Nubia, Abdala y los aplausos de las 9:00 p.m.

Nubia, Abdala y los aplausos de las 9:00 p.m.
Fecha de publicación: 
18 Mayo 2020
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Su nombre me recuerda a Martí: «Mi madre llora, Nubia me reclama (…)/ ¡Adiós! Yo marcho a defender mi patria».

El poema dramático donde el joven Abdala se debate entre la madre que lo trajo al mundo y otra, también madre, la patria, vuelve a mi memoria cuando leo su nombre: Nubia Aballí Leonard.

Ella es enfermera. Se incorporó durante catorce ajetreados días a la atención de los pacientes positivos a la Covid-19 en el Hospital Militar de Matanzas «Doctor Mario Muñoz Monroy».

Esta foto es del día en que Nubia y sus compañeros salían al centro de aislamiento para cumplimentar otras dos semanas que descarten la posibilidad —tan real, que da miedo— de que alguno hubiera sido contagiado por el nuevo coronavirus.

Me da miedo a mí, más que a ellos.

El pediatra del grupo, doctor Pedro Caballero, se muestra confiado y satisfecho con la tarea realizada:

«Nos encargamos de la atención de nueve pacientes. Una experiencia muy buena, muy bien atendidos aquí en el hospital, mucha seguridad, nos cuidamos entre todos».

«Ni laurel ni coronas necesita/ Quien respira valor…»

Entonces me quedo con los versos de Abdala cuando a esta Nubia parece no importarle más que la voluntad de servicio, la vocación de salvar vidas, incluso arriesgando la propia:

«Mucha satisfacción de ver a los pacientes que se iban para la casa sin problema ninguno, muy contentos de toda la atención que nosotros les brindamos, y eso para nosotros también es un logro».

Ella, ellos, y otros que se cuentan por miles, también han elegido en estos tiempos entre el regazo de las madres, la familia, los hijos y la urgencia de la vida, de la patria.

Detrás del nasobuco obligatorio, estos seres humanos excepcionales respiran tanto valor, que ya intoxica a los que buscan desesperadamente una mancha en el sol.

Sin embargo, ellos, tan brillantes, tan estrellas con luz propia, ven las luces. Ningún dinero paga su entrega, pero a Nubia, guerrera, alejada de sus más entrañables amores para curar dolores que nunca le son ajenos, en nombre de todos, solo pide sentirse acompañada:

«Decirle al pueblo que, por favor, a las nueve de la noche no deje de aplaudir nunca, que eso nos llena de emoción».

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