OPINIÓN: De Bolívar a Chávez, de Martí a Fidel
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Mural a Bolívar, Martí, Fidel y Chávez. Imagen tomada de The New Yorker.
Se cumplen doscientos años de la Batalla de Ayacucho, acontecimiento militar y político de la más grande trascendencia para la definitiva primera independencia de la América nuestra. En sus cuadernos de apuntes, Martí dejó algunas frases sueltas, sin hilvanar aún, pero significativas: “me parece que he visto pasar una ola de oro”, dice y reitera, “me parece que he visto pasar (caigo pasmado a un lado del camino) rumbo al cielo, cabalgata de oro”. Entonces, todavía buscando la definición: “Ayacucho en meseta solitaria”, porque no existe otro acontecimiento que se le iguale. Y ya en torrente: “¡qué trabajo cuesta reprimir el brío, y no ser más que hombre, hombre sin más caballo q. el pensamiento, ni más espada que la lengua, cuando se recuerdan estos tiempos, incompletos todavía”. Otro bicentenario le antecede, el de la Batalla de Junín, sobre la que Martí dejó esta hermosa frase: “Junín peleaba toda al brillo de los sables: no se oyó un tiro: la batalla artística”. La admiración del Apóstol cubano por el Libertador era inmensa.
La convocatoria al Congreso Anfictiónica de Panamá, que intentaría el sueño de la unidad de Nuestra América, también cumple dos siglos. Aunque la convocatoria fue redactada antes, Ayacucho sería el colofón que haría posible la gran nación. Su realización, dos años después, en 1826, fracasaría: ambiciones mezquinas, intereses de clase (no lo olvidemos), la sombra de la Doctrina Monroe y la oposición norteamericana a la independencia e integración del Caribe hispano a una América unida y libre, en especial de Cuba y Puerto Rico, lo impidieron. Sin embargo, la vieja convocatoria sigue vigente, se renueva cada año, y es cada vez más necesaria.
Con su estilo único, colmado de metáforas que no describen, pero captan la esencia de las cosas, José Martí alude, una y otra vez, al Libertador: “Como los montes era él ancho en la base con las raíces en las del mundo, y por la cumbre enhiesto y afilado, como para penetrar mejor en el cielo rebelde”. Su prédica era bolivariana:
Yo nací en Cuba, y estaré en tierra de Cuba aun cuando pise los no domados llanos del Arauco. El alma de Bolívar nos alienta; el pensamiento americano me transporta. Me irrita que no se ande pronto. Temo que no se quiera llegar. Rencillas personales, fronteras imposibles, mezquinas divisiones ¡cómo han de resistir, cuando esté bien compacto y enérgico, a un concierto de voces amorosas que proclamen la unidad americana.
Ha sido recurrente la afirmación de que no puede hablarse de una identidad latinoamericana. El crítico de arte peruano Juan Acha, por ejemplo, insiste en la diversidad de pueblos, culturas y orígenes étnicos que nos caracteriza y sustituye la palabra identidad por entidad. Para el Libertador, sin embargo —que recorrió vastas zonas del continente, y peleó junto a sus pueblos— esas peculiaridades regionales y esa diversidad dentro de cada país, es su principal sello de identidad cultural. En los momentos de repliegue histórico resurgen las miradas estrechas, miopes; en los revolucionarios, regresa el concepto unitario, se recompone la Patria Grande.
No desconocía José Martí, como Bolívar, esas diferencias. Pero no construye el discípulo un panteón de héroes meramente cubanos (guerreros, poetas, científicos, literatos), para alentar en sus compatriotas el fervor independentista; su gran tarea intelectual es presentar la historia de “Nuestra América”, concepto que opone a la del Norte, como una unidad. Su relato épico reúne en síntesis todas las geografías, las proezas, los orígenes, los tiempos, como episodios y personajes de una misma experiencia histórica. Asombra comprobar el conocimiento que tenía el Apóstol de los diferentes pueblos de la región (perdone el lector la extensión de la cita):
Libres se declaran los pueblos todos de América a la vez. Surge Bolívar, con su cohorte de astros. Los volcanes, sacudiendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican. ¡A caballo, la América entera! Y resuenan en la noche, con todas las estrellas encendidas, por llanos y por montes, los cascos redentores. Hablándoles a sus indios va el clérigo de México. Con la lanza en la boca pasan la corriente desnuda los indios venezolanos. Los rotos de Chile marchan juntos, brazo en brazo, con los cholos del Perú. Con el gorro frigio del liberto van los negros cantando, detrás del estandarte azul. De poncho y bota de potro, ondeando las bolas, van, a escape de triunfo, los escuadrones de gauchos. Cabalgan, suelto el cabello, los pehuenches resucitados, voleando sobre la cabeza la chuza emplumada. Pintados de guerrear vienen tendidos sobre el cuello los araucos con la lanza de tacuarilla coronada de plumas de colores; y al alba cuando la luz virgen se derrama por los despeñaderos, se ve a San Martín, allá sobre la nieve cresta del monte y corona de la revolución, que va, envuelto en su capa de batalla, cruzando los Andes. ¿Adónde va la América, y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola.
Ese planteo revolucionario, esa comprensión totalizadora de lo humano en la que se reconocen los próceres y los pueblos de América Latina, es posible por su multiplicidad de orígenes: “vengo de todas partes, y hacia todas partes voy”, declaraba en un verso Martí, y en otro texto precisaba que “Patria es Humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer”. Pero el Libertador contempla en sus sueños más gloriosos a una Colombia continental como centro de un estado que una a la Humanidad, sin pretensiones imperiales o de conquista:
¡Qué bello sería que el Itsmo de Panamá fuese para nosotros lo que el de Corinto para los griegos! Ojalá que algún día tengamos la fortuna de instalar allí un augusto Congreso de los representantes de las repúblicas, reinos e imperios a tratar y discutir sobre los altos intereses de la paz y de la guerra, con las naciones de las otras partes del mundo.
En su ya aludida visita a Venezuela, la primera que realizara a otro país después del triunfo revolucionario, Fidel preguntaría a los venezolanos:
¿Hasta cuándo vamos a permanecer en el letargo? ¿Hasta cuándo vamos a ser piezas indefensas de un continente a quien su libertador lo concibió como algo más digno, más grande? ¿Hasta cuándo los latinoamericanos vamos a estar viviendo en esta atmósfera mezquina y ridícula? ¿Hasta cuándo vamos a permanecer divididos? ¿Hasta cuándo vamos a ser víctimas de intereses poderosos que se ensañan con cada uno de nuestros pueblos? ¿Cuándo vamos a lanzar la gran consigna de unión? Se lanza la consigna de unidad dentro de las naciones, ¿por qué no se lanza también la consigna de unidad de las naciones?
Y en su primera visita a Cuba en 1994, todavía sin haber alcanzado el poder en Venezuela, Hugo Chávez anunciaba ya su proyecto latinoamericanista: “El siglo que viene para nosotros, es el siglo de la esperanza, es nuestro siglo, es el siglo de la resurrección del pueblo bolivariano, del sueño de Martí, del sueño latinoamericano”.
Hay una pelea en la historia de Nuestra América entre la fe y la desesperanza, entre el vuelo de Cóndor y el “insectear” (verbo que inventa y utiliza Martí) positivista por lo concreto. Los acontecimientos y los personajes de la historia latinoamericana regresan cuando los necesitamos: así regresó Martí en 1953 y en 1995, así regresa Bolívar y la victoria de Ayacucho, junto a su idea de la unidad en estos años de guerra abierta contra nuestros pueblos. El imperialismo, que financia y conduce la subversión de los gobiernos revolucionarios o progresistas, criminaliza la solidaridad de la izquierda con los oprimidos y le teme a la unidad de los pueblos. “Libero a Cuba de toda responsabilidad, salvo la que emana de su ejemplo”, declaraba el Che Guevara. Nadie podrá nunca liberar a Cuba o a Venezuela de la responsabilidad que emana de su historia ejemplar de resistencia victoriosa. Nunca dejaremos de gritar nuestro abrazo a los que dejan partes de su alma y de su cuerpo en lucha por la justicia social. No podemos dejar de ser solidarios, y seguir siendo revolucionarios. Es la mejor manera de ser bolivarianos, martianos, fidelistas y chavistas.
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