Burkina Faso: Mientras el oro no cambie de mano...
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El comienzo de una rebelión popular y el golpe de Estado militar en que devino para sacar del poder al presidente Blaisé Compaoré en Burkina Faso, no devino nunca en preocupación para Estados Unidos ni la Unión Europea, que manejaron rápidamente sus peones, con el fin de sacar al ahora exmandatario y a su familia en un avión francés y asegurarle la mantención de sus emolumentos por labores prestadas, probablemente en alguna cuenta de Suiza, donde generalmente iban a parar.
Compaoré ya había previsto nombrar un gobierno de transición, pero la rapidez de los acontecimientos hizo que el ejército se encargara de asumir el mando, al tiempo que trataba de aplacar manifestaciones que destruyeron mediante el fuego al Parlamento y otras entidades del Ejecutivo.
Integrantes de la más alta dirigencia militar se han turnado para proclamar su decisión de encabezar el gobierno de transición, pero no fue hasta hace unos días que se acordó celebrar elecciones legislativas y presidenciales en noviembre del 2015.
Aunque presidentes de la Unión Africana y el representante de las Naciones Unidas para África Occidental se reunieron con los líderes interinos, todos militares, encabezados por el teniente coronel Isaac Zida, no da mucha confianza la promesa castrense de lograr una transición civil, ya que algunos de ellos habían sido estrechos colaboradores de Compaoré y se les asocia a monopolios extranjeros presentes en el país africano.
Más que un golpe de Estado militar, como lo califica la mayoría de los analistas, es un relevo después de 27 años de una figura golpista que logró imponerse posteriormente en cuatro elecciones sucesivas y pretendía alargar su mandato.
Sometido a una fuerte presión internacional, Zida ha declarado que alberga «esperanza» de que el pueblo de Burkina Faso «pueda lograr un acuerdo» para «encontrar una solución, con el fin de lograr una transición civil».
El quid de la cuestión
Esta nación africana, independiente del colonialismo francés desde el 5 de agosto de 1960, con un estimado de 15 millones de personas en sus 274 200 kilómetros cuadrados, vivió una época de inestabilidad durante las décadas del ’70 y ’80, luego de lo cual varios cientos de miles de trabajadores rurales emigraron cada año a Costa de Marfil y Ghana en busca de trabajo.
Antiguamente llamado República del Alto Volta, el país fue renombrado el 4 de agosto de 1984 por el presidente Thomas Sankara. Burkina Faso quiere decir «patria de hombres íntegros», del término mooré burkina, «hombres íntegros», y de la voz dyula faso, «patria».
Sankara, un carismático capitán de ideología marxista, cambió no solo el nombre del país, sino que modificó la bandera y el himno nacional, y comenzó a tomar medidas desagradables para los intereses occidentales.
De ahí el sangriento golpe de Estado en 1987 de Blaisé Compaoré y el asesinato de Sankara, conocido como el Che Guevara africano.
Compaoré mantuvo a lo largo de los siguientes 27 años una política radicalmente opuesta, que le convirtió en uno de los sátrapas más corruptos de África y en un dictador de la más absoluta confianza de Estados Unidos y de Francia.
Ahora, y después de la oposición del ejército y de la sociedad civil a un proyecto de reforma constitucional por medio del cual Compaoré pretendía perpetuarse en el poder, serán también Washington y París los que esbocen una «hoja de ruta» para una eventual transición.
Eso permitirá el mantenimiento del statu quo que permita a Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea seguir teniendo pleno acceso al mercado burkinabés y, en especial, a las minas de oro y su producción actual de 1 500 toneladas.
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