Reynaldo González: este cine que nos ve

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Reynaldo González: este cine que nos ve
Fecha de publicación: 
18 Noviembre 2011
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El cine nos ha abierto una nueva mirada del mundo desde su surgimiento. Esa mirada desafiante, lúdica y pasional tanto por los realizadores como los denominados cinéfilos es lo que se propone mostrar Reynaldo González con su texto ensayístico Cine cubano, ese ojo que nos ve.


No obstante, el autor asegura que desde el viaje del hombre por el conocimiento y el pensamiento está involucrado el séptimo arte. El intento por mostrar su propia realidad ya no solo a través de la palabra escrita, ni de la fotografía, sino por imágenes en movimiento es lo que motivó que los hermanos Lumiere presentaran al público el cinematógrafo.

 

Sin dudas, la historia cambió de manera diametral desde la entrada en escena de las imágenes reveladoras de información, cultura o arquitectura de cualquier región del orbe, pero Reynaldo González pretende con su texto hacernos partícipe de un mundo más complejo: el contexto en que fue posible cada momento del cine, “trazaré un recorrido que accidente el tiempo, la vivencia múltiple del hombre”.

 

Esa vivencia continua es lo que motiva a Reynaldo González a comenzar el análisis en su ensayo ¿Belle Époque? Los fórceps de un parto, a partir de 1855, año de la Exposición Universal de París, donde motivaciones, sentimientos, aspiraciones y fracasos giraron alrededor de un momento histórico.

 

Movimientos pictóricos como el Impresionismo y el Expresionismo, los albores de la fotografía, la literatura fueron algunos de los géneros que influyeron en la creación del cinematógrafo, pero sin olvidar adelantos científicos y técnicos, teorías filosóficas, las inmigraciones, las guerras europeas con sus reyes y emperadores, el modus vivendi de los ciudadanos, la bohemia, el esclavismo y la trata de esclavos, entre otros entramados sociales conformaron un nacimiento en condiciones complejas y contradictorias.

 

¿Cuál es el objetivo de mostrar estos “fórceps de un parto”?: “El Aperturismo y la barbarie, la ambición y la torpeza, la sonrisa y lo opuesto”, pero además “el recuerdo perfumado, el encanto de películas a las que nos devolvemos con afán evocativo, pues formaron parte de un nacimiento”.

 

Un texto imprescindible es Primeros tropiezos de la lengua española en el cine. Retorna el Premio Nacional de Literatura a su obsesión sobre el lenguaje y su expresión, esta vez nos recuerda que si en nuestros días existen los subtitulajes antes el problema era cómo traducir los parlamentos en inglés al castellano y también “de una pelea desigual entre la palabra y la imagen de cine desde que el celuloide superó su mutismo y se apropió de nuevas armas”.

 

Comenzó una filmografía desde el incipiente Hollywood dirigida al mundo “hispano” con actores y guiones que supuestamente representaban la cultura latinoamericana. González lo que desea demostrar es que si bien el cine fue un avance significativo en la representación de la realidad y como nueva manera de creación artística, fue además instrumento de penetración cultural y estereotipos. Inicios de un consumismo de imágenes que aunque nada tenían que ver con la ideología y tradición de un grupo social, servían para mantener determinados controles conductuales e imaginerías. Entramos en lo que el autor de Llorar es un placer denomina como “La Torre de Babel de los acentos”, es decir “en el desborde de una diversidad que no pide permiso para imponerse a las calificaciones santificadoras, y estaremos enredados, ay, en las lindes del insoslayable spanglish  que unos consideran aporte y otros desgracia”.

 

En los sets de filmación se agrupaban actores de México, Cuba, Chile, Argentina, Filipinas y los parlamentos eran traducidos literalmente del inglés lo que permitió que surgieran dos fenómenos distorsionadores de la realidad de los hablantes castellanos: “ni los mismos actores se entendían entre ellos” y “algunos gags resultaban incomprensibles, o estaban dichos con tanta indefinición que más esfuerzo daba entenderlos que disfrutarlos”.

 

A pesar de la  pobre calidad de las cintas fue el surgimiento “forzoso” de la cinematografía hispana que para González fue primordial para entender lo que vendría después, el denominado “Cine de Oro Méxicano” que con sus protagonistas, escritores y directores fue una manera de contrarrestar la avalancha de filmes norteamericanos y el comienzo de temas que de alguna manera reflejaban el quehacer de Latinoamérica.

 

Situar al cine mexicano de principios y mediados del siglo XX más allá de las fronteras de sus engolamientos, tramas ingenuas, mujeres con lágrimas fáciles, machismos, violencias es lo que nos propone el escritor de La fiesta de los tiburones. El ensayo Lágrimas de celuloide es un análisis sociológico que no pretende desestimar estas producciones sino entenderlas en su contexto. Con el argumento de la radionovela Derecho de nacer y la familiaridad con que se expresara y la popularidad que ganó “las lindes entre la creación y la reproducción de esquemas se fueron difuminando”.

 

Dicotomías como envidia, ingenuidad, amor, odio, miseria, pobreza, locura contenida, poesía melosa y sin calidad son temas que el género toma, reinterpreta según si los actores son Pedro Infante, Jorge Negrete, María Félix o Dolores del Río y según el estrato social que represente en cada escena: “las polarizaciones llevadas hasta sus última consecuencias, no servían para denunciar los altibajos económicos, sino para incentivar el llanto y una equívoca comprensión de la problemática tipo Ustedes los ricos, Nosotros los pobres, Quinto patio, Que Dios se lo pague”.


No obstante, este cine es autóctono de nuestra región que bajo viento y marea fue desarrollando una manera de hacer que algunos teóricos han menospreciado por su carácter melodramático, enfático y con el objetivo más de vender que de crear arte. González se asoma al melodrama cinematográfico sin prejuicios, analizando sus medios y fines, que no en vano se recuerda y aun se pueden ver tanto en cines como en la televisión. Fue un fenómeno de masas con una intencionalidad definida, pero dejó para la historia del cine un saber inapreciable, “su lección y, para decirlo en términos muy preciados en su época, su moraleja”.

 

Cine cubano: visión desde una luneta


Las páginas que le dedica Reynaldo González al cine cubano, se definen desde la subjetividad del cinéfilo aunque no deje de primar el discurso del crítico. El amor a sus protagonistas, los sinsabores, logros y utopías son necesidades que el escritor y ensayista precisa revelar a los amantes del género en la Isla.

 

Páginas deliciosas le dedica el autor a Tomás Gutiérrez Alea (Titón) y a Juan Padrón. Como testigo de la creación de algunas de las obras de estos dos realizadores, Reynaldo González se permite la anécdota, pero no deja fuera del análisis la realidad cubana.

 

Memorias del subdesarrollo fue un filme con una mirada crítica sobre el proceso revolucionario comenzado en 1959, solo fue posible un guión tan definido bajo un contexto que permitiera escapar de los viejos temas melodramáticos, es la lucha del pasado y el presente, de las dudas frente a las decisiones necesarias, de la evolución del hombre nuevo frente a una nostalgia caduca.

 

Un personaje animado como Elpidio Valdés es otra mirada del comic, se destierran modelos foráneos como Superman, Batman, Dick Tracy y aparece un personaje puramente cubano que hurga en la historia de Cuba sin regodeos, retórica, ni panfleto, es un paladeo con el habla popular, sus costumbres, su manera de pensar sin dar espacios a los estereotipos o superhéroes.

 

No solo Reynaldo se convierte en un crítico sino que se percata de los caracteres de cada realizador, su pertenencia por sobre todas las cosas a Cuba. En Titón: artista-ciudadano nos afirma que “dotados y preparado como pocos de sus colegas en el continente, optó por la permanencia y la pelea frente a dogmatismo de viejo y nuevo cuños, un conductivismo que le puso zancadilla. En una marea enrarecida por proclamados incondicionales, mantuvo la posición del artista que no accede al abortivo oficialismo obsecuente”.

 

En Juan Padrón, creador de símbolos enfatizaría en que “en sus mensajes, como pocos, hizo labor fundacional, patriótica, de educación perdurable. Con él reímos y amamos las palmas, por hablar de símbolos que si se abusa de ellos resultan manidos y banalizados”.

 

Sin dudas, el ensayo que da título al libro Cine cubano, ese ojo que nos ve es una mirada propia a casi toda la cinematografía cubana. Analiza cada cinta con minuciosidad, la composición, la edición, el guión, la fotografía, el discurso llevado por el director y realiza críticas fuertes, pero también eleva la producción más refinada. Es un balance, si se desea, del aporte de la Isla al cine (por lo que lleva desatinos, victorias, venturas y desventuras) y a la creación humana en general.

 

González no se aparta de su visión de que cada filme pertenece al recorrido de la historia humana con sus contradicciones, prejuicios, dudas, amores, llantos y sonrisas y así se percata que cada cinta, gústenos o no como obra de arte en sí misma, ha aportado a su presente y al futuro. Cada filme es una idea, un sentimiento transmitido que perdura en el tiempo.

 

Es ese ojo que nos ve en la cotidianeidad y nos marca el paso. Y se analiza el impacto de Yo soy del son a la salsa, y su relevancia a la hora de rescatar la música tradicional de la Isla o las viejas rumbas que bailó Ninón Sevilla allá en los años 40 y 50 de la pasada centuria en esas películas que son de baja factura, pero que ya forman parte de lo que somos.

 

Aparece Madagascar, de Fernando Pérez que redime una poesía sin slogan, ni tapujos, que habla de una realidad que aunque se expresa de forma metafórica es entendible y se comunica con el público.

 

Según Reynaldo González cada película forma parte de nosotros, y por eso, nos observa a cada paso que damos, como el propio autor definiría “en los filmes palpita una comprensión de los histórico, no como pasado museable o congelado, tampoco como versión unívoca o predeterminada, sino como experiencia expuesta a múltiples e imprescindibles interpretaciones” y estas infinitas interpretaciones también forman parte de su texto, pues la suya “es una de ellas, una entre muchas”.

 

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