SEMBLANZA: ¡Rolandito...!
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¡Rolandito Pérez Betancourt, hermano, que te nos mueras cuando tenías tanto que decir aún...! Y con tanta falta que nos hace en estos tiempos tan tormentosos, en medio de un planeta náufrago donde Don Dinero desgarra horriblemente a la humanidad. Sabías llegar al corazón, aunque eso es imagen poética; en realidad, taladrabas con la belleza la frente de las personas para llegarles a la bondad, a la vergüenza e invitarlos a razonar.
Eras un atleta. No solo en el gimnasio, la lucha o el buceo. También de la palabra. Jamás se deslizó la descarga, el teque en tus textos. Pero no voy a permitir que la admiración a tu profesionalidad, a esa capacidad de conducir la magia de la literatura sin arrastrarla por los pelos al periodismo, oculte lo principal de ti. No voy a usar frases rebuscadas para calificarte; has sido un ser humano muy bueno. En ti, la virtud abrazaba el talento.
Lo más trascendente es tu calidad como hombre, tu forma de ser, muy por encima del nivel de tus hermosos textos por la TV o las páginas de tu amado Granma, muestra de que se puede y debe llevar la ideología, la política, las verdades en que uno cree sobre una embarcación bella. La ética y la estética, lo dominas muy bien, son dos partes de un remo, si no lo usas correctamente, el bote hace agua.
Lo más importante: es tu forma de ser. Maduro en tu juventud. Juvenil en tu madurez. Juventud y madurez como deben vibrar. Y una militancia humana, sin extremos ni blandenguería, sin ceguera ni escondrijos. Lejos de cantos alabarderos pocos convincentes. Escribías del pueblo y para el pueblo y, ante todo, desde el pueblo. Por eso La crónica de un espectador. Al hacer periodismo la hacías desde la visión de un edificador.
Llevabas el deporte en la sangre. Por tanto la combatividad no podía serte ajena. Pero no te aferrabas a los hierros y a los ejercicios, tampoco a la máquina de escribir ni, ahora, a la computadora. Eran pasiones que enlazabas. Gente de opinión propia, la defendías contra viento y marea hasta que te demostraran con argumentos si estabas desacertado. Y no te dejabas ganar por ditirambos.
Oye, en medio de esta conversación tan seria, sé que no olvidaste aquella puja en un pasillo de la Escuela de Periodismo hace muchos años en la que practicábamos una llave de lucha, y las suelas de nuestros zapatos aterrizaron en el pantalón blanco acabado de estrenar de un condiscípulo que era muy atildado al vestir. En la mirada de aquel estudiante, algo mayor que nosotros, se veía la intención de ponernos la llave a los dos. Pues pies para que los quiero... nos dijimos, y los pusimos en marcha. Y, compay, le zumba tu invento de hacer ejercicios con pesas antes y después del corte en una movilización cañera.
Recuerdo la única ocasión en que me disgusté contigo porque no estuviste de acuerdo con mis quejas al no llevarme a Puerto Rico en 1966 e impedirme ser parte de la Delegación de La Dignidad, de cantar sobre la heroicidad aquella. Me callé la boca pese a que me hirió tu opinión: “Es mejor que no hayas ido. Aún no estás suficientemente preparado. No te apures”. Con el tiempo comprendí que tenías razón y me habías salvado de la autosuficiencia del insuficiente. Cuando en Panamá cubrí mi primer certamen internacional, fuiste de los primeros en congratularme por mi quehacer allí. Y añadiste: “Ahora sí estabas bien entrenado. Hace cuatro años hasta hubieras hecho el ridículo”.
Estabas en la primera fila de la vanguardia de lo mejor de la nueva generación de periodistas, sin creértelo ni ambicionarlo: te emergía naturalmente. Encabezaban la batalla por ir más a lo humano, a la reflexión para hacer reflexionar a las personas. Quería ir más allá de las presidencias de los actos, y sin despreciar lo informativo -lo informativo de verdad- dirigirse a lo realmente profundo. Tú el primero en bucear también fuera del mar para ir a lo hondo de las noticias, sin cantar loas innecesarias, ni decir que todo estaba bien, fuera un filme o una manera de actuar, de construir y de amar.
Sin embargo, no todos los especialistas deportivos -muchos lo creen y solo son los que cubren esas competencias- no te comprendieron. Bueno, te hicieron un gran favor al no encasillarte: pusiste tu prosa en cualquiera de los ámbitos del vivir sin soslayar las lides atléticas. Y, como ninguno, los reflejaste; más que eso, los interpretaste. Después el cine y la novela te atraparon. Desde esas sabrosas aventuras, tu voz continuaba siendo la del pueblo. Bondadoso, cariñoso, respetuoso de las opiniones de otros, no permitías que despreciaron las propias ni el ataque sin argumentos.
Espera, no voy a decir que eras perfecto. Además de sonrojarte me vas a negar la palabra y deseo seguir conversando contigo. Perfecto... ¿Quién lo es? Martí censuró la exaltación exagerada a los famosos. En el poema a la pureza de Nicolás Guillén se dice tanto en ese sentido. Pablo de la Torriente Brau trató el tema. No pocas veces lo tan puro aburre y es tan pesado. Ese tema lo tocamos varias veces... En alguna oportunidad te equivocaste. Pensaste que un determinado camino era el adecuado, y no valía la pena andarlo. Ante un hecho complejo te golpeó el dogmatismo... Nada de eso es óbice para que sigas siendo espejo, especialmente para las nuevas generaciones de nuestra profesión, porque ni siquiera tienes alguna esquina rota.
Los merecidísimos premios recibidos, con tu presencia adquirieron mayor lustre. Mas es superior esta masiva y maravillosa manera de venerarte en los medios y las redes sociales ante el dolor de tu fallecimiento, venida desde tu familia, tus amistades, tus colegas -incluso de quienes no siempre han estado de acuerdo con tu visión o tus posiciones- con tanto amor de pueblo.
Te voy a extrañar, eterno joven, por eso lo de Rolandito.
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