Yoyo Díaz: lo imposible de soñar con las Grandes Ligas
A Jackie Robinson no solo lo he admirado por sus extraordinarios dotes de pelotero, sino por su valentía y paciencia para romper la barrera de color y dar una lección de dignidad y coraje.
Fue el primer negro en pisar un terreno en las Grandes Ligas, en 1947, en medio de ofensas desde el público racista y desde el banco del equipo contrario. Pero lejos de amilanarse se daba fuerza para imponerse en el terreno. Su estatura de hombre y atleta llegó a su clímax el día en que disparó el jonrón que burló a sus depredadores y catapultó a su equipo, Brooklyn Dogers, hacia la Serie Mundial.
Ese ejemplo de modelo de hombre y sensacional atleta hizo que el mundo del béisbol lo reverenciara y decidiera que cada 15 de abril en las ligas mayores de Estados Unidos todos los peloteros usen en su uniforme el 42, número que Robinson llevaba en su espalda.
La vida estoica e imponente de Robinson durante su paso por la también llamada Gran Carpa reflejada en la película del estadounidense Brian Helgeland, en 2013, me hizo recordar pasajes de la vida de otra víctima del racismo: Heleodoro “Yoyo” Díaz.
Oriundo de Puerto Padre, provincia de Las Tunas, Yoyo Díaz soñó con incursionar en tales niveles –mucho antes que el debut de Robinson--, pero ya había chocado con las barreras del racismo en los propios EE.UU. que le hizo desistir de esa ilusión.
Por decisión personal y el aliento de sus compañeros de equipo en Cuba, que lo veían con cualidades especiales, llegó hasta el norteño país en 1935; formó parte del equipo New York Cuban, de la liga negra americana. Pero hasta ahí.
Entonces se convenció de que su máxima aspiración en aquella época era jugar en la Liga de Color, pues el racismo era una muralla impenetrable entre los dueños de equipos y buena parte de la población de Norteamérica.
En una entrevista concedida a la AIN, hoy Agencia Cubana de Noticias (ACN), contó que un día llegó a una cafetería del país norteño, pidió un sándwich, pero no lo atendían, hasta que al fin uno de los dueños “me dijo, está bien compra, pero por la puerta de atrás”.
Yoyo Díaz salió de esa cafetería y más adelante llegó a otro establecimiento, pidió agua, se la sirvieron; pero el vaso que utilizó lo estrellaron contra el piso delante de los clientes.
Tras revelar esas anécdotas durante la entrevista exclusiva realizada en 1989 en su natal ciudad, se le preguntó: ¿Es cierto que en tu época fuiste el lanzador más rápido de Cuba? Eso decían, admitió el legendario pelotero, de complexión fuerte, de más de seis pies de estatura, de hablar pausado y carácter bonachón.
Entonces para buscar mayor veracidad se contactó con el narrador comentarista Eddy Martin, y al consultarle tal criterio propuso remitirle la pregunta al profesor Juan Ealo, quien apuntó: Tenía una velocidad aterradora, pero no puedo confirmar que era el más veloz.
Yoyo Díaz comenzó a jugar en la década del 20 del pasado siglo con los Tabaqueros de Puerto Padre, como receptor y jardinero, pero en una ocasión lo utilizaron de apagafuegos. Desde entonces dejó de patrullar y no utilizó más la máscara.
Su nombre ya recorría el oriente del país y a circular una leyenda: en un inning mientras lanzaba sus compañeros jugadores de cuadro se sentaron de espalda al home. ¿Es cierto? Se le dijo. Y con una sonrisa respondió: ‘’sí pero yo no los mandé’’.
Fotocopias: Yaciel Peña de la Peña
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