Papá dinosaurio
especiales
Ilustración: Masato Hattori
La dudosa frase de “madre solo hay una y padre es cualquiera” parece no funcionar ni con los dinosaurios.
Un reciente hallazgo del fósil de un dinosaurio macho incubando veinticuatro huevos pudiera confirmarlo.
Un equipo de investigadores liderados por Shundong Pei, de la Universidad de Yunnan, y Xing Shuo, profesor de la Academia de Ciencias de China, tuvo a su cargo este sonado descubrimiento realizado en el sur de ese país asiático.
Su relevancia está dada en que se trata del primer espécimen de dinosaurio del mundo que ha sido hallado sentado sobre un nido de huevos con sus embriones.
Se trata del esqueleto, incompleto, de un ovirraptor grande, adulto, en una postura de incubación de pájaro sobre una nidada. Al menos siete de los huevos contienen huesos o esqueletos parciales de embriones ovirraptóridos en avanzada etapa de desarrollo.
Matthew C. Lamanna, del Museo de Historia Natural de Pittsburg y también coautor del estudio, subraya que “aunque antes se han encontrado algunos ovirraptóridos adultos en nidos, nunca se habían descubierto embriones dentro de esos huevos. En el nuevo espécimen, las crías estaban casi listas para eclosionar, lo que indica, sin lugar a dudas, que este ovirraptórido había permanecido en su nido durante bastante tiempo. Este dinosaurio fue un padre cariñoso que, finalmente, dio su vida mientras cuidaba a sus crías”.
Investigaciones también recientes corroboran de modo categórico que la extinción de los dinosaurios sobre la faz de la Tierra fue debida a la caída de un asteroide y no por erupciones volcánicas masivas.
Al menos, así lo ratifica enfáticamente Pincelli Hull, profesora asistente de Geología y Geofísica en Yale y autora principal de un estudio resultado de 40 años de investigación sobre el tema, dado a conocer a inicios del 2020 en la publicación académica Science Bulletin.
Con la potencia de unos 10 000 millones de bombas atómicas, el asteroide, con el doble del diámetro de la ciudad de París y que hace 66 millones de años impactó en el ángulo más mortal posible sobre lo que es hoy tierra mexicana, arrasó con el 75 por ciento de toda la vida sobre el planeta, aniquilando también, por supuesto, a los dinosaurios, cuyo protagonismo en el Cretácico ha sobrevivido hasta nuestros días recreado en famosos filmes, animados, juegos y juguetes…
Al impactar, provocó el cráter Chicxulub, de 200 kilómetros de ancho, y fue tal el choque, que desencadenó tantos millones de toneladas de gas de azufre y también otros, que bloquearon el Sol, desencadenando un descenso abrupto de las temperaturas y, por tanto, un cambio climático radical.
Nadie sabe en todos sus detalles —porque es imposible saberlo— cómo aconteció ese cataclismo. Probablemente sucedió de un modo tan instantáneo y devastador, que no dio tiempo siquiera al sobresalto o a la huida, aunque fuera inútil, entre los seres vivos de entonces.
De todos modos, es bonito fantasear, dejando la ciencia a un lado, y suponer que ese dinosaurio cuyos restos fósiles se conservaron hasta nuestros días percibió, de algún modo, el peligro tronante —como hoy perciben algunos animales la cercanía de un terremoto o una tormenta— y decidió permanecer donde debía: protegiendo la nidada, aquellos huevos verde azulados de los que estaban a punto de nacer nuevas vidas.
No fue en vano acogerse a aquella, su única y última opción: llegaron hasta el siglo XXI.
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