Geopolítica: El activismo tipo Soros y la generación Z

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Geopolítica: El activismo tipo Soros y la generación Z
Fecha de publicación: 
7 Noviembre 2025
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Banderas de la serie de manga One Piece (en una protesta en Filipinas) es un símbolo frecuente en las protestas de la Generación Z.

En todo asunto de orden geopolítico hay que analizar siempre las variables concretas, los rejuegos de poder que se esconden tras bambalinas y más allá de las matrices de los medios tradicionales. ¿Qué está en el sustrato de las revoluciones de colores vistas en los últimos tiempos en los países asiáticos? Lugares que se hallaban férreamente controlados por regímenes locales cayeron en la órbita occidental tras protestas masivas. De inmediato, las portadas situaron un titular: la generación Z es la que protagoniza el cambio. El fenómeno se da en regiones en las cuales, desde hace años, se produjo un desplazamiento de los Estados Unidos como principal socio comercial en beneficio de China y el proyecto de mundo multipolar.
 
Esos dos datos cruciales: el sujeto de cambio situado por Occidente y el hecho del desplazamiento comercial; evidencian que pervive detrás de las revoluciones de colores otro elemento de mayor peso. Los cambios abruptos de un país se llevan adelante siempre que existen condiciones objetivas, pero concierne a los operadores políticos la cuestión de fondo subjetivo. Dicho de otra manera, el trabajo de erosión cultural y de manejo de las matrices formativas de opinión posee un peso elemental en la movilización y la discursividad del cambio. No se concibe nada de eso sin un poder que desde sus propios recursos propicie el fenómeno. Las revoluciones de colores, que parecieran espontáneas, son en realidad vehículos de transformación en el orden de lo objetivo y de la subjetividad política. 

Ver lo que pasó en Nepal desligado de las condiciones materiales del país, del acceso a la riqueza y de los niveles de inequidad es hacer un análisis poco veraz. Pero a la vez, obviar la evidente influencia occidental en el tema de la generación Z es algo que pudiera caer en el simplismo y en lo banal en materia de deconstrucción de la política. La generación Z es esa que vino posterior a los millenials y que se formó con las redes sociales, de manera que para ellos el acceso a internet es algo de índole existencial. En Nepal, supuestamente, fueron las restricciones impuestas a determinadas redes como YouTube lo que motivó la salida a las calles. Hay que ir, no obstante, hacia otros derroteros del análisis. Desde hace décadas existe un fenómeno conocido como oenegización de la política o sea la conversión de la política en algo que se maneja desde las ONGs. Este proceso trajo consigo que las agendas de cambio se hicieran no ya desde las embajadas occidentales o con el uso de la fuerza, sino partiendo de la vinculación interna con el trabajo cultural. La cooptación de instituciones internas, el uso de agentes de cambio y la formación de matrices; dieron paso a un procedimiento que se globalizó en diferentes escenarios y que trajo sus frutos. Allí donde había un líder que no era afín a Occidente, acontecían protestas que, invariablemente, poseyeron un conjunto de marcas desde el trabajo de identificación y uso interno. 

¿Qué es entonces la generación Z? Un término tan amplio, tan diverso, tan subjetivo, que se pierde. Abarca mucho, pero no se concreta. Se establece desde una etiqueta que puede moverse a conveniencia. Se definen por las redes sociales, pero también por la relación no jerárquica con los valores sociales y la apuesta por un cambio de eticidad práctica. Parecieran un revival de los hippies, pero con un componente woke poderoso, lo cual los sitúa en una moralidad cerrada en materia de raza y género. Son liberales, pero a la vez canceladores. Son diversos, pero también reacios a aquello que se sale de lo políticamente correcto. Cuando se analiza a este sujeto político, se ven las marcas del laboratorio que lo creó y la manera en que es perfecto como punta de lanza de determinado movimiento social. No se le puede culpar por nada, posee fuertes elementos emocionales de victimismo y eso le abre la posibilidad para actuar con cierta impunidad en el plano de lo legal/social. Se les ha cultivado la irresponsabilidad, el desapego, la anarquía y el idealismo. Todo eso, como caldo de cultivo para amoldarlos a cualquier situación concreta.

Desde hace mucho se habla de que existe una intención de gobierno mundial en las élites occidentales. Más que una teoría de la conspiración, las aspiraciones de los magnates financieros sí han estado claras y ello se expresa en cómo corre el dinero a la hora de establecer matrices culturales formativas para las nuevas generaciones. Los jóvenes son el molde perfecto para el cambio cultural. En ellos late el deseo de hacer por encima de las formalidades y de los discursos ya conocidos, por imponerse y crecer. Es obvio que se trata de dinámicas naturales y que, bien enfocadas, conducen a procesos de dialéctica y perfeccionamiento. Los jóvenes son la arcilla con la cual se amasa y se construye un sistema social y por ende pueden ser hackeados para deconstruirlo. Esta generación Z, que sí es real y posee elementos propios en el orden del uso de las tecnologías; ha llevado adelante cambios políticos, pero con el comando ideológico de décadas de erosión occidental en la conciencia colectiva. Si de algo ha servido la hegemonía del globalismo es para bajar líneas de pensamiento que se convierten en lo políticamente correcto para grandes colectivos. El subconsciente se alimenta de gratificaciones, dicho de otra manera es evidente que el impacto de la agenda cultural ha creado un sujeto político a su imagen y semejanza y que, amén de los comportamientos aislados e individuales, lo que prevalece en esa colectividad proviene de los laboratorios de la conciencia situados en el centro de la relación entre subordinados y países subordinantes del sistema mundo. 

La relación entre las revoluciones de colores y la agenda globalista occidental es proporcional. En la medida en que el sujeto se aplana y es el mismo, las líneas son más específicas y poseen un impacto mayor. El trabajo con los intereses grupales, generacionales, de corte juvenil; seguirá siendo el signo de una colaboración internacional en la cual participan las agencias de corte no gubernamental con dinero privado, pero con visiones sistémicas de hegemonía. 

En la medida en que Occidente es más débil en el campo de la economía, se acrecienta el trabajo de manipulación y uso de los medios masivos para sustituir —con narrativas— la realidad concreta. Este proceso se afinca en sociedades del lejano oriente, mediano oriente y África, en las cuales en las últimas décadas China se ha adentrado con proyectos de inversión que sustituyen la tecnología occidental y dotan a esos países de autonomía en materia de geopolítica. Por ello, los análisis en torno a las rebeliones que están aconteciendo no pueden desligarse de la realidad del reparto de poderes ni de cómo los ciudadanos se ven impactados. 
 
La geopolítica seguirá explicando por qué las grandes potencias inciden en las zonas más estratégicas del mundo, en función de los intereses. En el caso de Nepal pesa mucho el tema de la ruta de la seda porque tanto China como India poseen intereses en la región. Katmandú es una plaza pobre, pero domina los pasos en las montañas del paso del Himalaya. Allí hay, además, un país que sirve de tapón ante los movimientos sociales y los procesos de cambio. La idea de Occidente puede estar en el orden de romper la comunicación entre potencias orientales. La variable allí es desunir, crear gobiernos afines que actúen de forma proxy en las fronteras enemigas. 

Quien revise la doctrina de seguridad nacional que emana de las ideas de Samuel Huntington, verá que, en efecto, consideran esos puntos como quiebres entre las civilizaciones. En la idea de Occidente, el imperio (Estados Unidos) actúa como Roma con sus puntos externos y defiende a través de terceros sus intereses. Tanto Nepal como Venezuela son vistos como los bordes de Occidente en los cuales está, supuestamente, bien generar conflictos de desgaste. Pero el bumerán se halla en estos momentos chocando contra Estados Unidos de vuelta y, en la medida en que se impone una visión multilateralista del mundo, va quedando atrás la diplomacia imperial heredada del pasado y del reparto por el sistema del capital moderno.

Las movidas en Nepal buscan dos cosas: colocar personas afines en los países y generar caos en las fronteras de las potencias adversarias (China, India y Rusia). Ya cuando cayó Afganistán hace unos años en manos de los talibanes, se sabía que el imperio iba a usar en esa región las tácticas de dominio cultural, que les son mucho más efectivas en términos de plazo medio. O sea, el sujeto generación Z está creado a exprofeso para este tipo de cosas, se mueve en la sustancia de los globalistas y es un ariete en función de sus intereses. No porque estén cooptados, sino porque el trabajo erosivo de la agenda cultural los ha hecho perfectos para ello. Se puede decir que ya poseen de antemano todos los ingredientes ideológicos y que solo se espera la chispa.
 
¿Qué quiere esto decir en materia geopolítica? Que el imperio de las ONGs que se pensó que había caído cuando se les quitaron los fondos, en realidad sigue vigente y que ha mutado hacia regiones del mundo en las cuales perviven objetivos de orden directo. La agenda seguirá funcionando a pesar de lo que digan los MAGA acerca del fin del activismo tipo Soros. 

 

 

 

 

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