Las protestas contra el turismo masivo no son algo de estos tiempos
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Las protestas contra el turismo masivo se han intensificado este verano en diversos puntos del planeta, en especial en Europa, donde ciudades como Barcelona, Venecia, Mallorca, Lisboa y las Islas Canarias han sido escenario de manifestaciones ciudadanas. Los reclamos abarcan desde la gentrificación, la pérdida de identidad local, hasta la crisis habitacional agravada por el auge del alquiler turístico.
En Ciudad de México, una protesta inicialmente pacífica contra los nómadas digitales y el aumento del costo de vida para los residentes, escaló hasta llegar a disturbios con escaparates destrozados y saqueos. En Japón, se ha instado a los turistas australianos a evitar destinos saturados como Tokio y Kioto, mientras que en Bali se han multiplicado las críticas al mal comportamiento de los visitantes en una isla donde el turismo representa entre el 60% y el 70% del PIB local.
Este 2025 marca un punto de inflexión, ya que por primera vez las protestas en Europa han sido organizadas de forma coordinada por plataformas ciudadanas. Los métodos de protesta han incluido grafitis en Atenas, ataques simbólicos con pistolas de agua en Italia, Portugal y España, y una parada acuática en Venecia en rechazo al paso de cruceros. En algunas regiones se han emitido incluso alertas de seguridad para viajeros ante las tensiones sociales crecientes.
Las quejas más comunes apuntan a la saturación turística, el encarecimiento de la vivienda, la degradación medioambiental y la falta de regulación efectiva. A esto se suman problemáticas como políticas turísticas desequilibradas, turistas insensibles a las normas locales, y la especulación inmobiliaria promovida por el turismo.
Aunque pueda parecer un fenómeno reciente, el rechazo al turismo excesivo tiene raíces profundas. En la antigua Roma, el filósofo Séneca el Joven ya se quejaba de las molestias causadas por visitantes ruidosos en las costas. En el siglo XIX, ciudades costeras inglesas como Brighton vivieron disturbios cuando la llegada de turistas ricos provocó la expulsión de pescadores y cambios forzados en el paisaje urbano.
En la década de 1880, los residentes del Lake District en el Reino Unido se movilizaron para frenar la llegada de trenes repletos de turistas. El pensador John Ruskin los describía como “manadas estúpidas” que invadían zonas naturales. Aquellas protestas lograron, al menos por un tiempo, proteger el carácter del lugar.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el crecimiento del turismo fue impulsado por el aumento de la clase media, los vuelos comerciales y la noción del viaje como un derecho. Este auge, conocido como turismo de masas, también generó nuevas resistencias. En la década de 1970, se registraron protestas violentas en Jamaica, mientras que en Hawái, el pueblo kanaka ma’oli ha denunciado durante décadas la forma en que su cultura ha sido explotada bajo el eslogan publicitario de “aloha”.
Uno de los casos recientes más simbólicos ocurrió tras los incendios de Maui en 2023, cuando residentes organizaron una protesta pacífica llamada “fish-in” frente a hoteles de lujo, para visibilizar la falta de viviendas permanentes y la lentitud en la recuperación. Estas acciones reflejan la sensación de que el turismo prioriza los ingresos sobre el bienestar de las comunidades.
En paralelo, la organización de eventos deportivos de gran escala como los Juegos Olímpicos o la Copa Mundial de la FIFA ha generado protestas similares, como ocurrió en Brasil en 2014, donde se denunciaron los elevados costos públicos y los desplazamientos de comunidades vulnerables.
El término “anti-turismo” puede resultar engañoso. La mayoría de estas comunidades no se oponen al turismo en sí, sino a un modelo descontrolado, extractivo y deshumanizante, basado en el crecimiento sin límites. Las nuevas estrategias comunitarias, como el reciente congreso de Stay Grounded en Barcelona, buscan transformar este modelo, impulsando una forma de viajar más ética, sostenible y respetuosa con las personas y los territorios. La historia lo confirma: cuando el turismo se vuelve invasivo, las voces locales se alzan. Y hoy, lo hacen con más fuerza y organización que nunca.
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