Fracaso en Afganistán

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Fracaso en Afganistán
Fecha de publicación: 
10 Septiembre 2012
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Al igual que la caída de Saigón supuso el hundimiento total del sistema levantado por Estados Unidos para defender sus intereses en el Sudeste asiático, a once años de iniciada la agresión a Afganistán persisten las evidencias de la inutilidad del conflicto iniciado por George W. Bush, tras los atentados del 11 de septiembre del 2001. 

Cuando Estados Unidos emprendió por Afganistán su “guerra contra el terrorismo”, sus “tanques pensantes” militares concebían una ofensiva para obtener un éxito inmediato. Pero al “triunfo” de bombardeos indiscriminados contra poblaciones de uno de los países más pobres del mundo y el derribo del régimen del Talibán, siguieron los crímenes sin respiro en todo el país, la multiplicación de batallas privatizadas y el acantonamiento de las fuerzas ocupantes, con el fin de evitar que siguiera subiendo el número de sus bajas ante una insurgencia cada vez más compacta. 

Las fuerzas ocupantes estadounidenses siguen enclaustrados en territorio afgano, son muy pocos los detalles de un retiro anunciado para el 2014 y más evidentes los deseos de mantenerse en una región que EE.UU. considera vital para sus intereses geopolíticos, además de reportar multimillonarias ganancias a sus monopolios, gracias al negocio de las armas, la “reconstrucción” y al menos reconocido y explorado, pero real, de las drogas.

Recordemos que el Obama candidato del 2008 siempre preconizó la escalada bélica en Afganistán y la salida de Iraq, y aunque en la campaña del 2012 da cuenta de una gradual retirada, para complacer al 70% de la ciudadanía estadounidense, ella se torna dudosa. al alentar la apertura de un nuevo frente en Paquistán.

Allí obligó a regañadientes al gobierno de Islamabad a tomar parte en la persecución de la insurgencia pashtún, y santificó la utilización de sofisticado armamento, como el de los “drones” aéreos, en asesinos selectivos, con masivo resultado fatal civil.

Al saltar de una región a otra, borrando las fronteras, acentuó la ilegitimidad de guerras sucesivas en las que ponía en entredicho y subrayaba la ilegitimidad del “dejar hacer” de gobiernos impopulares. 
  

Si Iraq alberga, al parecer, dos terceras partes de las reservas conocidas de petróleo, Afganistán estuvo siempre en el camino de los conquistadores y es un punto de encuentro entre China, la India, Rusia e Irán, además de albergar grandes reservas de petróleo, gas, cobre y hierro.

Frente a cada fracaso militar de los agresores aumentó la apuesta bélica y se agravó la tragedia humanitaria. Los refugiados, las masacres y la destrucción de localidades repiten lo ocurrido hacia tres décadas en Indochina, cuando la ocupación de Vietnam fue seguida de una invasión a Laos y otra a Cambodia. 

Lo cierto es que los marines no están logrando la ansiada victoria, mientras crece la influencia iraní entre las filas del actual régimen al que Obama ha “regañado” una y otra vez por el nivel de corrupción tan elevado como el fraude electoral, para luego deshacerse en “mimos” y halagos con Hamid Karzai.

La intolerancia religiosa y la discriminación contra la mujer –objetadas a los talibanes- son la norma oficial en el territorio.

Pero lo más llamativo es la resurrección de Afganistán como centro de producción y comercialización de drogas del que hemos escrito en repetidas ocasiones.

El cultivo de la amapola para convertirla en opio y finalmente heroína ha vuelto a florecer, financia la guerra y alimenta la red de funcionarios que giran sus beneficios al exterior. La complicidad de la Agencia Central de Inteligencia en las guerras locales por el control del tráfico y la participación de los bancos norteamericanos en el lavado de dinero tiene relevancia.  

Desde hace once años, recapitulo, las tropas estadounidenses enfrentan serias dificultades para someter a los talibanes. Han probado infinitos planes, estrategias y jefaturas, sin ningún resultado. Graves daños físicos se le ha hecho al pueblo afgano, al que más le duele los éticos y morales, cuando soldados norteamericanos echan a la hoguera el Corán, al igual que los nazis (al que algunos de ellos imitan, como los de la foto) hicieron contra todo tipo de obras literarias -en un alarde de ignorancia-, cuando ascendieron al poder en Alemania. 

                     

             

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