MIRAR(NOS): La geometría de nuestras vidas
especiales
«Que nadie que ignore la geometría entre aquí»
Platón
Un lector, al que llamaremos por razones obvias «x», me comenta con asombrosa delicadeza que el título de mi columna anterior daba a entender que hablaría de triángulos amorosos, del tridente iN-voluntario del cual, por lo menos indirectamente, alguna vez hemos sido parte.
Como sabrá usted que lee, por donde quiera que mire un triángulo (la figura geométrica digo), tiene tres puntas, y tanto escalenos, como equiláteros e isósceles: todos poseen igualmente una base. No pretendo una clase de geometría.
Quien recuerde la casi recién horneada Balada de Casanova, seguramente rememorará que el «moderno susodicho» y Cecilia Valdés tenían una relación bastante estable, por lo menos el primer mes.
No comience a tirar piedras a la «ideota» de Casanova… por esta vez prefiero que me las lance a mí, pero primero autoexamínese. TODOS (así con mayúsculas), en algún segundo, hemos soñado con las tres patas de esa mesa.
¿Quién no ha imaginado hacer un batido con las características de este y del otro? En la conformación idealista de un supermodelo, luego objeto de su amor, apelará a los recursos más insospechados, a nivel mental la mayoría de las veces.
Y soñar que uno puede tener las cualidades de alguien que ya conoces (en el sentido más amplio de la palabra) acaso no es la idea básica de un trío, aunque admito: no es ese el significado que dan las mayorías.
Recientemente a alguien que creo conocer le propusieron semejante escenita, verse como protagonista en la historia de su esposa (o), otra persona y él (ella). Imagine su reacción, suponga la mía… del otro lado del teléfono espanté una sonora carcajada, disculpándome luego… no era una broma, lo supe desde el inicio por la intensidad de las palabras que escuché a través de la línea telefónica.
Indignado (a) con la petición, por «descabellada e indecorosa» (cito), decidió terminar la relación, antes de verse envuelto (a) en ese «moderno» episodio.
Con soberana autonomía de mis palabras, sabedora del poder de debate que genera esta columna, me permito recordar que al cuerpo hay que dar lo que el cuerpo pide. Todo siempre es tan nocivo, tan corrupto y tan escaso, que pocas veces se puede uno permitir algún derroche, ya sea carnal o espiritual.
Cualquier privilegio que te autoconcedas parece risible cuando ¡por fin! lo alcanzas, cuando definitivamente optas por el gustazo a expensas del tablazo.
En lo personal, dentro de todas las palabras que conforman el idioma y los últimos gritos permisivos de la RAE, detesto como suena «censura». No en sí mismo el sustantivo, más que ello, por la evocación inevitable a su definición bastante parecida a cortar las alas.
A lo largo de nuestras vidas, muchísimas veces sufriremos censura, control de nuestros actos. Le invito a no poner freno a sus instintos. En el caso de que no afecten a nadie, y por supuesto muchísimo menos a usted mismo, siéntase libre, asuma con integridad la premura con que tomó las decisiones. Limítese a vivir, sabiendo que este es el único chance. Somos ensayo-error, al final de ese sórdido experimento emerge cada una de nuestras particularizadas existencias.
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