Teatro de todas partes en Camagüey
especiales
La ciudad de Camagüey es ahora mismo un hervidero. De sala en sala, de espectáculo en espectáculo, se mueve un público entusiasta y comprometido con el éxito del XIV Festival Nacional de Teatro. Puestas de todo el país conforman el programa de una cita que esta semana tiene propuestas muy interesantes.
Freddys Núñez Estenoz, director artístico del encuentro, está convencido de que este año el ambiente es más propicio para el intercambio desprejuiciado entre creadores, críticos y espectadores. En su opinión, el hecho de que las puestas ya no concursen por un premio «ensancha» el espectro del diálogo.
Lo importante es hacer la mejor función posible, sin la presión de tener un jurado en la sala. «Algunos pensaron que este sería el festival de la estampida, que a los artistas no les interesaría participar si no había competencia, y ha pasado todo lo contrario: tenemos una selección grande y variada; se ha recuperado también los encuentros con la crítica, que en algún momento fueron algo problemáticos».
Lo que sí está claro es que al gran público poco o nada le importaban los premios; ese era, en todo caso, un debate muchas veces arduo entre «los entendidos». El público solo quiere ver teatro. La pertinencia de abandonar el carácter competitivo se verá después…
Esta edición todavía es joven, es temprano para emitir criterios conclusivos. Pero algunas puestas ya han llamado la atención de los camagüeyanos. Es el caso de Reír es cosa muy seria, del Centro Promotor del Humor, que ha repletado el teatro Principal. Se trata de un interesante acercamiento a la gran tradición del teatro bufo o vernáculo; con música interpretada en vivo.
Otra que está recibiendo ovaciones es la actriz María Teresa Pina, que encarna a una celebridad de la música cubana, La Lupe, en La gran tirana (grupo Trotamundo). Con dirección de Verónica Lynn a partir de un texto de Carlos Padrón, Pina «recorre» el itinerario de la cantante, en un monólogo intenso, lleno de transiciones…
La historia está contada desde la subjetividad del personaje —nadie espere una reflexión cuestionadora y terminante— y se sostiene sobre todo en la capacidad interpretativa de la actriz. María Teresa Pina llena el escenario, el trabajo de caracterización es contundente.
No estamos ante una imitación: la intérprete asume las peripecias con una organicidad pasmosa, esencial. Hay momentos francamente escalofriantes por su carga de emociones. Y todo está resuelto con gran economía de recursos, sin demasiados énfasis, sin los «excesos» histriónicos que una criatura tan polémica y teatral como La Lupe pudiera provocar.
Desde Las Tunas llega el Guiñol Los Zahoríes, con una versión de dos textos de Javier Villafañe: La calle de los fantasmas y Chímpete chámpata, integrados en un espectáculo único titulado Los pícaros burlados. La propuesta escénica es sencillísima, muy funcional; es interesante el diálogo de los titiriteros y el público infantil.
Los títeres están bien manipulados, pero lo mejor es la caracterización de los personajes: particularmente hilarante es la actuación de Armando Mora.
El proyecto MCL, de La Habana, presentó La mujer de carne y leche, una creación colectiva dirigida por Leire Fernández.
Se trata de un experimento escénico con pretensiones metafóricas, defendido con vehemencia por jóvenes creadores. No se escatiman escenas epatantes en una reflexión sobre la violencia de género.
Una trama sencilla, diáfana es la de Mowgli, el mordido por los lobos, del habanero Teatro La Proa. Concebida para un público infantil, se inspira en personajes y pasajes de El libro de la selva, de Rudyard Kipling.
Los muñecos están muy bien diseñados, y la manipulación convence, a pesar de que constantemente los actores están a la vista. Pero se logra la ilusión. Quizás hay demasiado regodeo en algunas escenas, pero la fábula —que incluye alguna que otra escena de fuerte dramatismo— llama la atención de los niños.
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