En Cuba: a mal tiempo, buen corazón
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Estos no han sido días victoriosos. De resistencia sí y de esperanza. Han sido días duros, de esos que sacan lo peor (carga de móviles por 200 pesos en La Habana), pero también lo mejor de la gente (estos ejemplos, afortunadamente, no me caben en un paréntesis).
Mi niño salió temprano a pedir ayuda en la redacción de Prensa Latina para cargar el tablet. Mientras lo esperaba fuera del edificio, pasó la abuela de Ana Laura (compañerita de aula del Javi) y me ofreció desde la acera: ¡Ya tengo corriente. Lo que les haga falta: agua fría, cargar los celulares, guardar algo en el refrigerador... Ya tú sabes, me tocas la puerta, y si no escucho, me das un grito!
Más tarde le tomaré la palabra, por ahora voy escribiendo esta crónica gracias a que el nene se encontró en Prensa Latina a la mamá de una amiga de su hermana y no solo el tablet, lo ayudó también con los móviles. Así le dimos un respiro a la batería de la motorina de mi súper vecina Edith y he podido navegar un poco en ese universo paralelo que es Facebook, al que últimamente yo entro como a las tiendas: directo a lo que «me importa» y a lo que «me gusta» (nunca mejor dicho).
Entre lo que «me importa», hoy había tanto que me entristece, muchísimo, pero también esto que «me hincha», «me enorgullece», «me alienta»... Esto que somos más allá de la región de Cuba donde vivimos, aquí está el secreto de la siguaraya y el legado del Caguairán. No es muela, es solidaridad, y entre mucha hojarasca, las redes también sirven para multiplicarla.
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