¿Qué harías si un día tu padre se convierte en Don Quijote?
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En el siglo XVI Miguel de Cervantes le regala al mundo el más icónico de los personajes literarios, uno que de tanto leer “libros de encantamientos, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores y disparates imposibles; se le llena la cabeza de fantasía".
Tan terco y fantasioso como Don Quijote de la Mancha es Woody Grant, el protagónico de Nebraska, la última película del norteamericano Alexander Payne. Como al Quijote, a él lo tildan de loco, de viejo y de enfermo.
Su mal: creer todo lo que le dice la gente.
Woody Grant (interpretado con unos rasgos perfectamente ajados por el veterano Bruce Dern, quien Hollywood mantuvo olvidado desde los años ´70 y que obtuvo por este filme el Cannes a Mejor Actor) recibe un día un vale de una empresa de telemarketing que promete darle un millón de dólares si va a recogerlos a una ciudad que se encuentra a miles de kilómetros de su casa. Él, que cree en lo que lee, porque no entiende el mundo en el que vive, termina embarcándose junto a su hijo (que funciona como una especie de Sancho Panza) en un viaje físico y emocional para cobrar un premio de lotería que no existe.
Con esta premisa, Payne logra un retrato realista de la vejez, la locura y las relaciones paterno-filiales imperfectas. Y para ello -cinematográficamente hablando- se toma su tiempo, (la película dura poquito más de dos horas), pero nada sobra. Como en la vida misma, se necesita tiempo para sopesar los conflictos y madurar las soluciones.
El hijo de Woody Grant, (Will Forte), es parte esencial del ensamble actoral extremadamente creíble del filme (también integrado por la esposa de Dern, June Squibb, y por su otro hijo, Bob Odenkirk). Los personajes que nos presenta Payne son reales y de tan mundanos, redondos. Ninguno sobresale por encima del otro, ninguno pertenece al estrellato al que Hollywood nos tiene acostumbrados, y esto resulta decisivo para el tratamiento del amor filial y la conexión entre padres e hijos –visto desde la perspectiva de los hijos- que nos propone la película.
Payne declaró en una entrevista en el año 2012 que no se había encontrado con un guión ajeno que le gustara lo suficiente como para querer dirigirlo. Teniendo en cuenta estas palabras, resulta revelador que su siguiente película, del año 2013, sea el primero de los seis largometrajes dirigidos por él cuyo guión no escribió.
Pero es de entender por qué Payne se interesó en este guión de Bob Nelson: De alguna manera, es como si lo hubiera escrito él mismo. Primero, por las locaciones en las que está ubicada (Payne vivió mucho tiempo en Nebraska); segundo, por ser una road movie, como sus largometrajes A propósito de Schmidt (2002) y Entre copas, (2004); y tercero, por el tratamiento del tema: Si en Los descendientes (2011) Alexander Payne nos hablaba de cómo ser padres, en Nebraska nos muestra el camino para ser plenos hijos.
A diferencia de obras anteriores de Payne, aquí las metas, si bien realmente ambiciosas, son ampliamente logradas. Nebraska es una obra de arte, pero también crítica social y cuestionamiento a la gelidez de las relaciones humanas y a la locura generalizada de creer loco a un Quijote.
Es una película llena de personajes masculinos, donde la fotografía -de Phedon Papamichael-, todo el tiempo en blanco y negro, se vuelve, de tan imbricada al argumento, un personaje más. Donde la banda sonora, extremadamente oportuna, tiene la cualidad excepcional de dividir en capítulos o secciones las partes del filme. Una película dulce -pero no inofensiva-, tierna hasta la médula, que hará estremecer –como mínimo- a todo aquel que quiera a su padre.
Dirección: Alexander Payne
Intérpretes: Bruce Dern, Will Forte, June Squibb
Producción: EE.UU, 2013. 121 m. Drama.
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Rolando Alonso
ss
IDALIA ALMENARES
IDALIA ALMENARES
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