Contracrítica: Novísimas balas de Netflix

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Contracrítica: Novísimas balas de Netflix
Fecha de publicación: 
3 Octubre 2025
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Se impone que hagamos un análisis sobre el funcionamiento y la influencia de Netflix como plataforma no solo productora de audiovisuales, sino como centro de poder mediático con la capacidad de recrear narrativas desde una reinterpretación del multiculturalismo según la visión de Occidente. Se sabe que la estructura centro/periferia posee un correlato en la construcción simbólica del poder. Eso lleva a tener en cuenta mediaciones que no solo están allí, sino que se tornan en esencia del trabajo de erosión y de poderío de un medio de comunicación masiva. Cuando surgió el cine allá por los finales del siglo XIX e inicios del XX se dieron las condiciones para que fuera imprescindible como arma de los gobiernos y sus narrativas, como elemento de propaganda y de inconfundible fuerza. No solo hay que recordar los documentales hechos por la Alemania nazi y que fueran el eje de la visualidad del imperio sobre si mismo y hacia el exterior, sino la contrapartida en el mundo europeo liberal, así como en los por entonces incipientes intentos de socialismo soviético. 
 
El cine es un arma que, con transformaciones y adaptación sistemática, ha evolucionado hasta hoy y constituye el principal referente de cultura de masas en muchos ámbitos de la vida. ¿Quién no ha tomado de las películas determinado patrón de conducta, valor o frase?, ¿cuántas veces vemos en los filmes las mismas tomas de cámara cuyo lenguaje no se dirige solo a la dramaturgia interna de la pieza, sino a la de un poder externo que predetermina los contenidos y nos lleva a juzgarlos a partir de las mediaciones? Los movimientos de cámara sobre una ciudad bulliciosa —preferiblemente Nueva York— y toda la impresión de desarrollo, apertura, innovación y prosperidad, nos están diciendo que ahí existe un modelo superior. Las escenas en la cocina o el comedor, en las cuales los niños se sirven en el desayuno abundante leche con cereal —justo antes de irse en un autobús amarillo para la escuela— hablan de la estabilidad, seguridad y prestigio de un sistema de gestión. El auto que frena y nos muestra la insignia de la compañía en un primer plano —para luego llevarnos a una escena dramática dentro de la trama— evidencia las expectativas que se venden en los momentos de mayor tensión de una película, cuando estamos muy atentos a cada detalle y somos influenciables. El cine es una máquina de ideología. 

Pero vayamos más allá de lo que ha funcionado hasta ahora. Las dinámicas de la globalización como por ejemplo la volatilidad de los capitales, la hiperrealidad determinada por un proceso de aceleración de la vida y de los cambios, lo hipermediático de cada uno de los contextos y mediaciones; han sido elementos que coadyuvan a una construcción actualizada y más dinámica, una que se resiste al análisis simple y que conlleva contender con otros factores. Netflix es una herramienta que va en la línea del multiculturalismo vigente en la centralidad de los nuevos discursos de la socialdemocracia, se disfraza de ropaje progresista y pobre, tercermundista y usa los resortes de una propuesta de esa índole para buscar audiencia de tipo global. No es que la compañía comparta destinos con los pueblos o que aspire a reflejarlos, sino que los mira desde el diván del burgués occidental, ese que pasa de turista y que solo valora las favelas o las ruinas de Haití como un paisaje pintoresco para las fotos, pero no una realidad estructural triste con una causalidad histórica. De esa forma, la compañía enmascara los discursos que desde hace tiempo prevalecen en sus series producidas en el extranjero (fuera de los Estados Unidos). 

No hay que caer en el análisis caricaturesco de los memes de las redes sociales que se refieren a las adaptaciones de Netflix solo a partir de una crítica a la presencia cultural woke. En realidad lo que subyace es más profundo que eso y no puede dirimirse solo en materia de políticas de identidad. Lo fragmentario que vemos en lo externo responde a poderosas fuerzas que desde la ideología intentan crear la noción de un imperio cultural corporativo descentralizado, que tiene en cuenta las inquietudes de los racialmente distintos y que intenta llevar adelante discursos reivindicativos en cuanto al género y la raza. He allí la trampa, cuando nos quedamos solo en la superficie y existe un contentamiento con que aparezcan actores y actrices identitarios y no nos fijamos en la narrativa de construcción mediática. Estructuralmente Netflix sabe que los marginados de la historia no hemos tenido mucho espacio en esas escenas de las ciudades bulliciosas o en los parqueos de autos de lujo o en los comedores familiares llenos de todos los alimentos imaginables, pero la solución que la compañía le da a esa ausencia no es una cura real, sino que se inscribe en la agenda global de la élite como una herramienta más de manejo de las mentes. 

Al decirnos que ellos cumplen con una “cuota” de raza nos quieren hacer ver que eso ya zanja todo tipo de eticidad o de deuda corporativa, que eso resuelve la conflictividad de la estrategia de poder que está en la madeja de cada pieza. Una de las escenas en el pasado que marcaron la historia del cine era la del pistolero del viejo oeste que se paraba delante de los espectadores y a plena pantalla grande disparaba. ¿Cuántas veces vimos eso y nos pareció impresionante, poderoso, lleno de simbolismo? El hombre blanco conquista el mundo a punta de pistola y nos dan la posibilidad de ser sus víctimas y seguir vivos para contarlo. No percibimos o quizás no le dimos importancia a un detalle esencial en ese momento: nosotros, sentados en las butacas, éramos los indios que el producto comercial eliminaba a partir de un fuego tan simbólico como real. Potente metáfora de la manipulación del cine y de su historia al servicio de las élites. Pero lo que Netflix propone es algo que está mejor elaborado y que va con los tiempos actuales en materia de descentralización de capital, movilidad y fuga del dinero, liquidez de los conceptos políticos y licuación de la realidad. Como podemos ver la plataforma desde cualquier parte del mundo, ya el sujeto pareciera no ser lo uno, ya no es el hombre que dispara, sino que intenta ser lo múltiple. 

El cambio de apariencia es fenoménico, superficial, no de esencia. Si antes estaba la pistola, ahora tenemos armas invisibles que nos apuntan a los prejuicios y que activan en lo cognitivo ciertos mecanismos de permisividad que le entregan al poder todo el control. La exterioridad progre globalista actúa como un virus que nos desarma. En esa dinámica, series como Las muertas o Cien años de soledad —que poseen excelentes equipos de realización— se convierten en éxitos debido a la mirada occidental, al efecto colonizador inconsciente que está ahí implícito. No vemos obras que develen esencias, sino que se apropian de las esencias y las adaptan. Y no se habla aquí precisamente del proceso de versionar la historia, sino de apropiación de la historia misma desde paradigmas de poder. Por eso vimos que en el clásico de García Márquez faltaba una vida interior que solo aparece en la obra literaria. La genialidad estaba ausente de la serie, que funcionaba a la perfección como pieza dentro del registro de dicho género. 

Pero hay que ir más allá en el análisis. Lo que pasa con Netflix es que existe una voluntad de hacer un producto que se inscriba en el multiculturalismo woke, algo que sea de esta época y que funcione de forma orgánica al poder. Dicho de otra manera, el vaquero no aparece como vaquero, sino como mujer negra, como indígena con su poncho, como latino que vive en una narrativa tercermundista. ¿Quiere decir esto que se haya democratizado el discurso? Una de las grandes falacias de la globalización que ha sido desmontada es la supuesta libertad de los capitales móviles. Al existir una descentralización de la actividad financiera y una deslocalización del poder supuestamente, habría que alabar la dinámica del modelo de gestión corporativa que es capaz de crear empleos y estructura en otras regiones. Lo cierto es que —lejos de eso— lo que busca la industria con sus migraciones es utilizar la mano de obra más barata para bajar los costes de producción de los materiales y de tal forma rentabilizar. Eso es lo que por una parte ha llevado a los experimentos de Netflix al consumo streaming o sea esas plataformas donde mediante pago se puede acceder a estrenos y que ha reconfigurado todo lo que antes era la parafernalia de los cines presenciales, las galas, los protocolos. Pero Netflix no democratiza, sino que se sirve de la tecnología y del discurso para establecer narrativas en las cuales lo étnicamente diverso solo posee una dimensión creíble si lo cuenta Occidente. No tenemos aquí alternativa, solo la que los corporativos nos lanzan luego de su apropiación de las identidades. 

Las políticas de identidad tienen en Netflix el correlato cinematográfico. Si antes había una relación dialéctica entre la guerra fría y las películas de espías, ahora se tiende un puente entre lo que se dice en el panfleto de poder y el abordaje multicultural de los filmes. Al punto de que se ha caído en el absurdo e incluso en las pérdidas de mercado, solo porque se subvenciona y se monetiza a partir de lo identitario. Netflix es solo la porción exitosa y globalizada de un fenómeno que ha cambiado la superficie de Hollywood y lo ha hecho, una vez más, la esencia en la batalla cultural por el dominio de las mentes. En el traspaso de poder que se está dando entre las grandes potencias aún pervive lo occidental como una imagen de éxito, lo cual unido a los mensajes teledirigidos a audiencias segmentadas posee un impacto. Si nos sentamos en la sala oscura de la casa, con la laptop encendida y la serie; casi podemos evocar las escenas del disparo en el cine, el susto de las personas y el murmullo. Ahora, en el silencio acogedor, la bala lleva un efecto placebo implícito. 

 

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