OPINIÓN: El aplauso
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No cumplimos con las predicciones, dicen algunos y repiten otros. Es cierto, pero los números son obstinados y nos colocan en el segundo lugar de América Latina, superados solo por Brasil, que nos rebasa ampliamente en población y en territorio. Hay medallas de oro, de plata y de bronce que se fabricaron en Cuba, pero no son nuestras. Hay atletas cubanos que eran segundos o terceros en su país, y son estrellas en otro. Chile festejó su primera medalla olímpica en la lucha grecorromana, como si de verdad fuera suya. Así es el mundo de hoy.
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En realidad, Cuba esperaba por Mijain. El pinareño nos regaló el premio mayor: su quinta medalla de oro en una misma disciplina individual en cinco Juegos Olímpicos. No hacía falta más. El presidente del COI pidió que retrasaran el comienzo del combate final, para presenciarlo. Después, lo invitó a que estuviera en el podio de la clausura. Muy justo, ciertamente. No sé si sabe que Mijain heredó de Bartolo, su padre, la lealtad. Apareció en La Habana asomado a una ventanilla de la cabina del avión, con la bandera cubana. Creo que el enorme pájaro de acero venía levemente inclinado por su peso. Mijain es una ceiba, fuerte y raigalmente cubana. Al pie de la escalerilla, su madre, que lleva el nombre de Leonor, como la que parió a Martí, esperaba tomada de la mano de Díaz Canel.
Mi esposa y yo estuvimos hasta casi las doce de la noche en la acera de la calle 23, esperando a que pasara la caravana. Al principio, no sabíamos cuántos vecinos se sumarían a la iniciativa, porque la convocatoria, al decir de alguien, fue “al pelo”, algo apresurada. Pero llegaron decenas de personas, de todas las edades. ¿Por qué vendrían a recibirlos, si fueron “pocas” las medallas? Los cubanos entendimos que en París, los nuestros habían defendido el honor patrio; y un orgullo extraño que no nacía del triunfo, sino del esfuerzo, nos hacía alinearnos a ellos. La hazaña de Mijain, y el inesperado oro de Erislandy, en su primera Olimpiada, la plata de Yusneylis y los seis bronces obtenidos, fueron nuestro botín de guerra. ¿Quiénes eran esos vecinos desvelados, expectantes? La luz, ciertamente, no era suficiente, pero me entretuve en imaginar sus vidas. En mi barrio no hemos tenido agua en el último mes, los grandes motores que la distribuyen en la ciudad sufrieron una grave rotura, cuyo arreglo el bloqueo dificulta. Y sin embargo, allí estaba esa joven madre con su niño pequeño, y la abuela de la esquina con su nieta adolescente, muchos hombres y mujeres que tendrían que trabajar al día siguiente. Algunos traían sus mascotas. Unos mexicanos, presuntamente turistas, decidieron esperar también. Recuerdo cuando regresó la brigada médica del Norte de Italia, que había sido el lugar donde inicialmente se ancló el epicentro de la pandemia de Covid-19 —yo viajaba con ella, como periodista— y recorrió una zona de la ciudad. La gente en la calle aplaudía emocionada a médicos y enfermeros que no venían de algún hospital cercano, sino de una tierra lejana, que no habían salvado a sus compatriotas y familiares, sino a seres humanos distantes, desconocidos. En cada cubano se esconde un Don Quijote, siempre con el pie en el estribo. Aprendimos a vivir entre héroes y proezas.
Dicen que politizamos el deporte. Bueno, ¿y qué hace esa prensa amarilla y mercenaria, que transforma a cada atleta cubano emigrado en un perseguido político? La verdad es que el mercado es la cara oscura de la política. Mijaín habló en La Piragua, sin textos preconcebidos, con la llaneza de un guajiro de Herradura: “Solamente quiero en esta noche especial, hacer una cosa a nombre de todos los cubanos, de los que aman y siguen siendo cubanos, estamos a dos o tres minutos de un cumpleaños muy especial, el del Comandante en jefe Fidel Castro Ruz” —dijo. Y presiento que esa alusión provocó una gran incomodidad en quienes nos auguraban el fracaso. Sí, las medallas obtenidas y el recibimiento tributado a la delegación, se convirtieron en homenaje a Fidel, en vísperas de su aniversario. Fidel, que alentó el deporte sano, masivo, como un derecho del pueblo y se opuso a su mercantilización. Dos gigantes: Mijaín y Fidel, que este 13 de agosto celebraron juntos la victoria del honor. El aplauso del pueblo aún se escucha, en una ciudad, en un país, lleno de seres de luz.
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