Emilio, entre su pasión por la química y el Nobel de la Paz
especiales
Imagen ilustrativa tomada de internet
Conozco poco a Emilio Rebull Rivera, pero a simple vista destaca su humildad. Detrás de un carácter pausado, de una apariencia enajenada, se encuentra una persona con una sorprendente sabiduría, y una vida muy interesante.
De sus 83 años de edad tiene mucho para contar y lo hace con lucidez, objetividad, y al mismo tiempo, con timidez ante el aparato que lo graba. Se resiste un poco a hablar de sí mismo, y relata su vida laboral con nostalgia y modestia. Emilio es un universo por descubrir, un personaje enigmático. Mientras me pregunto dónde esconde tanta información, le escucho cautivada por la historia sobre su participación en una organización internacional a la que le dedicó los últimos 12 años de su vida laboral, y por la que siente especial satisfacción. En algunos momentos todavía habla en presente, y lo hace maravillado.
Emilio en la terraza de su casa, abril de 2023. Fotografía de la autora.
Antecedentes
Nacido en Matanzas, Emilio fue formado durante tres años como técnico químico en la Escuela Técnica Industrial General José Braulio Alemán, en Rancho Boyeros, La Habana, hoy Julio Antonio Mella. Luego, mientras trabajaba como químico analista en el laboratorio de una fábrica de caramelos, en el municipio de Guanabacoa, donde chequeaba la calidad del agua y de los productos, estudió un año adicional para poder adquirir el nivel requerido e ingresar en la universidad. Su interés fue siempre la química. «Por supuesto, no tenía ni idea de lo que era la industria ni lo que eso podría representar. Fue puro gusto, pasión».
Era 1957, Cuba vivía años convulsos y de inestabilidad política bajo el gobierno de Fulgencio Batista. En ese contexto, nos cuenta Emilio: «me tocaron de cerca una serie de incidentes como el asesinato de mi amigo Pedro María Rodríguez Rodríguez. Él era de Taguasco, y cuando la policía registró su casa, descubrió cartas mías donde mencionaba al gobierno, despotricando el régimen de entonces.
«Eso bastó para que una noche las fuerzas represivas batistianas se presentaran en mi casa, en Matanzas, para saber quién yo era y buscar posibles implicaciones con el movimiento revolucionario que se gestaba, pero no las encontraron, y como no se confiaban, comenzaron a vigilarme. Se colaban en el jardín para seguir mis movimientos, e indagar quién entraba y salía».
Primera trayectoria
Refiere Emilio que esa situación creó un ambiente de temor en su familia. La madre, Amelia, siempre fue su protectora, atenta a las acciones de los agentes. «Estaba en capilla ardiente con relación al tema político, y de igual forma me importaba que en ese momento en Cuba estaban restringidos los estudios universitarios. Por ambos motivos apliqué a la carrera de Ingeniería Química en la Universidad del Estado de Luisiana, Estados Unidos. No tenía recursos económicos, pero mi tío paterno me ayudó con la financiación, y me fui para allá.
«Para acortar mi estancia, me quedaba estudiando durante los veranos, y pude hacer la carrera en cuatro años. Regresé en 1961, enseguida me casé con Isora, mi novia desde que estudiaba aquí en La Habana antes de irme, y tuve tres hijos.
«En esa época, recién triunfada la Revolución cubana, vivimos el éxodo de mucha gente preparada. Inmediatamente, comencé a trabajar en la Empresa Consolidada de Fertilizantes. La oficina estaba en el edificio Payret, frente al Capitolio, donde pude descubrir la industria química de Cuba, que era muy incipiente todavía, hasta que rápido empezó la industrialización de la mano del Comandante Ernesto Che Guevara, y se decidió comprar fábricas productoras de fertilizantes, no mezcladoras.
Fotografía donada por el entrevistado, tomada en marzo de 1987 durante negociaciones con Rusia vinculadas a la planta de producción de fertilizantes en Nuevitas, Camagüey. Emilio al centro.
«Para el proceso se creó un grupo desde el que valorábamos las propuestas de los interesados extranjeros, y por eso fuimos a prácticamente todos los países con los que teníamos relaciones en ese momento y que tuvieran una industria química desarrollada. En las negociaciones con los ingleses me ayudó dominar el idioma. Ellos fueron los suministradores de la primera planta en Cuba, que se ubicó en la zona industrial de Cienfuegos, aunque fue un proceso complejo porque en aquel instante ya existía el bloqueo de Estados Unidos a nuestro país, y forzaban a Inglaterra a suspender las alianzas».
De manera bastante activa, Emilio participó en la creciente industria química cubana. Por ello trabajó durante 15 años en Cienfuegos, donde vivió una importante etapa profesional y familiar. «En aquel momento la planta de fertilizantes que montamos allí era la más moderna que había en toda Cuba».
Luego, en 1984, Emilio regresó a La Habana como director de Fertilizantes y Pesticidas, en el Ministerio de la Industria Básica (Minbas), donde permaneció varios años.
La organización
Ya en 1994, siendo director del Centro de Ingeniería e Investigaciones Químicas, adjunto al Minbas, Emilio se entera de que buscan ingenieros químicos de experiencia en industria para trabajar en lo que luego se convirtió en la Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPCW por sus siglas en inglés), radicada en Países Bajos. «Me pareció una oportunidad de crecimiento por la labor que iban a realizar y porque tenía carácter internacional. A través del Ministerio de Relaciones Exteriores, me documenté y supe entonces que La Organización, como le digo ahora, estaba en una etapa preparatoria y querían completar su primera comisión. De mi centro de trabajo recibí todo el apoyo y el proceso fue realmente rápido: apliqué en el mes de septiembre, fui aceptado el 15 de diciembre de ese mismo año, y me incorporé el 1ro. de febrero de 1995.
Fotografía tomada de https://www.opcw.org. La Comisión Preparatoria en la sede de la OPCW cuando aún estaba en construcción, en La Haya, Países Bajos. Emilio se encuentra en la primera fila, es la octava persona de derecha a izquierda.
«Sucede que en La Organización estaban apurados porque pronto llegarían a los 65 miembros y les faltaban personas de experiencia en su staff. Querían arrancar en cuanto llegaran a esa cifra mínima de países firmantes de la Convención sobre las Armas Químicas», el primer acuerdo multilateral de desarme sobre la eliminación de toda una categoría de armas de destrucción en masa en un plazo estipulado.
En la OPCW Emilio se desempeñó como oficial de industria en la División de Verificación. ¿Cómo funcionaba? «La Organización recibía declaraciones de sus miembros, actualmente divididos en categorías, en dependencia de si se poseen armas químicas, sustancias afines, o si se es precursor. El primer grupo es el más excepcional de todos por el peligro que representa, y en él se encuentran pocos países, como Estados Unidos, Rusia, Inglaterra, Francia; o sea, las naciones más desarrolladas, los grandes señores de la industria química y de la guerra, con posibilidades reales de crear ese tipo de armamento por la disponibilidad de recursos y conocimientos que tienen».
Un mundo sin armas químicas
La producción de armas químicas está prohibida para todo el mundo. Nadie tiene autorización para ello por el riesgo mortal que implica. La OPCW se creó después de estar desarrollado este campo, y surgió precisamente como mecanismo de control para evitar el desarrollo, la producción, el almacenamiento, la transferencia y, sobre todo, su empleo.
«Los países miembros que han ratificado la convención deben cumplir y seguir los requerimientos», que tienen que ver con las declaraciones de todo lo relacionado con las sustancias que manejan; lo que constituía, principalmente, las bases para las inspecciones posteriores. «Desde la División de Verificación apoyábamos en ese proceso. Éramos los asesores técnicos, organizábamos las intervenciones en el terreno, revisábamos y comparábamos la documentación desde el histórico anual, recopilábamos todos los elementos para los inspectores, y muchas veces íbamos con ellos a los lugares».
Parte del contenido de Emilio en la OPCW era también ofrecer seminarios y entrenamientos en cada país participante. «Y al mismo tiempo, debíamos estar constantemente actualizados.
«Es de vital importancia vigilar la producción de armas químicas; primero porque son muy peligrosas y casi incontrolables, si se carece de un sistema informativo y técnico adecuados. Si este tema estuviera por la libre, cualquier persona pudiera preparar actos de todo tipo, incluso, terroristas, como ya ha sucedido; una falta en esta esfera puede conducir a una guerra porque se trata de un arma terrífica, y sus consecuencias suelen ser mortales. Afortunadamente, mientras estuve en La Organización no ocurrió ningún hecho trascendente».
En este sentido, más tarde en la conversación Emilio recordó cómo el gobierno de Estados Unidos ejerció mucha presión, sin pruebas, para inculpar a Iraq e Irán sobre el uso ilegal de armas químicas. «Fue un escándalo mundial, los norteamericanos decían que las producían, pero esto no fue más que un pretexto para invadir el país asiático, por ejemplo, y así fue, aunque nunca mostraron evidencia y se demostró que estaban equivocados. Sin embargo, la campaña mundial fue tan fuerte, que prácticamente no los condenaron por ese delito de calumniar y entrometerse en asuntos ajenos. El objetivo estaba claro: los recursos naturales de los iraquíes. Con Irán intentaron hacer lo mismo, pero no pudieron porque al ser miembro de La Organización, contaban con respaldo legal y todas sus producciones se mantenían en regla».
Documento que reconoce el trabajo de Emilio desde la fundación en la OPCW.
Premio Nobel de la Paz
Emilio habla emocionado de su trayectoria, pero no presume de su recorrido profesional. No obstante, reviso los documentos que guarda junto a fotografías y todo tipo de papelitos, y encuentro valoraciones que distinguen sus cualidades como difícil de reemplazar en un término corto, también resaltan sus habilidades como escasas de encontrar en otras personas, y de excepcionales sus contribuciones a la OPCW; por ello sus evaluaciones siempre fueron excelentes. Además, fue promovido y recontratado varias veces, hasta cuando decidió jubilarse, a los 67 años de edad.
Más tarde, en 2013, la OPCW recibió el Premio Nobel de la Paz para reconocer sus esfuerzos por eliminar las armas químicas en el mundo. Sin embargo, Emilio no lo supo hasta que un día llegó a sus manos, aquí en Cuba, un reconocimiento que destaca su presencia como fundador de esa entidad. «Para mí fue, primero, sorpresa porque ya no trabajaba en La Organización desde hacía seis años y no tenían ningún compromiso conmigo. Al mismo tiempo, sentí orgullo de haberle entregado un por ciento alto de mi vida, 12 años; no fue solo trabajo, sino mis estudios, todas mis capacidades. Haber podido contribuir al éxito de La Organización me complace, y siempre me sentiré parte de ella».
Asegura Emilio deberle mucho a la OPCW. «Pasar por La Organización fue para mí el colofón de mi carrera. Todo lo que aprendí y me entrené en la industria lo pude consolidar durante mi paso por ella. También me hizo crecer como individuo y me enriqueció culturalmente».
Añadir nuevo comentario