MIRAR(NOS): La maldita culpa. EPD la fidelidad
especiales
Ama hasta que te duela. Si te duele es buena señal.
Madre Teresa de Calcuta
Ahora que la Real Academia de la Lengua Española, a diestra y siniestra, acuña términos como “amigovio” me pongo a pensar no en la definición explicita de ese ¿sustantivo? sino en otras aristas del mismo tema, algo así como pensar en la misma harina pero de diferente costal.
Resulta que medito en aquella frase de antaño en la que solía declararse, sin medias tintas, que buenos amigos no podían ser pareja sentimental. Al tiempo que íbamos o no asumiendo esas profecías, mi generación en pleno, sí asistió desconcertada a la proyección de diferentes series televisivas (Un paso adelante, Dawson´s Creek, etc) que ponían sobre el tapete un desenfreno hormonal alrededor de los cambios de pareja.
Y más allá de los coloridos y ajustadísimos vestuarios, boquiabiertos quedamos cuando comprendimos que en otros países al parecer era moda el cambia cambia de pareja. Algunos añitos después, aún protesto y no entiendo. Modelos patriarcales enraizados en la crianza que me dieron mis padres no entierran los modelos de antaño.
No estoy hablando del hecho de hacerte novia(o) de tu mejor amigo(a). En este punto sostengo ¿quién mejor que él (lla)? Para entender tus puntos de vista, tus modus operandi… nadie mejor que un mejor amigo, perdonen la redundancia.
Culpa de la cotidianeidad, de las colas, de la inflación, del calentamiento global o de los altos precios, lo cierto es que han muerto conceptos. Por nada del mundo se permitía antes que siquiera miraras con ojos de mujer al marido de tu “prójima”. Podías hacerlo muy internamente, como en secreto, pero eras mal vista si codiciabas lo que no era tuyo.
Ahora me quedo perpleja y cuasi muerta, ensayo mis mejores caras para que nada me sorprenda. Sin mucho ruido puedes encontrar lo que no esperas, por lo tanto mejor estar alertas para no pecar de ingenuos.
Hace unos días de regreso a la casa, cansada hasta los huesos y apretada hasta el alma en aquella guagua una mujer lanzó, sin previo aviso (debieran avisar de estas cosas para uno sacar el paraguas): “La fidelidad está muerta”.
A mi lado comentaban sobre la Champion league y entre cristianos y messifanáticos yo sentí aquella frase como un bombazo. Aclaro que no lo sentí así porque me considere infiel, sino por lo tajante, por el simbolismo implícito en su sentencia.
Muchas paradas después, ya la señora se había bajado y yo seguía pensando en sus palabras. Probablemente a estas alturas Ud piense que son excesos, que fue demasiado “taller” para el breve discurso de la pasajera. Sepa, que he esperado que pasen algunos días para escribirlo porque coincido absolutamente, mal que me pese, la fidelidad es un concepto olvidado.
Yo misma no me fío y procuro no prometer. Quiénes vuelven las espaldas al asunto ignoran (espero que ignoren) códigos de responsabilidad al parecer anclados en años de una época distante. El siglo veintiuno ha dilapidado momentos de emoción.
Aquí en La Habana, me he topado con conceptos de películas que yo pensaba tenían más en común con distantes latitudes. Una amiga de las redes sociales, por supuesto no diré su nombre por razones obvias, me habla de su situación sentimental y enarbola una bandera: “Amigos con beneficios Liz, ¿no sabes lo que es?”
Lamentablemente lo sé. El siglo XXI va resultando bastante absorbente. Aclarar planteamientos sobre moral, responsabilidad y palabra empeñada parece un tema lejano. Podrías caer en el descrédito sino te circunscribes al contexto, parece filosofía, pero es una verdad como un templo. El tiempo cambia y las personas con él.
Todos los días descubro, aunque no hay nada que descubrir, que aparentemente nadie tiene la culpa… pero en paz descanse: ha muerto la fidelidad a uno mismo, la peor de todas.
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