Drogadicta y antisolidaria
especiales
Tal como las justificadas manifestaciones contra las políticas neoliberales aplicadas por los gobiernos, las drogas siguen siendo la noticia de todos los días y un gran problema en Europa.
A las tensiones financieras causadas por impopulares políticas económicas que tratan de salvar al gran capital, la sociedad del llamado viejo continente tiene cada vez más un serio problema con los estupefacientes, lo cual hace aumentar el daño a la salud y el índice criminal.
Como Europa es un continente diverso, el comportamiento acerca de los alucinógenos varía según las finanzas del país, el mayor o menor acceso a las drogas, e incluso leyes individuales.
En Bélgica, Ámsterdam y otras partes de los Países Bajos, por ejemplo, la marihuana y otras sustancias afines son legales. Ricos de otros continentes viajan a Europa para experimentar drogas, como parte de una despedida de soltero o soltera. Lo cierto es que desde el más «suave» cannabis hasta la «fuerte» heroína, son muy populares en un continente donde apenas encuentran persecución.
Esta extrema concesión levanta bastante la sospecha de que se trata con su uso, además de lucrar, de reblandecer a jóvenes y otros seres que pudieran combatir al injusto sistema.
Algo parecido recuerda el comportamiento del gobierno norteamericano con la juventud durante la guerra de agresión a Vietnam.
Se cree que en toda Europa, aproximadamente el 20% de la población mayor de 12 años de edad en algún momento ha probado drogas, lo que pudiera ser mayor, debido a que algunas naciones no participan en las encuestas al respecto.
Junto a este aumento en la adicción crece la falta de «solidaridad» entre naciones europeas que se hunden en la mayor crisis de su historia y que está a punto de hacer desaparecer a la Unión, independientemente de que la República Popular China ha emprendido pasos para evitar una debacle que también la afectaría como al resto del mundo, debido a la globalización de la economía.
Pero, sinceramente, no entiendo cómo pudieran salvarse estas economías europeas, cuando apenas se presta atención a que las rentas están cada vez más concentradas y ligadas al sector financiero.
Esto es fácil de entender cuando se sabe que a mayor concentración de las rentas —por supuesto, en una minoría de la población—, mayor es la actividad especulativa del capital y, claro, de las instituciones financieras.
En Europa, el comportamiento especulativo se basa en la escasa rentabilidad de la economía productiva, resultado de una baja demanda, consecuencia de la disminución de las rentas de trabajo.
Todo esto se traduce en desempleo, endeudamiento familiar y otros males que corroen en gran medida desde Grecia a España, pasando por Portugal e Italia, sin que nadie se ponga de acuerdo para que los grandes intereses disminuyan sus ganancias, paguen más impuestos y subvencionen a los más necesitados hasta que encuentren trabajo.
No es un problema de caridad, sino de necesidad para todos, porque sin dinero, no hay demanda.
Es una gran espiral en la que las naciones europeas, sus gobiernos, son incapaces de utilizar la solidaridad que se debía haber impregnado en la fundación de la Unión.
En todo este contexto, Gran Bretaña, más sabia, permaneció algo alejada, lo cual le ha permitido pagar en junio último la última cuota de ayuda prestada para su reconstrucción por Estados Unidos, tras la Segunda Guerra Mundial, a bajísimo interés y con medio siglo de plazo, lo cual ha hecho decir a la investigadora española María Vacas que «un
comportamiento fraternal entre países europeos, pese a integrar todos una misma confederación, sería impensable».
Así, sin consecuente combate a las drogas que reblandecen a su población y gobiernos, que permiten que el Estado se someta a mercados financieros (y no al revés) y no hacen caso a las crecientes manifestaciones populares contra el desempleo y el hambre, se encuentra la Europa de hoy.
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