Adiós a la muñeca rota

Adiós a la muñeca rota
Fecha de publicación: 
12 Noviembre 2013
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Si yo fuera niña sentiría tristeza por tener que dejar a un lado mi muñeca rota. Pero como no lo soy el dolor por la pérdida de aquella muchacha de treinta y tantos años que se me apareció guitarra en mano como flotando con sus trenzas largas, cabello claro, cuando intentaba convertirme en pintora en la escuela de artes plásticas de la hoy villaclareña ciudad de Sagua la Grande, es el recuerdo destrozado por la ausencia de quien siempre dejó a su paso la impronta del ser único y distinto. Así disfruté en la memoria, a lo largo del tiempo, a Teresita Fernández y es la evocación que más prefiero guardar.

 

Porque antes de tenerla frente, a mis escasos 12 o 13 años escuchaba atentamente las historias fantásticas que contaba sobre ella su hermano Manolo, uno de mis más cercanos maestros: aquellos gatitos que recogía por doquier, las flores y las hojas silvestres o cualquier trasto que encontrara por ahí y le diera gusto para llevarlos todos a su casa en Santa Clara que nunca, decía el profe Manolo, pudo poner en orden. Así hablaba casi a diario en medio de una y otra pincelada de alguien bien adentrada en sus sentimientos. Y los trasladó a unos pocos que en las tardes, luego de haber finalizado los turnos de clases en la secundaria, nos enfrascábamos en ese otro aprendizaje que aunque no me hizo artista, sí contribuyó a encontrarle un poco de arte al enfrentamiento a la vida.

 

Y un día pasó de mi remembranza a los primeros pasos en el acervo musical de mi hijo. Como al de otros tantos de nuestro país. Nunca le conté de este pasaje, hoy lo develo. En ocasiones guardo para mí sucesos disímiles y no por egoísmo. Quizás sea un gesto intimista. A Michel, hoy precisamente encargado de reportar para el periódico en que trabaja el sepelio de la maestra normalista de profesión, Doctora en Pedagogía, narradora y trovadora porque enrumbó por esos caminos, le acompañaron en su niñez El gatico vinagrito, Tin tin…la lluvia, Porque tenemos el corazón feliz… y otras tantas como su musicalización del Ismaelillo, de nuestro apóstol José Martí, las Rondas de la poeta chilena Gabriela Mistral. Y sé que de alguna manera les llegaron para bien.

 

La cantora mayor, como le ha dado en llamar la crítica, Teresita Fernández García, nació el 20 de diciembre de 1930 precisamente en la hermosa ciudad de Santa Clara. Dueña de unos pocos estudios musicales y, sobre todo de formación autodidacta, inventaba incesantemente sus canciones. Sin ellas no podría haber existido. Después de improvisar en fiestas familiares y haberse acercado a algunos cultores de la trova tradicional, Ignacio Villa, nuestro gran Bola de Nieve la descubrió y presentó al público del restaurante Monseigneur, en La Habana. Más tarde Treresita inició una serie de actuaciones en radio, televisión y pequeñas salas de teatro habaneras. Vivió tranquila, sencilla, modesta, junto a la felicidad de los que todo lo tienen sin apenas tener. Mereció, entre otras, la Distinción por la Cultura Nacional. Pero por sobre todas vivió en la preferencia de unas cuantas generaciones de cubanos. El amor del pueblo fue su mejor reconocimiento. Se lo llevó a su última morada en la necrópolis de Colón, a donde le llegarán sus flores y hojas silvestres.

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