Tokio 2020: Reineris Salas y un bronce esculpido a táctica y perseverancia
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Tengo que cogerla, tengo que cogerla. Me repetía una y otra vez. Como si obtener una medalla olímpica para él estuviese a la par de la defensa de sus pequeños gemelos en cualquier circunstancia de peligro.
Así es Reineris Salas (17 de marzo de 1987), un luchador que en los últimos tiempos especuló poco, no podía hacerlo si sobre su cuerpo, además de sus 97 kilogramos, pesaba una fractura en la pierna izquierda en el último año de una preparación que transitó por un ciclo bastante irregular, en el que incluso pensó decirle adiós a los colchones, su hábitat natural.
Pero como decimos en el argot popular “El Gimnasta”, practicó esa disciplina antes de dedicarse a la lucha libre, es de IDEA FIJA. Máxime cuando en Río de Janeiro 2016, discutiendo bronce en los 86 kg frente al rocoso estadounidense J´den Cox, fue víctima de un fallo arbitral muy cuestionable, que en definitiva le concedió la victoria al norteño en el crucial pleito por 3-1.
Otra espina clavada, otra razón por la que demostrarse a sí mismo que sus tres preseas en Mundiales, (bronce en 2010, y plata en las versiones de 2013 y 2014) no eran obra de la casualidad. Debía y quería además, sacar la cara por el estilo libre, para evitar que se fuera de Tokio sin preseas, por el corredor de fondo, tal y como ocurriera en la urbe carioca.
Peleaba por él, pero también por Geandry Garzón, Alejandro Valdés, Julio Mendieta, el colectivo técnico, las chicas de Filiberto Delgado…sus coequiperos. Luchó para poder decirle en el futuro a sus hijos que su padre es medallista olímpico, para regalarle una sonrisa inmortal a su padre Rey, su mayor admirador, y para devolvernos la fe a mí y millones de cubanos en la penúltima fecha competitiva de esta magna y deslumbrante cita bajo los cinco aros.
El resto en la arena
Una lección magistral de cómo echar el resto en la arena, de exactitud táctica de lord inglés a la hora del Te. De preparar el instante preciso para asestar el golpe ganador. Eso hizo Salas en cada uno de sus pleitos anteriores y esa fue la fórmula nuevamente ante el curtidísimo azerí Sharif Sharifov. Y no lo digo solo por sus casi 33 años de edad, sino por su ruta al máximo nivel.
Imaginen que hablo del rey de Londres 2012 en los 84 kg y bronce de los 86 en Río, triple medallista en lides del orbe, incluida su plata en la última versión de Nur Sultan 2019, y cuatro veces acreedor de podios en Europa, la meca de este deporte.
Imaginen cuántas huellas de batallas cruentas en los cuerpos de ambos, previo a esos seis minutos de vida o muerte. El centro del colchón su credo, mantener la postura e iniciativa ofensiva, su ruta hacia la gloria. Sharifov, a cuentagotas, fue marcando, primero por no poder llegarle Reineri tras 30 segundos de penalización por pasividad, luego por sacarlo del colchón.
El reloj se antojaba un tercer enemigo, la cautela la mayor aliada de Salas. En el sofá de mi sala, yo queriendo subirme al TV y encarnar en el mismísimo “Russel Crowe”.
Comenzaron los tres minutos eternos de la verdad, Sharifov se antojaba un poste de la termoenergética de Bakú, Salas lo sondeaba, pero sin materializar ninguno de sus dos intentos de tackle. Entonces, en una embestida felina sacó mejor provecho y le marcó dos puntos a su oponente. Aún cedía por uno, 30 segundos finales, cada fibra muscular, cada neurona, cada respiración al límite… llevó a su rival a las inmediaciones de la zona de pasividad, y con un alirón final, poseído más por las ganas y la inminencia hiriente de un veredicto adverso, sacó a su oponente del colchón.
El juez levantó su mano derecha, la de la muñequera azul, coincidente con el maillot azul de Salas. Un acto de vida o muerte, con la pizarra reflejando 3-3, pero vencedor el nuestro por su movimiento técnico de dos puntos.
Un calco de sus desenlaces airosos previos 4-3 sobre el bielorruso Aliaksandr Hushtyn, y 6-4 al macedonio del norte Magomedgadji Nurov, igualmente tejidos a fuerza de táctica e instante decisivo. Salas es un luchador inteligente, de eso no me queda la menor duda. Solo cedió 0-4 ante el inexpugnable ruso Abdulrashid Sadulaev, un hombre que volvió a tocar el cielo, al imponerse 6-3 al estadounidense Kyle Snyder. Su verdugo en cuatro pleitos. Por cierto, el cubano nacionalizado italiano Abraham Conyedo, se colgó el otro bronce en disputa.
Salas no podía y no debía exponerse en demasía. Necesitaba llegar con oxígeno en el tanque y sin notorias mellas en su anatomía a ese duelo con Sharifov. Así lo hizo, y así nos regaló a todos la presea de la perseverancia. Selló con broche de bronce esa clase magistral, luego de su décimo puesto en Beijing 2008, y el quinto en la Ciudad Maravillosa.
Su adiós al deporte activo lo hallará con la satisfacción de que en definitiva pudo cogerla, y sus hijos, en un momento no lejano, tendrán otra presea, la más notoria, que añadirle a sus tardes de juego y anécdotas.
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