Yelennis, la bayamesa del corazón de fuego
especiales
Me estremeció esta muchacha junto al mar, que con aquella sonrisa a prueba de todo les lanzaba bromas a sus compañeros y los ojos se le llenaban de lágrimas para hablar de hombres que no conocía, que jamás había visto, pero a quienes llamaba con la misma palabra entrañable: «lo que se siente la pérdida de un compañero es algo que no se puede explicar...»
Acababan de regresar de la zona caliente en la Base de Supertanqueros de Matanzas. Aún no se había sofocado completamente el fuego que mantuvo en vilo durante días a la ciudad y al país, venían agotados, pero con unas energías que solo ellos saben de dónde las sacan. Nos acercamos a conversar y se hizo de noche entre tanta juventud fuera de serie. Ella no era «la flor del grupo»: «trabaja como un hombre», dijo uno de los compañeros. «O como una mujer», repliqué. «Es que hace todo lo que hacemos nosotros, no hay diferencia. Ahí flaquita como la ves, tiene tremenda fuerza», me explicaron entonces.
Todo el grupo se encontraba pasando un curso para Jefes de Pequeñas Unidades y cuando les dijeron que iba a relevar a sus colegas, ninguno dudó. Ahora es la muchacha quien habla en nombre de todos: «estábamos con deseos de venir para acá».
En Bayamo, la reacción fue, lógicamente, distinta: «cuando le avisé, mi mamá no creía que venía para Matanzas; me llama cada cinco minutos, pero cuando voy a entrar al área de trabajo, le digo: bueno, mami, ya...»
Y por más que su «niña» no es ninguna improvisada, es normal la preocupación, pues la propia Yelennis nos cuenta que al frente de su auto- cisterna, allá en Granma, se ha «enfrentado a incendios en maleza, viviendas, nunca nos hemos enfrentado a una situación como esta».
De hecho, profesionales y todo, confiesa: «La noticia nos impactó, porque nunca pensamos que íbamos a tener una catástrofe de esta intensidad, y ya cuando vimos que empezó a empeorar la situación, sentíamos más deseos de venir, pensábamos en los compañeros que teníamos desaparecidos, todo eso ha sido demasiado impactante para nosotros, ya que somos una gran familia».
Del «embullo» a la vocación
Yelennis Arévalo asegura que no tiene miedo. Ni al fuego, ni a las alturas. Cualquiera diría que nació para ser bombera y, probablemente, así es. Sin embargo, tardó un poco en descubrirlo, pues llegó a esa profesión «por embullo de una prima, vi a los bomberos en mi niñez y nunca me interesé por eso, me fui con ella porque siempre andábamos juntas; al final ella dejó la Escuela y yo seguí, porque yo sí me enamoré de los bomberos por completo».
Durante las vacaciones hicieron una convocatoria para la Escuela Nacional de Bomberos. Tenía 16 años, fue a la Unidad de Bomberos en la que trabaja hoy en día, hizo el chequeo médico, todo el proceso, y pensó que no iba a entrar, porque a la altura del 11 de agosto no le habían avisado. El 12 les llegó la noticia de que las iban a recoger para entrar a la Escuela Nacional de Bomberos.
«Cuando entré, no estaba tan decidida, pero ya cuando empecé a ir por los comandos, a ver lo que hacían de verdad los bomberos, me enamoré de esta carrera de tal modo, que jamás quisiera salir de aquí».
Se graduó en febrero de 2021 como Técnico Medio en Protección contra Incendios. Esta preparación le dejaba varias opciones: prevención, inspectora de incendio o jefa de carro. Ella escogió rápidamente: «me incliné más por la parte de la extinción y cuando llegué a mi Comando, le dije a mi jefe que yo lo que quería ser era jefa de carro; él me dio la oportunidad y hasta hoy, ya llevo un año y cinco meses».
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