MIRAR(NOS): Rupturas y felicidad: ¿términos distantes?
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«Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su casa, sabiendo que tienen una».
Voltaire
Hace un tiempo, cuando la norma eran los matrimonios legales, jurídicamente hablando, en el momento que se llegaba al divorcio, las partes contrayentes alegaban como algo muy normal «incompatibilidad de caracteres».
Como usted sabrá, en ese saco de lo que nos es contrario caben muchísimas cosas, desde la traición hasta… bueno, lo dicho, cualquier cosa.
En 2015, por supuesto, las parejas siguen casándose, aunque ahora estar casado es un concepto mucho más amplio. Muchas personas siguen siendo incompatibles muchos años después y deciden de todos modos probar suerte, halar la soga hasta que se rompa, pero ahorrándose los ciento y pico de pesos que vale un divorcio en Cuba.
Si es que en algún momento formalizaron compromiso, llegado el final de este, prefieren dejar las cosas como están en el papel y no firmar absolutamente nada más. A esa hora, el bendito documento no tiene ningún valor, aunque meses o años atrás apostaran por traje blanco y todos los gastos que casarse implica.
Mentiría si les dijera que no me sueño vestida de blanco. Lo he hecho, inclusive más de una vez, y estoy segurísima de no ser la única. Pero, decía alguien que me es muy cercano, «algo están echándole al maní, la gente ya no piensa como antes»… andan como a lo loco, viviendo a prisa, so pena de morir en el intento supremo de la felicidad.
¿Existe ella? ¿Cuál es su fundamento? Instantes, amigos míos, segundos de satisfacción (de cualquier naturaleza) determinan que se sea feliz por dentro. A pesar de lo apretado que vayas en tu P11, de tu carrera desenfrenada por alcanzar entradas para cualquier concierto en el Karl Marx; a pesar de cualquier pesar… digo y recontradigo: se es feliz hallando dicha en cada momento.
Lógicamente, todos los días el horno no está para galleticas, pero hay problemas que nunca tendrán solución.
El calentamiento global y el consecuente calor no debieran ser motivos de rostros largos. De nadie depende. Jamás he visto que nadie añada ni un segundo a alguno de sus días. Nos fueron asignadas 24 horas, aprovéchelas de la mejor manera. La falta de tiempo, entonces, tampoco es motivo para la amargura.
Estoy segura como de mi nombre que a lo largo de sus días encontrará más de una persona con la que descubra que tiene «incompatibilidad de caracteres».
Algunas (las más) usted las puede escoger. Rodearse de las mejores no es simplemente recordar y luego teclear una contraseña.
Tampoco existen manuales de pareja perfecta, aun cuando tenga bien claro en su cabeza qué quiere y qué no. No escribo para convencerle de que se conforme con poco.
Le insto a que pueda encontrar consuelo en que alguna vez, por algún motivo ahora escondido, pudo escoger a su media naranja sin convenio prefabricado, como en los matrimonios arreglados o en aquellos que sustentaban su amor en el tamaño de la dote.
Hay que ser un poco egoístas cuando se trata de la felicidad. En cualquier instancia, sin segundas lecturas ni posibilidades dubitativas. Antes bien, a todas luces, con los ojos bien abiertos, sea consciente de la grandeza a su alrededor.
Muchas buenas películas llegan a su fin, pero cuando rueden los créditos, procure guardar el buen recuerdo. Y no espere segundas partes, le prometo que nunca son buenas.
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