Nueva Caledonia, otro susto para Macron
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El presidente francés, Emmanuel Macron, habla con la prensa a su llegada al aeropuerto internacional La Tontouta, en Nueva Caledonia, el jueves 23 de mayo de 2024. Associated Press/LaPresse
Golpeado por el casi total desmoronamiento en su gobierno de la maquinaria neocolonial montada por Francia en África, Emmanuel Macron se ha visto obligado ahora a viajar a la colonia de Nueva Caledonia, llamada eufemísticamente Territorio de Ultramar, donde las iniciales protestas pacíficas de la población aborigen para derogar una ley electoral de la metrópoli que favorece a los residentes galos, ha derivado en violentos enfrentamientos, con un saldo indeterminado de muertos y heridos y la destrucción de numerosos inmuebles.
Pero antes de iniciar su hipócrita política diplomática para convencer personalmente a los líderes canacos de mayor edad, el mandatario procuró seguir reforzando las fuerzas policiales encargadas de reprimir la justa rebelión de una etnia condenada a la desigualdad en el tercer país más productor de níquel en el mundo.
Macron había declarado el estado de emergencia y enviado 1 100 miembros de seguridad a unirse a los más de 1 700 que ya se hallaban en Nueva Caledonia.
Ya se cumplió una semana desde que estallaran las manifestaciones en el archipiélago, debido a que los lugareños se oponen a una iniciativa de ley que el Parlamento galo aprobó para enmendar la Constitución, y asegurar a los procolonialistas la perenne permanencia en el poder, al dar voto a los franceses que estuvieran más de diez años de residencia.
Los partidarios de la independencia expresaron su indignación, principalmente del pueblo originario canaco, que representa el 45% de los 275 000 habitantes, mientras la población francófona es de un 25%, y el resto pertenece a varias minorías étnicas. Con ello, los votantes que favorecen a Francia debilitan el movimiento independentista.
Los demostraciones se han saldado hasta ahora con seis muertos, centenares de heridos y casi mil detenidos y han provocado la huida de extranjeros.
La perspectiva de la independencia y la desigualdad social han alimentado durante décadas las tensiones en el territorio.
Tras un conflicto armado que se cobró decenas de vidas en la década de 1980 —un levantamiento conocido como les événements, o “los acontecimientos”—, el gobierno francés llegó a un acuerdo con los militantes independentistas que prometía un cambio, pero fue una burla más del Estado colonial, que ha llegado a métodos violentos para impedir el avance de cualquier tipo de insurrección.
IMPORTANCIA
Nueva Caledonia es importante para la economía europea, ya que, como apuntábamos, es uno de los principales centros de producción de níquel, clave en la fabricación de acero inoxidable, baterías y componentes electrónicos. Sin embargo, la competencia de China e Indonesia ha ejercido presión sobre el precio de las materias primas. La pérdida de empleos entre los mineros se ha venido a sumar al descontento de la población local.
Los colonialistas franceses también consideran que el territorio es fundamental en su estrategia indopacífica, que no tiene nada de pacífica. Durante años han apostado soldados para mantener su presencia.
El turismo está poco desarrollado, al contrario que en el otro territorio francés del Pacífico, la Polinesia, donde está el conocido polo turístico de la isla de Tahití. La población, subrayo, sufre una creciente desigualdad, y los peores parados son los habitantes de origen indígena.
Nueva Caledonia es un conjunto de archipiélagos dividido en tres provincias muy dispersas, y situado a casi 17.000 kilómetros de Francia. Hay muchas diferencias étnicas y socioeconómicas entre las provincias (Norte, Sur e Islas Loyauté) y entre las islas que componen los diferentes archipiélagos.
El territorio fue colonizado por Francia a partir de 1853, durante el mandato de Napoleón III, pero los nativos no aceptaron fácilmente el dominio extranjero, ya hubo una primera revuelta en 1878. El peor episodio de violencia tuvo lugar en los años 80 del pasado siglo, cuando hubo una fase próxima a la guerra civil entre 'canacos' y 'caldoches', con asesinatos de líderes de ambas comunidades y de policías.
Una toma de rehenes por parte de un grupo independentista en 1988 en la pequeña isla de Ouvéa se saldó con la intervención de unidades de élite de la Gendarmería y del Ejército. Esa acción, sucedida en una cueva donde los rehenes estaban retenidos, se saldó con la muerte de 19 militantes y de dos integrantes de la fuerza de asalto, así como con la liberación de los cautivos.
A partir de ahí, el Gobierno francés del presidente socialista François Mitterrand y las dos comunidades cerraron el llamado acuerdo de Matignon (junio de 1988), que selló la reconciliación a través de más competencias, el reparto del poder político y una mayor igualdad económica. Un “equilibrio” incumplido que se ha roto aún más en la última semana, castigando a un Macron quien, como dice un adagio, “no gana para el susto”.
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