Los abuelos vuelven al parque
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Antes, a medida que iban llegando, se besaban y abrazaban como si hubiesen permanecido alejados largos meses, aunque no habían pasado ni 24 horas desde la última vez que se encontraron.
Ahora fue distinto. Uno podía imaginarse las sonrisas detrás de los nasobucos, y también las ganas que tenían de abrazarse.
Pero, manteniendo las medidas de bioseguridad indicadas para esta nueva normalidad, se mantuvieron alejados unos de otros.
De todas formas, se les adivinaba la contentura a flor de piel; se traducía en el brío con que acometían, otra vez, los ejercicios que hace más de medio año dejaron de hacer.
La culpa fue del maldito coronavirus que dejó al parque huérfano de abuelos.
Permanecieron en sus casas sabiéndose protegidos, bien cuidados, confiados en la estrategia diseñada por nuestro gobierno para enfrentar la pandemia, que, como es sabido, se ensaña con los adultos mayores.
Ahora, como otro breve y valioso indicador del buen hacer, los abuelos han regresado a sus ejercicios, y con ellos, el parque recuperó su pulso de todas las mañanas.
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