Rusia responde

Rusia responde
Fecha de publicación: 
3 Noviembre 2014
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Firme y consecuentemente, Rusia ha seguido respondiendo a cada paso agresivo alentado por Occidente y seguido por sus socios de la Unión Europea y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), como el más reciente estreno de armamento sofisticado, incluido el cazabombardero invisible F-22 o Raptor para presuntamente combatir al Estado Islámico -hijo de la inteligencia occidental e israelí-, un pretexto para destruir la infraestructura petrolera del país árabe.

Como se sabe, Rusia rechazó nuevas represalias económicas occidentales por la supuesta injerencia de Moscú en los asuntos de Ucrania, principalmente en la cuestión de Crimea, cuando la inmensa mayoría de su población acordó democráticamente adherirse a la Federación Rusa.

“Todo tiene sus límites, y en el caso de Ucrania nuestros socios occidentales se han pasado de la raya; se han comportado de manera grosera, irresponsable y poco profesional”, fue la respuesta del primer ministro Vladimir Putin a las sanciones que Estados Unidos obligó a adoptar a una Unión Europea con graves problemas económicos, incluyendo a Alemania, su “locomotora”, y Francia.

Moscú respondió con la prohibición de importar alimentos de EE.UU. y la Unión Europea, y obligó a esta a que ayudara a pagar parte de la deuda ucraniana respecto al gas, rubro que rebajó considerablemente su precio hasta marzo del 2015 para manifestar su buena voluntad, no obstante los entuertos tejidos por Occidente.

Asimismo, Rusia dio a conocer una nueva generación de aviones de largo desplazamiento y gran velocidad, que responde y deja virtualmente nulificado el proyecto de Estados Unidos de emplazar un Escudo antimisil en Europa, presuntamente dirigido contra Irán, cuando basta mirar un mapa para comprobar que en un hipotético ataque iraní, esos artefactos no pasarían por Europa Central, sino por un camino más corto, el del Polo Norte.

Washington ha hecho de todo para perjudicar a Moscú: desde llevar hasta sus fronteras ejercicios bélicos de la OTAN con países fronterizos con Rusia, hasta valerse de la siempre cómplice Arabia Saudita para hacer bajar los precios del petróleo, acción que perjudica también a Irán, Venezuela y otras naciones dependientes de la exportación del crudo.

Pero ello ocurre cuando Rusia alcanzó los 10,6 millones de extracción diaria del oro negro, con lo cual supera a Arabia Saudita, y es la cifra más significativa desde los tiempos del colapso de la Unión Soviética.

Toda esta producción y los mantenidos y aumentados vínculos con China, el mayor consumidor de petróleo y gas, ha permitido convenios multimillonarios, afianzadores de la economía rusa, que le ayudan a superar inconvenientes de las sanciones occidentales.

No solo con adecuadas respuestas económicas respondió Rusia a las sanciones occidentales, sino que ha montado todo una parafernalia militar para evitar que el actual grupo gobernante ucraniano sea la cabeza de playa de alguna trasnochada aventura bélica contra la ex nación socialista.

Moscú incluso ha reconocido las menguadas elecciones parlamentarias realizadas hace unos días en Ucrania, con el fin de distender una situación agravadas por los elementos neonazis y revanchistas que están detrás de las rupturas de acuerdos de cese al fuego, acciones de sabotaje dentro del territorio ruso y cañoneos continuados contra ciudades del este de mayoría parlante rusa, al tiempo que presionan para más acciones punitivas del millonario  presidente Petro Porochenko.

Recuerda el politólogo Víctor Wilches que Ucrania juega un rol estratégico en los intereses y en las aspiraciones hegemónicas de EE.UU. desde siempre en su afán por controlar el mundo.

Estas tendencias vienen desde tiempo atrás. A inicios del siglo XX la teoría del “Heartland”, de Halford Mackinder, sostiene que “quien gobierne en Europa del Este dominará el Heartland; quien gobierne el Heartland dominará la Isla-Mundial; quien gobierne la Isla-Mundial controlará el mundo. Y quien domine el ‘Heartland’, domina el mundo, especialmente si controla Ucrania”.

Y aunque especialistas hablan generalmente de “golpe blando”, este no fue exactamente el utilizado en Ucrania: Allí no existió la “revolución de colores”, generada en el Albert Einstein Institution, de Gene Sharp; en ese caso se recurrió a la aplicación de diferentes instrumentos para llevar a cabo el golpe de Estado. Estos van desde la utilización de la protesta social pacífica, hasta métodos abiertamente radicales, en los que prevalecen formas de violencia extrema apuntaladas con grupos neonazis y extremistas nacionalistas y mercenarios-francotiradores.

La complejidad nacida del apuntalamiento contrarrevolucionario, las medidas occidentales para seguir la corriente que le hace el juego al fascismo, ha estado siendo respondida paso a paso por Rusia, siempre con la mira puesta en utilizar dignamente el camino de la paz, pero sin “tembleques”, porque solo así podrá alejar el peligro de una devastadora conflagración.

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