuestros planes de estudio tienen que hacer mucho más énfasis en la necesidad de la lectura, que insistimos, es la base del edificio cultural. Nadie lo debe dudar: en la formación de un niño, tan importante como las matemáticas es la literatura.

Pero la familia es insustituible. Hay que comprarles juguetes a los niños, pero también hay que comprarles libros. Y mostrarles que los libros pueden ser tan divertidos como los juguetes. Aprovechemos la predisposición natural hacia el aprendizaje, encaucemos el potencial de nuestros hijos. El placer de la lectura, lo saben los lectores habituales, es inefable. Y nunca es tarde para comprobarlo.

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