Arbolitos de navidad... ¡Felicidades!
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En verdad nos las merecemos. Pero, ¿qué es realmente la felicidad? Para Aristóteles, el fin o bien último que persigue el hombre es la eudaimonía, o sea, la felicidad, entendida como plenitud de ser.
Según este sabio, discípulo de Platón y padre fundador de la lógica, no es con riquezas, honores, fama o placer que puede alcanzarse la felicidad, sino mediante la práctica de la virtud. Con variaciones de la definición aristotélica, porque son otros los tiempos, en julio de 2011 la Asamblea General de la ONU hizo espacio por primera vez a este tema entre los trajes, corbatas y portafolios de sus asistentes, invitando a los países miembros a medir la felicidad de sus pueblos como brújula a tener en cuenta por los gobernantes.
En abril del año siguiente convocó a una reunión de alto nivel sobre la felicidad, y ese mismo 2012 quedó instituido el 20 de marzo como Día Internacional de la Felicidad, para reconocer la relevancia de la misma como aspiración universal de los seres humanos y la importancia de su inclusión en las políticas públicas.
También ese mismo año apareció, para sorpresa de no pocos, el primer Informe Mundial de la Felicidad, elaborado por las Naciones Unidas, mediante la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible. Aun cuando sea una empresa bien compleja apresar a esa escurridiza entre tablas y estadísticas, psicólogos, sociólogos, economistas, médicos y otros especialistas aseguran que es posible medir la felicidad de una nación.
Timothy Sharp, por ejemplo, el jefe del Instituto de la Felicidad de Australia y psicólogo clínico, subraya que «algunos componentes de la felicidad son medibles y cuantificables y, definitivamente, se puede enseñar a alguien a ser feliz». Su instituto propone algunas llaves a los ciudadanos para abrir las puertas de la felicidad: tener objetivos claros, llevar una vida saludable (ejercicio, nutrición y pautas de sueño), ser optimistas —sin dejar de lado al realismo—, centrarse en las fortalezas que cada quien posee y no en sus debilidades, así como disfrutar cada momento. Esto último debe ser apoyándose en aquello de que la Felicidad no es una estación de llegada, sino una manera de viajar.
El Segundo Informe Mundial de la Felicidad, hecho público en 2013, al encuestar a los individuos, lo hace desde dos ángulos: cuán feliz se considera la persona al momento de ser encuestada, y cuán feliz ha sido su vida toda. Al mismo tiempo, tiene en cuenta seis variables: el PIB per cápita real, la esperanza de vida sana, tener alguien con quién contar, la libertad a la hora de tomar decisiones en la vida, el no vínculo con la corrupción, y la generosidad.
Según esta última investigación de la ONU, que abarcó a 156 países, la felicidad mundial promedio es de 5,1 de un máximo de 10. En comparación con el anterior estudio, Latinoamérica y el África subsahariana han aumentado sus índices de felicidad, mientras que en los países industriales la población empeoró su bienestar. Los tres países más felices del mundo, de acuerdo al citado y polémico estudio, son Dinamarca, Noruega y Suiza. Los más infelices: Togo, Benin y la República Centroafricana. Entre las naciones que más pérdida de bienestar han experimentado debido a la crisis económica se cuentan, por este orden, Grecia, España, Italia y Portugal.
¿De dónde son los cantantes?
Cuba no quedó contenida en estas indagaciones, y se hace casi imposible encontrar estudios del patio y de libre acceso que aborden el tema. No obstante, una investigación realizada para la revista Bohemia por esta reportera y la colega Tania Chappi, intentó aproximarse al asunto hace siete años.
Desde entonces, mucha agua ha llovido sobre la Isla, pero no deja de ser interesante remitirse a algunos de aquellos resultados. Para los cubanos de 2007, la felicidad conectaba con la buena salud, la armonía familiar y el hacer el bien a los demás, según un sondeo aplicado a 159 personas de todas las provincias del país.
La mayoría de los encuestados, alrededor del 60 por ciento, se declaró medianamente feliz. Las tres razones que más reiteraron para sentirse así fueron: porque es un asunto circunstancial o se da de manera incompleta, por el escaso poder adquisitivo, y por conflictos asociados con la familia.
A propósito de aquella indagación, la conocida psicóloga Patricia Arés Muzio explicó —y ello es igual de válido para este presente— que «ser feliz es una predisposición psicológica asociada con la personalidad del individuo y su actitud ante la vida. Quienes hacen depender su felicidad de las circunstancias externas son más infelices que aquellos que, con optimismo y desde lo positivo, aplican sus potencialidades para manejar las circunstancias».
Para Arés Muzio la felicidad es un proceso, no una meta. Se trata de una actitud, una especie de prisma a través del que se hacen pasar los problemas; de ahí las posturas pesimistas y optimistas.
Sería propio de avestruces —que meten la cabeza en un hueco en la tierra para no ver a su alrededor— desconocer la incidencia de las condiciones objetivas sobre el bienestar de las personas. A medida que se acumulan las circunstancias objetivas adversas, ello va socavando los sentimientos de poder de cada individuo, su capacidad para alcanzar metas. De todas formas, la especialista enfatiza: «las personas son más o menos felices en función de sus formas de asumir la vida y apropiarse de una realidad de manera activa diciéndose: Yo puedo».
Ahora que empiezan a «aflorar» los arbolitos de navidad, los planes para despedir el año y dar la bienvenida al 2015, vale recordar estos argumentos cada vez que pronunciemos el consabido Felicidades. Que no sea solo una formalidad porque, como decía el escritor Robert Louis Stevenson, «no hay deber que descuidemos tanto como el deber de ser felices».
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