Escocia: Entre el corazón y el bolsillo
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No es la cuestión del porqué Gran Bretaña se ha mantenido unida, después de integrarse a sangre y fuego, a costa de escoceses y norirlandeses, principalmente, sino de cuánto durará esta unión, que Londres mantiene en parte a costa del chantaje económico.
Pero la cuestión va más allá de las películas y montajes turísticos que presentan a Escocia como la tierra de las gaitas y de los hombres con faldas a cuadros, obviando una larga historia durante la cual los ricos escoceses traicionaron a su pueblo, envuelto en una épica batalla para evitar la virtual absorción por Inglaterra.
Y es que dentro de poco más de nueve meses, el 18 de septiembre del 2014, los ciudadanos escoceses podrán acudir a las urnas para dar respuesta a una escueta y rotunda pregunta: «¿Debe ser Escocia un país independiente?». Según los sondeos, desde hace meses predominan los predispuestos a contestar negativamente, un 49%, frente a tan solo un 32% a favor.
Ello supondría un pobre resultado, si se olvidara que el Partido Nacional Escocés (SNP, por su sigla en inglés) ganó inesperadamente, y por mayoría absoluta (69 de los 129 escaños en disputa), las elecciones al Parlamento escocés del 5 de mayo del 2011, a las que concurrió con un programa cuya promesa principal era precisamente el ya convocado referéndum.
Los promotores independentistas no pierden la esperanza de que, a última hora dentro de un año, pueda ocurrir, como en mayo del 2011, lo inesperado. A dos meses tan solo de la cita electoral, todos los sondeos coincidían en estimar una holgada victoria del Partido Laborista, con hasta 15 puntos de ventaja sobre el SNP. Pero a pocos días de la votación, anticiparon un vuelco espectacular: una clara victoria (y por hasta 11 puntos de diferencia) del SNP, que fue lo que finalmente ocurrió.
Pero ahora las circunstancias son otras. Conviene recordar que en aquellas elecciones solo participó la mitad del cuerpo electoral escocés (la abstención fue del 49,6%). Algunas voces en Londres han sugerido que el referéndum solo sería plenamente significativo si los votos a favor de la independencia representasen como mínimo el 40% del censo electoral (1,6 millones de votos).
Debe tenerse presente también que los datos de opinión disponibles indican que, en estos momentos, buena parte de la ciudadanía escocesa se inclina más bien por una «casi ruptura», es decir, por una ampliación al máximo posible del actual proceso de «devolución» de competencias, pero sin llevar las cosas hasta el extremo de una secesión respecto del Reino Unido.
El primer ministro británico, David Cameron, logró en la negociación con el líder independentista Alex Salmond imponer que la pregunta quedara formulada de forma rotunda e inequívoca: la opción pura y dura entre un sí o un no, sin medias tintas. Y queda, por último, la incertidumbre respecto a si una secesión conllevaría la salida de Escocia de la Unión Europea.
Los datos referidos a Escocia invitan a concluir que la masiva identificación emocional dista mucho de equivaler a una opción neta por el independentismo.
Y es porque la economía centra el debate sobre la independencia. La tranquilidad con la que los británicos viven la posibilidad de que se rompa la unión, quizás se deba a la madurez de su sistema supuestamente democrático. O simplemente al hecho de que los sondeos siempre han augurado una clara victoria de los partidarios de la unión. Sea por lo que sea, el debate no se centra por el momento en cuestiones de identidad, de derechos o de historia —que es lo honesto—, sino en cómo afectaría la secesión a la vida y al bolsillo de los escoceses, y en general de los británicos.
Sería precipitado concluir que la unión ya ha ganado el referéndum. Primero, porque hay todavía muchos indecisos: uno de cada cinco votantes aún no sabe si quiere que Escocia sea independiente o prefiere que siga en Reino Unido. Y, segundo, porque una parte significativa del voto contra la independencia es de ciudadanos a los que el corazón les pide independencia, pero la cabeza, o la cartera, les pide seguir en Reino Unido.
Ese mismo sondeo, por ejemplo, revela que hasta un 11% de quienes ya se han decidido por el no podría acabar votando a favor de la independencia, si no tuvieran garantías de que Escocia obtendrá mayores poderes fiscales y en materia de políticas de bienestar, si decide mantenerse en Reino Unido.
Eso quiere decir que el debate sobre la independencia es más pragmático que ideológico, porque hasta un 47% de los escoceses votaría a favor de la independencia, si tuviera la seguridad de que eso significaría que sus ingresos anuales aumenten. Al final, el argumento económico, más que el político, parece prevalecer, pero esto es lo que dicen las encuestadoras manejadas por los ingleses.
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