Belmondo regresa convertido en icono de la modernidad
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"Es nuestra mejor y más completa promesa, capaz de interpretar a un aristócrata y a un mendigo, a un intelectual y a un gángster", sentenció François Truffaut al término del rodaje de "La Sirène du Mississippi" ("La sirena del Mississippi") en 1969.
Diez años antes, Jean-Luc Godard le había dado la oportunidad en la explosiva "À bout de souffle" ("Al final de la escapada"), un manual de modernidad propulsado por el inédito carisma de su protagonista, un desconocido Belmondo. Era un dandismo a la francesa.
Fue la primera parada de una filmografía que oscilaba de la audacia intelectual de Louis Malle o Alain Resnais a un cine popular cuya repercusión garantizó al intérprete un puesto en el santuario sentimental de sus compatriotas. Él asegura que no revisa sus películas.
"La gente se queda con su faceta popular pero tras esta siempre hubo un actor de recursos, con una técnica asombrosa", argumenta a Efe Christophe Ernault, cantautor y redactor jefe de la publicación de culto "Schnock", un tratado trimestral de nostalgia que dedica su último número a la leyenda.
La suya no arrancó bien. Cuando el jovencísimo Belmondo trató de acceder a la prestigiosa Comédie Française -la academia teatral que fundó Molière- el jurado fue tajante: con aquel físico jamás triunfaría en el oficio.
De espalda poderosa, mandíbula plegada y una nariz esculpida en el circuito del boxeo amateur, el singular atractivo de Belmondo era lo que el cine de los sesenta a su herencia clásica, un desafío.
"Bébel", como pronto le apodó el público, vino al mundo en el seno de una familia de artistas vecina del suburbio parisiense de Neuilly-sur-Seine. Era un adolescente indisciplinado que trocó los guantes de portero por los del boxeo y, de la lona a las tablas, terminó incubando una intensa fascinación por el teatro.
"Y afortunadamente" cambió, decía riendo Zidedine Zidane en el documental "Belmondo Itinéraire", con el que Cannes honró al actor en 2011, y cuyas imágenes mostraban a un arquero que se mordía la lengua en los penaltis y sacaba el puño sin mucho tino.
Fue precisamente su físico -"perdimos a un atleta pero ganamos una estrella", reflexiona Ernault- el que, ya algo maduro y a finales de los setenta, empujó la carrera de un héroe de acción dueño de "una mirada ardiente" que, dijo Claudia Cardinale, le valió otra carrera en las columnas de sociedad.
Ante Alain Delon, el guapo sin gracia, el público se decidía por el "feo" Belmondo en un país que, de Cyrano de Bergerac a Serge Gainsbourg, nunca supo resistirse a una buena nariz.
"Era y es un tipo simpático, ha sabido envejecer junto a varias generaciones gracias a la televisión, que aún emite en bucle sus películas", explica Ernault, antes de elogiar la "seductora levedad" de un James Bond de barriada siempre del brazo de las "belmondettes", actrices de una sola obra.
Luego, con el paso de los años, Belmondo se hizo a un lado hasta que, en 2001, un accidente cardiovascular le impidió el habla sumergiéndole en una lenta recuperación que le apartó radicalmente de los focos.
Ahora, separado de su última pareja -una ex chica playboy cuyos afectos, reconoció ella, eran más financieros que amorosos-, Belmondo mantiene aún viva su "fascinación por esos seres de otro planeta, las mujeres", según confió en una reciente entrevista con el semanario Paris Match.
Su popularidad, entretanto, sigue intacta. "Siempre se ha mantenido al margen de los medios y, al contrario que Bardot o Deneuve, ese silencio le ha ayudado", zanja Ernault.
A Belmondo, que vuelve a dejarse ver, le sigue gustando lo mismo. "Paseo al perro, me río con mis amigos, voy al cine, al teatro". Nada más. "La vida, la vida, la vida". EFE
Por Carlos Abascal Peiró
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