DE LA VIDA COTIDIANA: Los precios, el cuento de nunca acabar

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DE LA VIDA COTIDIANA: Los precios, el cuento de nunca acabar
Fecha de publicación: 
19 Noviembre 2019
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Caminó casi todo el barrio averiguando dónde había boniato y, al fin, lo encontró en un puestecito no muy lejos de su casa. Entonces buscó en el monedero un menudo y cuando fue a pagar —a razón de 85 centavos la libra—, la dependienta le dijo sin sonrojo alguno: «la libra es a dos pesos».

«Eso no es lo que dice la pizarra», le respondió la señora, a lo que la dependienta subrayó de manera categórica: «Lo que ahí está escrito es solo para los inspectores».

El suceso, ocurrido en una barriada del municipio capitalino de Arroyo Naranjo, no es un hecho aislado, pues desgraciadamente existen personas que, como dice el dicho, «a río revuelto, ganancia de pescadores».

Y es que la situación que en los últimos tiempos ha enfrentado el país a causa del déficit de combustible, sin duda alguna, ha impactado en la vida cotidiana de los cubanos, pero la anécdota anterior no tiene relación alguna con este tipo de carencias. No obstante, hay quienes se aprovechan de lo más mínimo para «hacer de las suyas».

Está claro que la diferencia entre 85 centavos y un peso no es una gran cosa, ni significa una fortuna. Sin embargo, ¿existe razón alguna para robarle así al pueblo?, y como se dice en buen cubano: «a la cara».

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¡Control!, ante el alza ilícita de los precios

En los barrios y lugares periféricos ocurren hechos ante los cuales la población se siente indefensa, desprotegida. «Cuando esto sucede, casi nunca aparece un inspector, ¡de los de verdad, de moral probada!», expresó la señora, mientras llevaba a casa los boniatos.

Y así sucede con otros productos del agro, pues cada quien les pone el precio que le convenga, al margen de lo establecido, y muchas veces dejan hasta que se pudran y luego los botan en las propias esquinas.

La titular de Finanzas y Precios, Meisi Bolaños Weiss, ha insistido —teniendo en cuenta el reclamo de la máxima dirección del país— en que los precios no pueden violarse y deben estar en correspondencia con la calidad de la oferta.
 
El presidente Miguel Díaz-Canel, en más de una intervención televisiva, ha alertado acerca de esta situación, sobre todo a partir del aumento salarial en el sector presupuestado, consciente de que la medida perdería su valía por esta razón.

Lo que sí queda claro es que todo lleva control y si este no se realiza, por una u otra causa, entonces la gran mayoría del pueblo queda a merced de los inescrupulosos, gente sin pudor, a quienes poco les importan las finanzas de sus coterráneos.

Los productos de aseo no quedan atrás…

Lo más reciente respecto a los precios fue lo relacionado con los productos de aseo. Algunas semanas escasearon y, en determinados lugares, se «esfumaron» de los comercios. Pero una vez más, en la palestra pública aparecieron los revendedores. ¿Hasta cuándo tendremos que soportar sus fechorías?

Por esos días, el jabón de lavar se encontraba en el llamado «mercado negro» a diez pesos, y el de olor, a ocho pesos, de cinco, que es su precio oficial. «Con los revendedores no hay quien pueda, se ponen una y mil veces en las colas», comentó una mujer que había acabado de estar dos horas esperando para adquirir estos artículos tan necesarios en el hogar.  

Y agregó: «En una tienda presencié cómo las dependientas —un tanto desesperadas por terminar lo antes posible— vendían todo lo que las personas querían. Así, delante de mí, una cliente compró 20 jabones de uno y otro tipo, mientras yo pensaba: ¿qué encontrarán los que vienen atrás?».

En ese caso, resulta imprescindible el actuar de las administraciones. Primero, no deben ausentarse cuando la unidad cuenta con artículos de este tipo, de primera necesidad, codiciados. Y en segundo lugar, tienen que permanecer atentos en todo momento, pues no es difícil identificar a los revendedores, quienes, por lo general, son los mismos.

«Cercar» el mal

El tema de los precios resulta recurrente. Un simple razonamiento nos lleva a pensar que cuando escasea o falta un producto, siempre están los que se ponen en sobreaviso y, cuando aparece, «van a la carga».

Ciertamente, es un fenómeno difícil de eliminar. No obstante, pueden ponerse en práctica algunas alternativas para cada vez más «cercar» a quienes, de alguna manera, se burlan de los demás.  

No son tiempos de indolencias y mucho menos de insensibilidades. El bolsillo ajeno debe ser respetado como el propio, y aquel que no lo asuma de esta manera, debe estar consciente de que está haciendo algo incorrecto, perjudicando a los ciudadanos y actuando al margen de la ley.

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