Brasil: hambre que vuelve y ahoga
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Hombre pidiendo para comer en Brasil. Créditos: Karime Xavier/Folhapress]
Luiz Inácio Lula da Silva, favorito en las encuestas para los próximos comicios presidenciales, ha vuelto a esgrimir su prédica de lucha contra el hambre, ante la actual situación al respecto que vive la nación suramericana, donde, durante sus dos gobiernos y el de Dilma Rousseff se logró que Naciones Unidas retirará a Brasil del Mapa Mundial del Hambre.
El golpe de Estado legislativo contra Dilma, las asunciones primero de Michel Temer y luego por elección de Jair Bolsonaro -para lo cual Lula fue injustamente llevado a la cárcel- enraizaron una política de entrega del patrimonio nacional a manos privadas, lo cual agravó la falta de respuesta a la recesión mundial, la epidemia del coronavirus y la destrucción del medioambiente, que han dejado nuevamente al rico Brasil en medio de una pobreza generalizada, que golpea a 125 millones de sus 214 millones de habitantes, 33 millones de los cuales no tienen ya que comer.
Según France 24, el número de personas que pasan hambre se ha duplicado en los últimos dos años, remitiéndose a un estudio realizado entre noviembre pasado y abril de este año por la organización Red Brasileña de Pesquisa en Soberanía y Seguridad Alimentaria y Nutricional (Red Penssan), que se basó en visitas a más de 12 000 hogares brasileños en 577 ciudades de los 27 estados del país. De esta manera, volvió al mismo nivel que el país tenía hace cerca de 30 años, aunque la población era un 35% menor.
En el 2020, la cifra de hambrientos en Brasil ascendía los 19 millones. Esto quiere decir que en poco más de un año, 14 millones de personas se han convertido en víctimas de este problema. Y si lo comparamos con los 10 millones de brasileños que pasaban hambre en el 2018, la cifra del 2022 triplica la de hace cuatro años.
El estudio de Red Penssan también reveló que 6 de cada 10 habitantes del país conviven con algún tipo de grado de inseguridad alimentaria, es decir, con la inquietud de si van a tener dinero o alimentos. En ese sentido, se ha agravado en un 60% en comparación con el 2018.
Aunque se menciona como factores del problema a la operación militar rusa en Ucrania y la epidemia del nuevo coronavirus, lo cierto es que ello se ha agravado porque las medidas gubernamentales al respecto son aisladas e insuficientes, e incluso algunos elementos gubernamentales admiten que nada de ello preocupa al actual régimen, que no tiene en cuenta los altos precios de los alimentos, el desempleo y la caída de la renta de la población, lo cual aumentan el desamparo y el sufrimiento.
SIN EXPLICACIÓN
Nada explica el porqué del desmantelamiento de los programas para ayudar a las familias pobres. Por ejemplo, las compras institucionales que permiten a los pequeños agricultores disponer de una renta por suministrar alimentos a las escuelas. Que los niños no vayan al colegio significa aprender menos, pero también alimentarse peor, porque ya no tienen un desayuno o una merienda garantizados.
Nilson de Paula, investigador de Políticas Sociales, así define el hambre: “Cuando un miembro de la familia deja de alimentarse, ya no queda comida ni tienen dinero para comprarla”. Y recalca: “el hambre es un proceso”. Antes de llegar a padecerlo, las necesidades se van acumulando.
El favorito en las encuestas para las próximas elecciones, Lula, del izquierdista Partido de los Trabajadores, recordó que cuando llegó a la presidencia, en el 2003, su meta era simple: “garantizar tres comidas al día para los brasileños. Sacamos a Brasil del mapa del hambre, pero, desgraciadamente, nuestro país retrocedió”. Y es que los gobiernos de Lula y de Dilma Rousseff dieron a las políticas contra la pobreza una prioridad nunca vista en Brasil.
El hambre, como todo en Brasil, no escapa a la desigualdad. Como suelen decir los activistas brasileños, tiene género y color. La información recabada por los encuestadores permite hacer una radiografía de los hambrientos. Viven en un hogar —o una chabola— que encabeza una mujer negra con hijos y está ubicado en el campo en el norte del país.
El profesor de Paula subraya que, “en una sociedad marcada por una profunda desigualdad como la brasileña, no es posible que el problema del hambre sea resuelto por las meras fuerzas del mercado”. Explica que en los últimos años “la negligencia del Estado ha pasado a ser determinante. Existe una precarización sistemática de las políticas públicas”, impulsada por gobiernos partidarios del Estado mínimo. Y la pandemia ha agravado un panorama cada vez más hostil para los pobres, con el paro en aumento y los salarios y la renta en caída.
Por si fuera poco, una inflación que está entre las más altas del mundo corroe especialmente el bolsillo de los que menos tienen. Y la inflación se come el aumento del salario mínimo. Datos que dibujan un panorama catastrófico para buena parte de Brasil, donde el hambre es un problema que vuelve y ahoga.
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