Magia de amor, Rosita Fornés

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Magia de amor, Rosita Fornés
Fecha de publicación: 
11 Febrero 2013
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Se abre un plano general, la luz sube, y un arpegio de cuerdas se abre como un telón de melodrama. Aparece la vedette; está de espaldas, abrazada toda por una chalina de plumas.

 

 

El público en el estudio aplaude y ella se vuelve al clamor. Es Rosa Fornés y canta una canción de Adolfo Guzmán:“Un mundo nuevo de ilusiones… que he soñado para ti…”. La misma Fornés más que una mujer es una ilusión en las pantallas de los televisores. Los cabellos muy rubios, fijados por la química; los ojos delineados, las pestañas reforzadas, recuerdan por momentos a dos mariposas nocturnas que aletean sobre la mirada intensa y dulce. Ella se ve segura, y va más allá. La cámara nos ofrece un gran primer plano y el rostro rubio llena la pantalla. No se necesita más. La canción de Guzmán es un tema sobre el encantamiento por amor y ella lo sabe. No interpreta la canción: Rosita Fornés se ha convertido en la atmósfera del tema, en su misma esencia. Crea desde sí una sensación de bienestar, un goce por la belleza embellecida y lo vuelca sobre los espectadores que no pueden apartar sus ojos de ella, como en un hechizo. Encantar es la victoria de los artistas.

 

 

Cuando era una niña descubrió lo que quería ser y desde muy joven lo supo hacer mucho y bien. Fue una artista probada en los escenarios teatrales, en zarzuelas y operetas...luego fue vedette —la Estrella— de grandes revistas musicales, dentro y fuera de su país. Actuó en la radio que era como decir en cada barrio del país. Las cámaras de cine y fotografía encontraron en ella la belleza ideal de una época y la supieron aprovechar. Luego vino la televisión que trajo la amplificación de su arte, la masividad de grandes shows, actuar, bailar y cantar canciones de moda en cada casa que pudiera contar con un televisor, todo desarrollado en una época en que ser una mujer del espectáculo podía entrañar más de un riesgo. Los tiempos cambiaron después y el país giró en un torbellino sin precedentes. Y la Fornés se alistó para participar intensamente en la nueva época. “Habrá un latir de corazones que te arrullen sin cesar…”. La capa de plumas oscuras es lanzada a un lado, y la artista baila libre por el set, presa de un suave frenesí. Ahora su belleza es absoluta: los hombros desnudos, redondos, el torso elegante, guantes claros y joyas que irradian en la luz de los reflectores. Después de recorrer los escenarios del mundo, la Fornés parece encontrar en los estudios de televisión un espacio ideal. Delante de las cámaras se mueve con soltura y los lentes potencian cada línea de su rostro. Su atracción es más intensa, va directo al corazón.

 

 

“Y así juntos vivir, y amar a plenitud…ignorando las traiciones y el dolor…” Quizás en ese momento algunos miraban con ojeriza lo que para otros era simplemente encanto. Siempre hubo piedras en los caminos. ¿Necesitaban los nuevos tiempos que comenzaban un ejemplar como Rosita Fornés? ¿Acaso aquellas maneras no era deudoras de una mentalidad profundamente burguesa que debía ser abolida? ¿Quizás los nuevos tiempos no demandaban austeridad y Rosita Fornés se había convertido en un mal ejemplo, en una rémora dañina del pasado? En el gran cambio algunos la cuestionaron, trataron de cerrarle el paso, soñaron con decomisarle las joyas, quemar sus vestidos.La vedette mantuvo la fe en el arte y continuó, ayudada por muchos que sí entendían lo que ella representaba y la apoyaron siempre. Rubia y glamorosa no podía ser más cubana, y marginarla era un crimen de lesa cultura. Por suerte, la Fornés es una mujer que siempre se ha sabido necesaria y, perseverante, evitó ser barrida por el vigor indetenible de la historia; tenía la certeza de que su arte era un derecho absoluto de todos, estaba convencida de la necesidad de la belleza halagadora, de la pulcritud y la elegancia en los buenos y en los malos tiempos.

 

 

Ella no era un producto creado para magnates americanos, sino que había sido formada trabajando en los teatros- sacrificada es la vida del teatro-, en géneros muy populares en los que los abanicos de plumas, las joyas y las bellas damas bañadas en lentejuelas más que un derroche son una necesidad. Heredera del gran espectáculo, Rosa Fornés ha demostrado que todo es válido si está sustentado por la verdad, si no es imitación. El resto son modas pasajeras.

 

 

Rosa Fornés ha sido desde hace más de medio siglo la embajadora entre nosotros de la magia escénica en el ámbito musical. Hasta ahora no ha aparecido otra figura de su tipo en el mundo del espectáculo cubano. Es que ella no ha sido solamente una beldad engalanada, sino que es, sobre todo, una persona sincera. Los cubanos la respetan y la quieren, no por bella, sino por buena. Y ese —quizás sea lo que alguna seguidora nunca entendió— no es el triunfo del glamoroso destello, sino la victoria de una esencia humana en su estado más noble. Hoy la vemos con sorpresa, aún dueña de una hermosura que nunca termina, ya menos dama de guantes blancos, pero con la belleza de las cosas verdaderas.

 

 

“Ven a mi mundo de ilusiones, y en mis brazos sentirás… la fantasía que te envuelve en la magia de este amor…” En la imagen televisiva -plateada por las décadas- la contemplamos ahora eternamente joven. Una ola cálida de ternura llega hasta nosotros desde sus ojos del pasado, que nos miran con franqueza, como si nos conociera desde siempre. Parece como si ella guardara para su público todo el cariño del mundo y nos lo estregara cuando extiende sus dos brazos hacia nosotros. Toda una vida de ilusiones nos ha ofrecido la artista, para salvarnos a su modo, para que no perdamos la capacidad de fantasear, de soñar con mujeres maravillosas que nunca existieron, dulces mentiras de luz y attrezzo que aún nos atraen, seductoras, a sus camerinos de quimera.

 

 

“…Dame un beso sin final para nunca despertar… (Desde su pantalla de plata, Rosita Fornés nos mira para siempre. Sonríe) …de este mundo… que he creado… para ti…”

 

Es una de las figuras cimeras del teatro musical en Cuba.

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