La belleza decapitada

La belleza decapitada
Fecha de publicación: 
3 Diciembre 2012
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Fotos: Internet

 

Pareciera no poder sentir el aire y sus olores, que al entrecejo le negaron el derecho a contraerse de dolor, rabia o asombro; tampoco sus labios indican estar capacitados para sonreír o maldecir, dibujando un perpetuo beso congelado. Diríase una muñeca… pero es una mujer.

No es un dibujo animado japonés, sino la rusa Anastasiya Shpagina, de 19 años

Y no es una, son varias ya, más de una decena quizás, las que han apostado a ser muñecas. Algunas de ellas, como Valeria Lukyanova, una rusa de 21 años, se califica a sí misma como la mujer más famosa de la nación europea. Mientras, la mayoría de los sitios web en que se promocionan, aunque todavía son cautos en los aplausos, sí  no dejan de anunciar, “casualmente”, el quehacer de determinadas entidades dedicadas a la cirugía plástica, o la salida al mercado de una nueva Barbie.

La ucraniana Valeria Lukyanova se autoproclama con orgullo “Barbie real”, después de haber borrado de su rostro y cuerpo cualquier indicio de mujer real.

Las hay mujeres, también adolescentes y hasta niñas. Lo mismo imitan a las conocidas muñecas Barbie, que a protagonistas de los Manga, animados japoneses. Y nadie piense que es un simple juego de disfraces como cualquier niño ha intentado soñando ser uno de los personajes de las aventuras o el serial de moda.

Venus Palermo optó por borrar la luz natural de su cara de 15 años para convertirse en este maniquí sin expresión.

En este caso, se trata de una decisión irreversible, pasa por lo que se ha dado en llamar en el mundo de las operaciones estéticas como “Cirugía extrema”.  Y sí que han llegado a los extremos, no ya por los peligros que han enfrentado y enfrentarán a causa del bisturí, tampoco por los grandes desembolsos que ello implica, sino porque nunca antes se había visto tal negación de uno mismo, tal intento por borrar hasta el más ligero atisbo de humanidad buscando parecer… de plástico.

Justin, este joven neoyorkino, ha gastado cien mil dólares tratando de imitar a Ken. ¡Cuántos muchachos como él hubieron podido espantar el hambre o las enfermedades con esa plata!

Lo más terrible es que no son solo personas adultas quienes están acogiéndose a lo que festinadamente más de uno tilda como “él último fenómeno en la Internet”. También hay niñas a quienes sus padres someten a sesiones en el quirófano, a largos tratamientos para el cabello y a otra suma de molestos artificios, para igual volverlas muñecas.

Venus Angelic –Venus Palermo, por nombre real- es una de ellas. Con solo 15 años, clasifica como “sensación en Internet”, exhibiendo más de 80 vídeos donde explica a sus seguidores –porque los tiene- cuáles son los secretos para conseguir tal parecido a un anime y así alejarse definitivamente de su condición de adolescente, que debería andar despeinada y en jean empezando a descubrirle los asombros a la existencia. Pero no, su madre declaró que le parecía bien lo que hacía la hija y que no estaba preocupada. "Me preocuparía si llegara a casa borracha", concluyó.

Unos cinco millones anuales se mueven en torno a los concursos de belleza infantil, que incentivan a los padres a mortificar a sus bebés hasta extremos rayanos en lo casi inadmisible. ¿Qué dirá UNICEF a propósito?

Mas esta Venus de ojos enormes y sin sorpresa no fue la primera. Ella siguió los pasos de Dakota Rose, o KotaKoti como acostumbran llamarla en el ciberespacio. Parece ser que fue de las pioneras, y también sirvió de incentivo a una pareja inglesa que decidió invertir 40 mil euros para que su niñita de seis años se pareciera a Dakota, y presentarla luego en un concurso de belleza infantil.

¿A dónde ha ido a parar la belleza en este mundo enloquecido que pone a reinar el plástico sobre la piel, los rostros inexpresivos y como de cera triunfando sobre las sonrisas, premiando cinturas y bustos alucinantes que atentan contra el equilibrio y la lógica de cualquier anatomía?

No son solo muchachas, la epidemia alcanza también a los varones.  Justin Jedlica, un neoyorkino de 32 años, se ha sometido a ¡noventa! cirugías estéticas buscando a toda costa ser el clon de Ken, el novio de Barbie. Pagó por remodelar su nariz, los labios, los pómulos, el mentón, las nalgas, el pecho, el abdomen, los bíceps y los tríceps, y declara que "es un precio bajo a pagar para conseguir el cuerpo perfecto". Resulta que el cuerpo perfecto es el de un muñeco.

Ellos no son culpables sino hijos de sociedades y de un mundo todo en que hasta las expresiones más tangibles de lo humano, como su propio cuerpo, han entrado en pasmosa crisis de identidad. Las incitaciones a consumir, en este caso desde juguetes, animados, cosméticos, hasta servicios de cirugía estética, han llegado demasiado lejos.

Si eso es terrible, igual resulta la oleada de fans que les sigue y anhela imitarles para aparentar ser un personaje escapado de un comic, un videojuego, un dibujo Manga o de una juguetería. Hay videos de Dakota que han superado las 430 mil visitas, y, mientras así sucede, otras mujeres deciden operarse los pies para soportar zapatos con tacones de 18 centímetros y más. “Para presumir hay que sufrir”, es su divisa; pero, presumir ante quiénes, para qué. Evidentemente, para atraer consumidores –de su “belleza”, de su “glamour”- y, finalmente, ser consumidas.

Negarse a sí mismas de esa manera es más aberrante que involucionar en la escala evolutiva hasta convertirse en ameba o paramecio. Al menos esos viven, palpitan a su manera. Estas y estos que ahora se mutilan adicionándose silicona o quitándose lascas de sus propios cuerpos, aspiran a ser objetos, cosas, muñecos, patéticos androides que extraviaron el sentido de la belleza quien sabe en qué laberinto del mercado, ante cuál anuncio publicitario. ¿Dónde quedó el padre o la maestra o el amigo o el libro que podían haberlos salvado?, ¿dónde el sentido común?

Porque si ahora será común que los humanos nos piquemos pedazos para parecer dibujos animados; entonces, la humanidad agoniza definitivamente. Nos estamos adentrando en la más macabra novela de ciencia ficción.

Y, lo peor, de tanto arrasar con valores y esencias, de tanto consumismo, no se han dado cuenta de que sí, se han convertido en juguetes… de otros. A tal punto ha sido, que como  una Uróboros -esa serpiente mitológica que se come a sí misma y ahora repta entre gigabytes-, han terminado por consumirse a sí mismos ante el aplauso de sus fans.

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