Columna deportiva: Malditos 100 metros
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Es la prueba más publicitada y seguida del atletismo. En menos de 10 segundos, ocho hombres lo entregan todo para recorrer velozmente los 100 metros que separan la arrancada de la línea final. Solo los más completos logran brillar; sin embargo, cada vez son más los corredores que intentan, por medio del dopaje, mejorar sus habilidades físicas, y el jamaicano Steve Mullins ha sido el último en retornar al «club de los tramposos».
La corpulencia de Mullins era impresionante. Además, su país de procedencia representaba una excelente carta de presentación, porque no es un secreto que Jamaica posee excelentes entrenadores, capaces de descubrir y perfeccionar la técnica de los talentos. En 2004, Mullins, por entonces con 21 años, se presentó en los campeonatos nacionales, con el objetivo de obtener la clasificación a la Olimpiada de Atenas; pero en un control antidoping detectaron que en su cuerpo había una sustancia prohibida.
Una prometedora figura de la velocidad quedaba nuevamente manchada por el dopaje. No sería la última, de seguro. Tal vez pocos pensaron que el jamaicano regresaría a las pistas. Pasaron los dos años de sanción y Mullins no parecía capaz de recuperar su forma; sin embargo, a mediados de 2011, ya con 28 años, poco antes del Mundial en Daegu, el mundo atlético se vio sorprendido por una espectacular carrera de Mullins, quien detuvo el cronómetro en 9,80 segundos. Esa marca lo convertía en uno de los favoritos en el fortísimo campeonato de su país; aunque el asombro no duró mucho tiempo, porque las autoridades encontraron otra vez la presencia del doping.
Mullins fue atrapado con furosemida, un diurético que ayuda a una rápida eliminación de fluidos, así que los atletas fraudulentos lo emplean para enmascarar la presencia, en su organismo, de sustancias dopantes. No había nada más que hacer, pues el reglamento establece que ante un segundo análisis positivo, el atleta queda suspendido de todas las competiciones de por vida.
Probablemente el corredor apele su sentencia ante una corte arbitral deportiva, un recurso muy utilizado por estos días en los que se decide la suerte del ciclista español Alberto Contador en un tribunal; pero, en realidad, la credibilidad de Mullins —¿también la de Contador?— está dañada por completo. No habrá una tercera oportunidad para el fornido hombre.
El nombre de Mullins se agrega a una lista en la que nadie quisiera entrar: la de los velocistas tramposos. El «líder del grupo» es recordado como uno de los mayores fraudes en el deporte, ya que el canadiense Ben Johnson pasó de héroe a villano en menos de 24 horas, durante los Juegos Olímpicos de Seúl, en 1988. Ganó la carrera, dejó en plata a Carl Lewis; sin embargo, estaba muy dopado. Lo peor de Johnson fue que cuando regresó, lo volvieron a sorprender con esteroides. Parece que los tramposos no saben redimirse. Quizás sin los esteroides nunca hubieran sobresalido.
Después del escándalo de Johnson, varios de los mejores hombres de los 100 metros también «optaron» por incluirse en la lista de fraudes. Entre ellos estuvo el británico Linford Christie, un inesperado campeón olímpico, en Barcelona, 1992. Tenía 33 años cuando dio positivo en un examen y su trayectoria quedó manchada. Curiosamente, Johnson y Christie nacieron en Jamaica.
La lista negra de los 100 metros continúa y ya no con nativos jamaicanos. Los norteamericanos lucían indetenibles en la velocidad. No era raro ver tiempos asombrosos y en septiembre de 2002 Tim Montgomery recorrió la distancia en 9,78 segundos, por lo que batió el récord que poseía Maurice Greene. El engaño duró un poco más y solo concluyó cuando se desató el penoso escándalo de los laboratorios BALCO, en San Francisco. Montgomery fue uno de los implicados en el uso de la hormona de crecimiento humano. Al atleta le retiraron los títulos alcanzados desde 2001 y, por supuesto, invalidaron su marca.
El «sucesor» de Montgomery lucía prometedor. Justin Gatlin irrumpió en el escenario atlético con un oro olímpico en Atenas, y luego se consagró campeón mundial en Helsinki, e incluso igualó el récord universal, con 9,77 segundos; no obstante, también estaba sucio y en 2006 las autoridades estadounidenses detectaron elevados niveles de testosterona en Gatlin. El corredor proclamó su inocencia; sin embargo, ante las evidencias, decidió cooperar con la investigación y esto le permitió reducir su sentencia de 8 a 4 años.
Regresó en 2011; aunque ya no era el mismo.
Cuando son sorprendidos dopados, los atletas declaran sentirse engañados por entrenadores o representantes —pocos reconocen su culpabilidad—; sin embargo, el norteamericano Dennis Mitchell fue más «original» y justificó su exceso de testosterona con un argumento que dejó sin palabras a fanáticos y especialistas: él tomó mucha cerveza e hizo cuatro veces el amor con su esposa. Lo más interesante de esta «apelación» fue que la Federación de su país la consideró válida; aunque la IAAF no estuvo de acuerdo con esa defensa y ratificó la sanción.
Entre las mujeres velocistas de 100 metros planos también abundan los casos de fraude, y el más recordado de todos fue el de la tristemente célebre Marion Jones. Ella también quedó involucrada en el escándalo BALCO y tuvo que devolver sus medallas olímpicas y mundiales; además, la IAAF anuló todos sus resultados deportivos obtenidos desde septiembre de 2000.
Tantas historias de dopaje reafirman una idea nada agradable: la carrera más veloz del atletismo es una especialidad «maldita».
Esperemos que la figura más mediática de este deporte y uno de los atletas más reconocidos en el mundo, el jamaicano Usain Bolt, nunca ingrese a la «lista negra».
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Eddy J. SUarez del Villar Burke.
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