Una guerra en el deporte no pondrá fin a la de Ucrania
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La Federación de Rusia inició hace algunos días una masiva operación militar contra el gobierno ucraniano que preside Volodímir Zelenski. Como toda guerra, los daños humanos y materiales crecen por horas.
Poco después del estallido, muchas instituciones del deporte a nivel global han iniciado una masiva operación política contra atletas, autoridades, federaciones y otros estratos del deporte ruso.
Como toda acción de presión política, ya cobra elevados saldos a personas e instituciones que nada tienen que ver con los misiles que ahora mismo explotan en la geografía ucraniana, salvo que ser ruso constituya ya, de plano, un delito…
El movimiento olímpico internacional tiene el derecho y el deber de reclamar la paz a toda voz; posee incluso la opción de condenar a la parte del conflicto que considere culpable, a partir del imperio de la razón al cual se alinee.
Sin embargo, no debiera promover ni ejecutar una “intervención militar” sobre las “tropas deportivas” de una nación, y menos de una con tan rica historia atlética.
Por más drásticamente que se mire al conflicto, el movimiento olímpico internacional se dispara a sí mismo, y se enreda en una clara postura de doble rasero, cuando declara la guerra al deporte ruso.
El concierto de Lausana y otros debieran concentrar sus esfuerzos en el llamado a la paz y en la promoción de relaciones verdaderamente amistosas entre instituciones y países, sobre todo entre aquellos que por profundas y complejas coordenadas históricas se han visto forzados a la guerra de balas y bombas.
Su exigencia de no politizar el deporte ni el escenario bajo los cinco aros debiera mantenerse incluso en las actuales circunstancias, sobre el principio de que los atletas, los clubes y las federaciones deportivas no son instituciones militares -ni gubernamentales en muchos casos- ni le han declarado la guerra a nadie.
Rusia no podrá acoger eventos en casi ningún deporte, sus equipos y clubes serán vetados o preteridos en disímiles certámenes, y a los atletas se les impedirá hasta actuar bajo su bandera e himno, lo que significa despojarlos de parte de su identidad patria.
Tales medidas, animadas increíblemente desde el concierto de Lausana y otros lares, ponen en clarísima duda la neutralidad del movimiento olímpico y expresan los verdaderos basamentos políticos, ideológicos y culturales de muchos de sus líderes.
Resulta lamentable que se intente presionar al gobierno ruso imponiendo castigos a los deportistas. Y peor aún que los castigadores tengan que ver con el concierto de Lausana. Nadie debiera torturar a un hijo, ni sumar una guerra impensable e innecesaria a otra ya existente.
Las tradicionales narrativas de la neutralidad, la unidad y la igualdad se han destruido en las últimas jornadas “gracias” a comunicados infames dirigidos a lugares incorrectos. Al leerlos, parecieran haber sido escritos en Washington o Bruselas.
Desde esta Isla, asediada por los gobiernos de Estados Unidos durante tanto tiempo y en medio de silencios cómplices, podríamos preguntarnos…
¿Por qué no se tomaron decisiones similares cuando las guerras de Vietnam y el Golfo Pérsico, cuando el ataque a Yugoslavia o la invasión a Afganistán, cuando tantas veces hemos oído hablar de ataques preventivos y daños colaterales? ¿Hay guerras buenas y justificadas? ¿Quién las define así?
¿Por qué no se castigó masivamente al deporte estadounidense cuando su gobierno nos atacó por Playa Girón o intentó impedir, con aviones y amenazas, que una delegación de Cuba asistiera a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Juan 1966? Ilógico verdad…
¿Por qué no se ha sancionado o condenado masivamente al movimiento olímpico estadounidense por las nefastas consecuencias que sobre nuestro deporte tiene la política de bloqueo que su gobierno nos impone desde hace seis décadas? Ilógico verdad…
Entonces… ¿Cómo puede aceptarse que el movimiento olímpico internacional castigue al deporte ruso por una guerra que no desencadenó ni protagoniza? ¿Cómo aceptar que intereses políticos y económicos del concierto de Lausana y otros lares permitan ahogar una canasta, un gol, un salto o un remate si su nacionalidad es rusa?
¿Será cierto que el movimiento olímpico dejó en el pasado escenas como las de la fiesta nazi de Berlín 1936 y la de los boicots de Moscú 1980 y Los Ángeles 1984?
A la luz de los actuales acontecimientos, no parece.
Abogamos por la paz y la justicia; por el pleno respeto al derecho internacional; por la solución definitiva de los conflictos que enfrentan a naciones y pueblos; y también porque el deporte haga su contribución generosa a ello, sin nuevas víctimas ni señalados ni sancionados. Eso no ayuda.
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