Opinión: La conexión nuclear secreta argentino-israelí (Juan Gelman)
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Ocurrió en el período 1963-1966: Israel adquirió a Argentina mediante un pacto secreto de 80 a 100 toneladas de óxido de uranio concentrado para continuar con su proyecto nuclear. El óxido de uranio, debidamente procesado, se utiliza para alimentar los reactores nucleares que permiten producir la bomba. Esta información, basada en documentos de la época, fue dada a conocer la semana pasada por primera vez. El Archivo Nacional de Seguridad de EE.UU. (www.gwu.edu), el Proyecto de historia de la proliferación nuclear internacional y el Centro James Martin de estudios contra la proliferación nuclear (//cns.miis.edu) la dieron a conocer conjuntamente.
La operación se llevó a cabo bajo el gobierno del presidente radical Arturo Illia (12-10-63 a 28-6-66), quien fue elegido con el peronismo proscripto, y la concretó el entonces almirante Oscar A. Quihillalt, director de la Comisión Nacional de Energía Nuclear. A comienzos de los ’60 Argentina contaba ya con dos reactores de investigación y planeaba la construcción de un reactor capaz de proporcionar energía eléctrica. El óxido de uranio es esencial para su funcionamiento.
El propósito israelí de convertirse en un país nuclear se remonta a su creación. En 1949-50, Israel realizó estudios geológicos para determinar en qué medida se podía extraer uranio de los depósitos de fosfato del Néguev. En los ’50 y comienzos de los ‘60 exploró la viabilidad de esa opción, la descartó por demasiado costosa y comenzó la búsqueda de abastecedores extranjeros.
El primero que halló fue Francia, que además construyó la central de Dimona en el desierto del Néguev a 35 km al oeste del Mar Muerto. París se convirtió en proveedor de elementos nucleares a Israel, ignorando que bajo las instalaciones construidas los israelíes habían excavado un vasto sótano de investigación nuclear, pero en 1963 prohibió esas exportaciones. Israel no se arredró, buscó en otros países, como Sudáfrica y Gabón, y el conocimiento público, hoy detallado, de las compras de óxido de uranio a la Argentina arroja cierta luz sobre el oscuro proceso de cómo, de manera decididamente secreta, Israel consiguió materiales para su programa nuclear.
Los servicios secretos de Canadá detectaron la operación y vacilaron antes de compartirla con EE.UU., que fuentes de su embajada en Buenos Aires corroboraron. En 1964, revelan los documentos, funcionarios estadounidenses trataron de persuadir a Argentina de que aplicara restricciones severas a las futuras exportaciones de uranio, pero no se concertó ningún acuerdo. A esas alturas, EE.UU., Canadá, Gran Bretaña y hasta la ex URSS tenían sospechas fundadas de que Israel perseguía la obtención de armas nucleares. ¿Qué hicieron las grandes potencias? Muy poco: enviaron expertos a Dimona que no encontraron nada pero a quienes se les prohibió el ingreso a una extensa instalación.
Alan Goodison, funcionario del Foreign Office, envió el 29 de abril de 1964 una carta –calificada de “secreta”– a Arthur Kellas, consejero de la embajada británica en Tel Aviv, informándole que “Israel y Argentina firmaron un acuerdo de venta a Israel de toda la producción argentina de uranio concentrado que entrañaba el envío de 80-100 toneladas en 33 meses” y señalando que Israel poseía ya la capacidad de reprocesar plutonio y de obtener el suficiente para construir armas nucleares, “la ansiedad (israelí) por obtener uranio sugiere... motivos siniestros”.
Israel insistía en que su programa nuclear era de naturaleza pacífica. En el cable 555 que la embajada estadounidense en Buenos Aires envió al Departamento de Estado el 23 de octubre de 1964 se recogen declaraciones del almirante Quihillalt: señaló que los acuerdos con Israel sólo tenían salvaguardias generales, es decir, que el uranio sería empleado con fines pacíficos y que Argentina no requería informes, inspecciones o verificaciones independientes para comprobar si así era.
En tanto, en Israel, la Embajada de EE.UU. insistía inútilmente en conocer la ubicación del óxido de uranio argentino. El 2 de junio de 1966 recibía el cable 1052 del Departamento de Estado: ordenaba que se debía mostrar satisfacción por la inspección de Dimona y recordaba que el entonces secretario de Estado Dean Rusk había señalado a Abba Eban, su contraparte israelí, con quien se reunió en febrero de ese año, que aparentemente Israel seguía una política destinada a crear “ambigüedad” sobre sus intenciones nucleares.
Un acuerdo secreto de 1969 entre la primera ministra israelí Golda Meir y el presidente Nixon resolvió que la “ambigüedad” continuara hasta que Israel resolviera hacer pública la posesión de su arsenal nuclear (www.foreignaf fairs.com, septiembre/octubre de 2010), “Israel es el único país democrático de Medio Oriente”, no se cansan de decir los presidentes de EE.UU., republicanos o demócratas, saben –porque es notorio– que Israel posee unas 200 cabezas nucleares como mínimo, pero la Organización Internacional de Energía Atómica nunca envía inspectores molestos. Para qué. Salir de la ambigüedad la daña mucho.
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