La vida en versos ¿Un domingo para la paz?
especiales

Este domingo fue un día para la paz, sin embargo, lo vivimos en medio de tanta guerra: las guerras que libramos contra nosotros mismos, cada uno su propia guerra: desamores, prejuicios, miedos, frustraciones, carencias....
Las guerra cotidiana, contra vientos, mareas y apagones, para sobrevivir en un país y un mundo en crisis. La guerra económica que nos asfixia, esa que unos llaman levemente embargo y otros enérgicamente bloqueo. La guerra cultural que pretende enterrarnos para siempre en el rincón invisible de los nadie, los ninguneadnos (diría Galeano), ese bombardeo simbólico para robarnos el orgullo y la fuerza de ser lo que somos.
Vivimos en medio de tanta guerra, sin embargo, hay un grito, un llanto, una muerte, una guerra que supera hoy cualquiera de nuestras enormes batallas: la que asesina niños palestinos entre el hambre y las bombas o los deja sin madres, les arranca las familias, las casas, la escuelas, las esperanzas, la vida... literalmente les arranca la vida.
Hace años, el poeta Vicente Aleixandre escribió esta "Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla", se refería entonces a los niños víctimas de la guerra civil española, vergonzosamente, casi un siglo después, este domingo 21 de septiembre, cuando deberíamos celebrar La Paz, tenemos que llorar otras guerras y estos versos podrían ser la oda a los niños de Gaza, víctimas del genocidio sionista, metástasis del fascismo.
Oda a los niños de Madrid muertos por la metralla (Fragmento)
Se ven pobres mujeres que corren en las calles
como bultos o espanto entre la niebla.
Las casas contraídas,
las casas rotas, salpicadas de sangre:
las habitaciones donde un grito quedó temblando,
donde la nada estalló de repente,
polvo lívido de paredes flotantes,
asoman su fantasma pasado por la muerte.
Son las oscuras casas donde murieron niños.
Miradlas. Como gajos
se abrieron en la noche bajo la luz terrible.
Niños dormían, blancos en su oscuro.
Niños nacidos con rumor a vida.
Niños o blandos cuerpos ofrecidos
que, callados los vientos, descansaban.
Las mujeres corrieron.
Por las ventanas salpicó la sangre.
¿Quién vio, quién vio un bracito
salir roto en la noche
con la luz de sangre o estrella apuñalada?
¿Quién vio la sangre niña
en mil gotas gritando:
¡crimen, crimen!,
alzada hasta los cielos
como un puñito inmenso, clamoroso?
Rostros pequeños, las mejillas, los pechos,
El inocente vientre que respira:
La metralla los busca,
la metralla, la súbita serpiente,
muerte estrellada para su martirio.
Ríos de niños muertos van buscando
un destino final, un mundo alto.
Bajo la luz de la luna se vieron
las hediondas aves de la muerte:
aviones, motores, buitres oscuros cuyo plumaje encierra
la destrucción de la carne que late,
la horrible muerte a pedazos que palpitan
y esta voz de las víctimas,
rota por las gargantas, que irrumpe en la ciudad como un gemido.
Todos la oímos.
Los niños han gritado.
Su voz está sonando.
¿No oís? Suena en lo oscuro.
Suena en la luz. Suena en las calles.
Todas las casas gritan.
Pasáis, y de esa ventana rota sale un grito de muerte.
Seguís. De ese hueco sin puerta
sale una sangre y grita.
Las ventanas, las puertas, las torres, los tejados
gritan, gritan. Son niños que murieron.
Por la ciudad gritando,
un río pasa: un río clamoroso de dolor que no acaba.
No lo miréis: sentidlo.
Pequeños corazones, pechos difuntos, caritas destrozadas.
No los miréis: oídlos.
Por la ciudad un río de dolor grita y convoca.
Sube y sube y nos llama.
La ciudad anegada se alza por los tejados y alza un brazo terrible.
Un solo brazo. Mutilación heroica de la ciudad o su pecho.
Un puño clamoroso, rojo de sangre libre,
que la ciudad esgrime, iracunda y dispara
Añadir nuevo comentario