Francia en llamas
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Fotografía tomada de https://www.elperiodico.com
Todas las miradas sobre Francia apuntan a que no está bien la nación de Sartre, Napoleón, Juana de Arco, y tantos más, y que el proyecto de Enmanuel Macron no es sólido o no ofrece estabilidad, o simplemente no se identifican en él, y por eso arde la sociedad desde sus pilares más humildes.
Hace casi una semana los disturbios acaparan titulares y exponen a un país vulnerable que parece harto y sale a las calles cada vez que le rozan la espina para aprovechar y hacer todos los reclamos que tienen atorados sin resolver.
El detonante no es un caso menor, y es totalmente condenable, además de recurrente en el mundo. Está implicado un policía y un adolescente de 17 años que murió baleado luego de evadir el control de tráfico. Se llamaba Nahel y era de origen argelino. Por todo ello, Francia exige que cese la discriminación racial, que exista mayor control sobre el uso de la fuerza de los agentes del orden, y mejor trato a los migrantes.
Sin embargo, la violencia en las calles se ha salido de control. De acuerdo con los reportes, los franceses viven, prácticamente, un fuego cruzado. Son muchísimos los detenidos, los lesionados, los inmuebles y negocios saqueados, y los vehículos incendiados. La ola de manifestantes se ha esparcido por gran parte del país y llevan sus demandas hacia la misma puerta de sus dirigentes en busca de acciones que ofrezcan garantías.
El caos no significa más que descontento acumulado, no obstante, el lastre que arrastra es muy preocupante, y hasta la Organización de Naciones Unidas llamó a prestarle la debida atención a los sucesos. También se expresan figuras influyentes, que en medio de un ambiente de fuertes críticas y de polarización, piden calma y la resolución del conflicto.
Mientras tanto, miles de integrantes de las fuerzas del orden, con el refuerzo de unidades antidisturbios, se encuentran desplegados por las zonas convulsas, de donde nos llegan imágenes del colapso social y nos muestran el verdadero clima de rebelión popular que impera. Cualesquiera que sean los motivos que lo incitaron, a su vez también habla de la distancia que existe entre el Estado y el pueblo, y de lo mucho que le queda por hacer al gobierno de Macron para que los franceses se sientan incluidos en un mismo proyecto.
A pesar de que la muerte es lo peor que puede pasar, la respuesta me parece desmedida, desequilibrada; en algunos casos, oportunista. Si está bien el cuento como nos lo cuentan, es correcto reclamar justicia, exigir que no quede impune un hecho de tal magnitud; es válido organizar marchas para que no se repitan actos tan graves que terminan en homicidio; también es necesario pedir atención para las dificultades que existan porque muchas veces es el único modo de erradicarlas, pero en esa ecuación no cabe destruir la propiedad social ni saquear negocios.
El vandalismo hace que los propósitos pierdan peso. No obstante, esperemos que el gobierno acelere esta vez su capacidad de gestión y que logre discernir entre el bandidaje aprovechado y el ciudadano que de verdad pide ser escuchado; y que, por supuesto, también haga su trabajo de controlar y velar porque sean garantizados los derechos de todos; que las personas que hoy se sienten excluidas adquieran voz; que inventen estrategias para mitigar ese odio, esa rabia y ese resentimiento que a cada rato florece por el abandono selectivo, la inacción y el desacierto.
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