Geopolítica: Assange y la libertad en tiempos de antipolítica
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¿Qué significa que Julián Assange haya quedado en libertad? En el actual contexto de las elecciones venideras, uno de los temas a debate está en la imparcialidad de las instituciones y la funcionabilidad del Estado. La quebradura que significó el asalto al Capitolio de los Estados Unidos dio paso a una dinámica de cuestionamiento hacia lo interno que no se detiene y que incluye la posibilidad de una guerra civil quizás en un futuro de mayor erosión de dichas instituciones. Assange reveló elementos medulares de las invasiones y del tratamiento militar a los objetivos a abatir en las misiones armadas, eso dio paso a una persecución en la cual el propio Estado quedó expuesto y cuestionado al exhibirse como un sujeto que coarta la libre expresión. El juicio más reciente Trump fue tratado por un sector de la política y de los medios como una manera de perseguir a un adversario en un contexto electoral. Todo eso le trae al Partido Demócrata un rédito negativo y lo coloca en aprietos. La jugada de pactar con el periodista de WikiLeaks pudiera ser una especie de cortina de humo que, a la vez que resuelve un viejo conflicto, le oxigena la vida a Biden.
La judicialización de la política es un elemento que hay que tener en cuenta en estos momentos. Se trata de mezclar los intereses de determinado grupo con las leyes para de esa forma inhabilitar la voz o la participación de otras figuras y colectivos en el marco de la justa electoral o política como tal. O sea, las cortes sustituyen lo que la democracia debería estar resolviendo. Y en ese contexto, lo de Assange puede, aunque sea por un instante, actuar como un efecto placebo sobre la clase dirigente de los Estados Unidos que apuesta por la reelección de Biden, pero que debe lidiar con el descrédito de una administración que ha hecho bien poco de lo que propuso y que además posee la debilidad de las acusaciones y graves delitos del hijo del presidente. Los demócratas quieren demostrar que no judicializan la política y por eso intentan corregir el error de Assange, cuando ya es más que evidente que al periodista le hicieron pagar de facto con la pérdida de su libertad durante gran cantidad de años. O sea, no lo pusieron preso por las acusaciones del Departamento de Estado, pero igual el hombre carecía de derechos y tanto su imagen como su trabajo se vieron afectados.
¿Cuál es el pacto que existe a partir de ahora entre el periodista y el poder y cómo puede afectar las relaciones entre los medios y los gobiernos? Si bien él está en libertad, queda la persecución como un antecedente de amedrentamiento para todo el que se atreva a desafiar el estamento más determinante del Estado Profundo. En ese aspecto, no solo el gobierno federal ya logró lo que quería, sino que puede extender el mismo mecanismo hacia todo el que ose hacer algo parecido a Assange. En el contexto de las elecciones, se da una especie de revival para Biden, quien requiere de un gesto que lo pondere de cara al descrédito que ahora mismo sufre producto de todas las promesas de campaña echadas por tierra. La crisis migratoria y el no poder frenar los desacuerdos en ese tema dentro de las dos cámaras legislativas son cuestiones clave que lo conducen a buscar un golpe de efecto ante la opinión pública para de alguna manera darle fuerza y protagonismo a su administración. Pero nada de eso va a detener la caída inmensa que el discurso del partido está sufriendo en la nación anglosajona, en la cual se hace patente que las masas de blancos trabajadores alcanzan niveles de frustración nunca antes vistos ante la inflación y el acrecentamiento de los problemas.
El partido demócrata es de esa izquierda burguesa universalista que pretende eludir los debates internos de los Estados Unidos y conducir a sus votantes a partir de propuestas que entrañan un corrimiento ideológico hacia las cuestiones del género, la cuestión de lo identitario y de las llamadas minorías; por lo cual los golpes de efecto en la prensa y en el contexto de la opinión pública son altamente valorados. Los votantes del partido, amén de tener grupos que profesan una fidelidad, son personas que de manera oscilante se mueven entre uno y otro bando en dependencia de las demandas que se llevan a discusión. No es como los republicanos que poseen una base ideológica articulada que va siempre a actuar en pro de líderes que cumplan con una cantidad de valores específicos al menos en el discurso. Por ello, Biden sabe que está obligado a jugar con las percepciones y las narrativas si quiere aspirar a algo. O más bien, eso saben sus asesores que seguramente están detrás de la jugada con Assange. Aunque la noticia no deja de ser buena para todos los periodistas del mundo, seguramente no hay que ponderarla demasiado pues en el contexto de las elecciones tal cosa no es más que una de las tantas reacciones calculadas por los demócratas en pro del voto.
Assange está libre, pero vivirá en la globalista Australia, uno de los puntos esenciales del sistema de vigilancia de inteligencia anglosajón (el famoso Five Eyes) donde tendrá que cuidar mucho de sus comunicaciones digitales, pues es un objetivo a tener en cuenta por los poderes fácticos. No está fuera de vista, sino que en todo caso se le colocó en una parte del mundo en la cual puede volver a caer en cualquier momento. Y en esa misma lógica hay que mirar la movida de Biden, no se renuncia a mantener el objetivo cerca, sino que al contrario se le pone en un sitio de fácil acceso en el cual en teoría no estará perseguido. Además, el tema de los derechos humanos y de la libertad de expresión se han vuelto a activar como ariete contra Rusia y a Occidente no le conviene tener puntos flacos en su accionar que puedan demeritar su narrativa. De ahí que el caso de Assange fuese una especie de deuda que, a partir de ahora, será enterrada por los medios hegemónicos para jamás ser mencionada. Sencillamente, el debate global es conducido a partir de los intereses de la élite y el tema de las filtraciones y su impacto en la credibilidad del sistema no está incluido.
Pero en todo esto hay que tener en cuenta la existencia, como tema medular, de la antipolítica como uno de los procedimientos de los gobiernos más poderosos actuales. En ese punto, cualquier cosa que se haga para conservar el poder es válida, aunque viole los principios elementales del mundo liberal. Y eso es lo que está pasando con Assange, que se demuestra que la judicialización de la política es algo que puede salirse de los causes de las leyes y afectar a cualquiera que sea incómodo. El poder logra la disuasión necesaria y mantiene a recaudo y vigilado al periodista. La jugada de ganar/ganar no está solo definida por el entorno de las elecciones y de Biden, sino porque el estamento del poder real busca autosostenerse a partir de la pérdida de confianza de las masas en las élites, un punto que tocó fondo durante los sucesos del Capitolio en los Estados Unidos. La rebelión de los republicanos no solo fue un quiebre de la gobernabilidad, sino la señal de que quizás el Estado Profundo, en su afán de control de las instituciones, puede ejercer una visión destructiva sin precedentes que conduzca a la disolución del pacto social. En materia política estamos hablando de algo que no se puede componer a partir de los mecanismos formales de democracia y que solo a través de la fuerza y del imperio de la violencia hallaría resolución. Por eso la jugada de Assange aspira a mostrar suficiencia y fortaleza de las instituciones, en primer lugar, del Pentágono y en segundo de la justicia norteamericana y de los órganos de seguridad y de inteligencia.
Pero eso no queda allí. El papel del periodismo independiente queda lastrado en un contexto donde priman las narrativas por encima de los análisis y las relaciones de poder más allá del ejercicio real de la profesión. El hecho de que un pacto y no una corte sea lo que determinó el fin de este caso, conduce a la conclusión de que todo el tiempo el poder y la factibilidad estuvieron en manos del gobierno federal y que Assange de alguna manera acepta los cargos, al dar luz verde a la clemencia que se le ofrece. El pacto legitima la persecución y abre un peligroso precedente para todo el que ose no comportarse de la forma en que los poderes fácticos desean. O sea, para nada hay que hablar aquí de una debilidad de los estamentos del Estado Profundo, aunque sí hay que abordar una crisis de Biden y de la propuesta globalista de poder en el contexto de Occidente y de los sucesos que se imponen en la arena actual.
Además, las elecciones norteamericanas van a darse en un contexto mayor en el cual los partidos de la vieja derecha conservadora están de vuelta y se ve un descrédito de la izquierda globalista que, con sus políticas divisorias de género y la irracionalidad de los discursos, no logra una hegemonía que empatice y aúne a la clase media y a los grandes sectores de los que sigue de alguna manera dependiendo el voto. La antipolítica tenderá a ser cada vez más un arma y una respuesta del Estado Profundo frente a su propia crisis ya que dejar en manos de los votantes la supervivencia del establishment es algo que no se puede permitir, por lo cual la ascensión de Trump es totalmente coherente con las visiones que se están manejando en los círculos del poder. El lio es ver si los que realmente controlan Estados Unidos van a poder con una segunda temporada de un sujeto mitómano que vive dentro de sus propias narrativas y que no está dispuesto a bajar a la realidad. En ese contexto, la nación no es la misma que la del año 2016, sino que está en una situación con la deuda mucho peor y con una gobernabilidad lastrada por la desunión en torno a la cuestión migratoria. Además, el sistema de tratados internacionales se muestra en crisis. La excepcionalidad norteamericana no puede materializarse solo a partir de la voluntad de Trump, sino que debería ser una cuestión política factible. Y no lo es en las condiciones de este instante.
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