EN FOTOS: Santiago de Cuba: una pasión inolvidable
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Fotos: AIN
Cuando el adelantado Diego Velázquez de Cuéllar la fundó en calidad de villa en 1515 y la estableció como la primera capital de la Isla de Cuba, no imaginaba el conquistador el entramado histórico, social y cultural que se gestaría en el terruño que nació con la protección de Santiago Apóstol, su Santo Patrón.
Menos sospechaba Velázquez de Cuellar que 464 años después, un 24 de junio, sería Declarada Monumento Nacional, por los citados valores que la convierten, además, en el único territorio del país que ostenta el Título Honorífico de Ciudad Héroe de la República de Cuba y la Orden Antonio Maceo.
La algarabía y el murmullo de la multitud en las calles, captan la atención de quien recorre esa urbe añeja, pero renovada, no solo por el remozamiento a la que es sometida con motivo del aniversario 500, sino también por el espíritu indomable de sus hijos, frente a la rutina que suele mutilar el entusiasmo.
Y es que el dinamismo de la vida en Santiago no da lugar a la monotonía; basta pasar por la Plaza de Marte, el Parque Céspedes, la Casa de la Trova, la Placita de Santo Tomás, el Paseo Martí o por un sencillo barrio, y se percibirá la alegría, aun en las más insospechadas circunstancias.
Una mulata sube una loma con una risa que se come el mundo y protagoniza una danza de caderas, mientras escucha al trovadpr que guitarra en mano, ocurrentemente la nombra María Cristina, y le dice que lo quiere gobernar, en tanto un joven le susurra que con ella se va aunque le cueste morir.
En la calle Enramadas, una pareja baila al compás de la canción del Septeto Santiaguero que se reproduce en una pantalla gigante, convertida en un fenómeno cultural en la populosa arteria, y una muchacha reclama el jaque mate que le dieron en la peña de ajedrez del Parque Serrano.
La bahía santiaguera invita a contemplar sus encantos, sueño que se hará realidad con un Malecón erigido en el Paseo La Alameda, que más allá de constituir un espacio físico, será el sitio para enamorarse, piropear, cantar, disfrutar la belleza natural o contar las peripecias de un día de escuela o trabajo.
Lo mismo en una peluquería que en una cola, vuelve el huracán Sandy como tema recurrente para todos: la mujer que se metió en un escaparate para protegerse del viento voraz, el niño que vio su escuela hecha añicos, o el anciano que en tantos años jamás presenció fenómeno semejante.
Han pasado más de dos años y Sandy permanece en la memoria de la madre que recibió ayuda para hervirle el agua a su hijo; de los vecinos que por más de una semana, cocinaron juntos como una sola familia, y de los santiagueros que quedaron sin techo en sus viviendas, pero no sin esperanza.
Se dice Santiago y tal vez se piense en temblores y la frase ¡Misericordia!, a la que se recurre en tiempos de crisis, o se apele al sentido del humor ante las situaciones más difíciles, y se recuerde a las personas que, ante un movimiento telúrico, salieron de sus casas “como Dios las trajo al mundo”.
Alguna que otra “S” perdida y la musicalidad al hablar, marcan para muchos la diferencia en esta tierra, un criterio que declina ante la joven que acompañó a la señora que se desmayó en la parada de la guagua, sin conocerla, mientras un muchacho ofreció su carro para llevarla al hospital.
La calle Trocha espera una victoria beisbolera para abrirse al baile de un pueblo que añora su Aplanadora, y la alegría de arrollar a paso de conga en el Guillermón Moncada, más que un estadio, un sitio para forjar los sueños del niño que añora ser pelotero o el adulto que vive cada bola, out y strike.
Si pudieran hablar, qué contarían las calles sobre las madres que se quedaron esperando a sus hijos, vilmente asesinados por regímenes de oprobio antes del primero de enero de 1959, y las señoritas que se estuvieron añorando otro beso de sus novios, en tanto eran asesinados por causa de la libertad.
Qué narrarían los lugares que sirvieron de cómplices a Frank País y a América Domitro para amarse; la escalera que vio bajar, en medio de una multitud, el féretro del Normalista de solo 22 años y las calles inundadas de flores en lo que se cuenta, ha sido el entierro más concurrido en la historia de la ciudad.
Al ver los impactos de bala en los muros del Cuartel Moncada, resulta casi imposible no pensar en un abogado absuelto por la historia, o en los valerosos jóvenes que bajo su guía, hicieron del 26 de Julio una fecha inolvidable para los cubanos, desde las edades más tempranas.
Muchos, nacionales y foráneos, anhelan visitar el terruño de la Virgen de la Caridad del Cobre; el Festival del Caribe; los carnavales más populares de Cuba; la Gran Piedra; el Castillo del Morro y La Isabelica, donde el café no es igual que en otros lugares de la Isla, sino mejor, una cualidad también de su ron.
Qué decir del ron santiaguero, una preparación sobre la que tal parece se ha vertido el espíritu de este oriental territorio: sabor, calor, folclor, originalidad y pureza, y que como en otros lugares de la Mayor de las Antillas, acompaña el juego de dominó en cualquier barriada, junto al típico saladito.
Quién no desea llegarse hasta la cuna del Festival Internacional de Documentales Santiago Álvarez In memoriam; de José María Heredia, Miguel Matamoros; Ñico Saquito y Compay Segundo, el hombre en cuya tumba se puede leer una frase desafiante ante la muerte: las flores de la vida.
Son tal vez esas las flores que, en forma de rosas blancas, permanecen en la tumba de José Martí en el cementerio Santa Ifigenia, más que un patrimonio funerario, un sitial de héroes y morada colectiva para los santiagueros que allí depositan por siempre a los seres que más quisieron.
Llegarán más días para esta urbe y pese a la renovación que imponen los venideros tiempos y las generaciones que sucederán, se continuará respirando esos aires de tradición y encanto que fomentaron sus antepasados.
Pasarán entonces muchos años y sin temor al chovinismo, como ya afirmara una vez Miguel Matamoros en encumbrada sentencia musical, más de una persona desde este pedacito de Cuba dirá: Siento por Santiago una pasión que jamás podré olvidar.
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